Nacido en la ciudad de Miseno en el año 275, las fuentes históricas hablan de él como un joven diácono, muy carismático, que brillaba dentro de la comunidad cristiana de su localidad natal, por entonces un puerto señalado del Imperio romano.
Su reputación se había extendido incluso en las comunidades cristianas de Tesalónica y Cartago. Los obispos de estas diócesis quisieron conocerle en vida, algo que ratifica esa fama de santidad que tenía y que aseguraba que en él se aunaban todos los misterios de la Gracia.

De acuerdo a uno de los relatos escritos por San Jenaro, durante una de sus visitas en el año 304, en la celebración de la Misa del tercer domingo de Pascua vio aparecer en la cabeza de Sosso una llama similar a aquellas que cayeron sobre las cabezas de los apóstoles en Pentecostés, mientras se encontraba leyendo el Evangelio.

Un signo profético que se ratificó tiempo después, cuando fue decapitado en el año 305 durante la persecución del emperador Diocleciano, convirtiéndose en semilla de nuevos cristianos.