San Sinforiano fue martirizado en Autun, en el siglo II o III. La ciudad de Autun era una de las más antiguas y famosas de la Galia. En la época a la que nos referimos, se practicaba intensamente en dicha ciudad el culto de Berecintia (Cibeles), Apolo y Diana. En determinado día del año, se transportaba con gran pompa la estatua de Cibeles sobre un carro, por toda la ciudad.

En una de esas procesiones, Sinforiano faltó al respeto a la imagen y fue apresado por la multitud y conducido ante Heraclio, el gobernador de la provincia. Heraclio le preguntó por qué se rehusaba a venerar la imagen de la madre de los dioses. El santo respondió que era cristiano y sólo adoraba al verdadero Dios; manifestó además que, si tuviese un martillo entre las manos, destruiría la estatua. El juez consideró esta respuesta como un acto de impiedad y rebelión y preguntó a los presentes si Sinforiano era ciudadano de Autun. Uno de ellos respondió: “Sí, pertenece a una noble familia de la ciudad”. El juez dijo entonces a Sinforiano: “Tal vez te portas así pensando que tu linaje te protege, o quizá ignoras las órdenes del emperador”. En seguida ordenó que se diese lectura al edicto imperial, y dijo al mártir: “¿Qué respondes a esto, Sinforiano?” El mártir volvió a manifestar su desprecio por el ídolo, y el juez le mandó apalear y encarcelar.

Más tarde, Sinforíano compareció de nuevo ante el tribunal y se mostró tan firme como la primera vez. Heraclio le condenó a morir por la espada por haber traicionado a los dioses y a los hombres. Cuando Sinforiano se dirigía al sitio de la ejecución, recogen las “Actas” que su madre, que estaba junto a la muralla de la ciudad para verle pasar, le gritó: «Hijo, hijo, Sinforiano, pon tu pensamiento en Dios vivo. no podemos temer la muerte, que conduce sin duda a la vida. Mantén el corazón en alto, hijo, mira a aquel que reina en los cielos. Hoy no se te quita la vida, sino que se te cambia por una mejor. Hoy, hijo, migrarás, por feliz intercambio a una vida superior.»

El santo fue decapitado. Su cadáver fue sepultado en una cueva, cerca de una fuente. A mediados del siglo V, San Eufronio, obispo de Autun, construyó allí una iglesia en su honor.