Durante cuarenta años a partir de la disolución de los monasterios, Gales conservó su intenso catolicismo, ya que la mayoría de las principales familias y de la gente del pueblo, permanecieron fieles a la fe. Pero, cuando los misioneros católicos empezaron a pasar del continente europeo a Inglaterra, la reina Isabel y sus ministros se propusieron desarraigar el catolicismo, cortando los canales de la gracia sacramental y silenciando las voces que predicaban la palabra de Dios. En Gales, la primera víctima de esa campaña fue un laico llamado Ricardo Gwyn (alias White). Nació en Llanidlos, en el Montgomeryshire, en 1537, y fue educado en el protestantismo. Después de hacer sus estudios en el Colegio de San Juan, de Oxford, abrió una escuela en Overton, de Flintshire. Poco después se convirtió al catolicismo. Cuando su ausencia de los servicios protestatantes despertó sospechas, Ricardo se transladó a Erbistock con su familia. En 1579, mientras se hallaba en Wrexham, fue reconocido por un apóstata, quien le denunció a las autoridades. Ricardo fue arrestado, pero consiguió escapar.
En junio de 1580, el consejo de la reina ordenó a los obispos protestantes que tratasen más enérgicamente a los católicos que se negaban a prestar el juramento de fidelidad, especialmente a «todos los maestros de escuela, así públicos como privados». De acuerdo con las instrucciones, los obispos mandaron arrestar, un mes después, a Ricardo Gwyn, a quien el juez envió a la prisión de Ruthin. Compareció nuevamente ante el juez alrededor del día de San Miguel, pero, como se negó a prestar el juramento de fidelidad, fue devuelto a la prisión. En mayo del año siguiente, el juez ordenó que se le condujese por fuerza a una iglesia protestante. Ricardo aprovechó la ocasión para interrumpir al predicador con el ruido ensordecedor de sus cadenas. En castigo, se le puso en el cepo desde las 10 de la mañana hasta las 8 de la noche, «en tanto que una turba de ministros protestantes le molestaba». Uno de ellos afirmaba que él poseía el poder de atar y desatar, exactamente lo mismo que san Pedro. Como aquel ministro tenía la nariz tan colorada como la de un bebedor. El juez le condenó a pagar una multa de 800 libras por haber causado desorden en la iglesia. En septiembre, se le impuso una multa de 1680 libras (con el valor de 1960) por no haber asistido a los servicios protestantes en todo el tiempo que llevaba en la prisión. El juez le preguntó cómo iba a pagar esas multas tan elevadas..
Después de ser juzgado otras tres veces, fue enviado con otros tres laicos y el sacerdote jesuita Juan Bennet ante el consejo de las Marcas. Los mártires fueron torturados en Bewdley, Ludlow y Bridgnorth, para que revelasen los nombres de otros católicos.
En octubre de 1584, san Ricardo fue juzgado por octava vez, en Wrexham, junto con otros dos católicos, Hughes y Morris. Se le acusaba de haber tratado de reconciliar con la Iglesia de Roma a un tal Luis Gronow y de haber sostenido la soberanía pontificia. Ricardo respondió que jamás había cruzado una palabra con Gronow. Este último declaró más tarde, públicamente, que el vicario de Wrexham y otro fanático le habían pagado a él y a otras dos personas cierta suma para que levantasen falso testimonio. Como los miembros del jurado se negaron a asistir al juicio, el juez formó de improviso otro jurado, cuyos miembros tuvieron la ingenuidad de preguntarle, ¡a quiénes debían absolver y a quiénes debían condenar!, Ricardo Gwyn y Hughes fueron sentenciados a muerte, y Morris recobró la libertad. (Hughes fue después indultado). El juez mandó llamar a la esposa de Ricardo, quien se presentó con su hijito en los brazos y la exhortó a no imitar a su marido.
San Ricardo fue ejecutado en Wrexham (que es actualmente la cabecera de la diócesis de Mynwyn), el 15 de octubre de 1584. Era un día lluvioso. La multitud gritó que le dejasen morir antes de desentrañarlo, pero el alcalde, que era un apóstata, se negó a conceder esa gracia.
Durante sus cuatro años de prisión, el santo escribió en galés una serie de poemas religiosos, en los que exhortaba a sus compatriotas a permanecer fieles a la Santa Madre Iglesia y describía, con una violencia comprensible en sus circunstancias, a la nueva religión y sus ministros. Fue beatificado en 1929 y canonizado en 1970 por San Pablo VI.