Fecha de publicación: 19 de abril de 2022

El testimonio sobre estos mártires, en especial acerca del cabeza de grupo, Mapálico, proviene de las cartas de san Cipriano de Cartago, mártir él mismo ocho años después.

El santo exhorta a los cristianos a mantenerse firmes en la confesión de la fe en medio de las pruebas, y lo hace acudiendo a ejemplos recientes y que da por conocidos. Uno de esos ejemplos es precisamente el de Mapálico y sus compañeros. El grupo dio su martirio en el año 250, en la persecución del emperador Decio, una de las más devastadoras, sólo superada por la de Diocleciano, cincuenta años más tarde.

Mapálico intercedió por su madre y hermana ya que los que abjuraban de la fe frente al martirio, que era el problema candente en época de Cipriano. En la Iglesia de los dos primeros siglos había prevalecido la interpretación de que una vez que una persona era bautizada, si abjuraba de la fe (por ejemplo, por ceder ante las torturas a las que eran sometidos los cristianos en persecución), ya no había posibilidad de pedir el reingreso en la fe, se era réprobo para toda la eternidad.

Sin embargo, no todos aceptaban esta interpretación rigurosa, y el problema de los que abjuraban de la fe y querían volver -que dividió verdaderamente a la Iglesia, como lo muestra la historia de san Ceferino y san Hipólito- ocupó el primer plano de los debates del siglo III. Gracias a ello al testimonio de San Mapálico hubo una gran evolución en la disciplina penitencial de la Iglesia, y se entendió de una manera nueva el modo de aplicar los méritos infinitos de la muerte de Cristo a los pecados cometidos una vez bautizados.

Este santo en su pasión, a las puertas de la muerte, alentaba a los demás y en medio de los tormentos, movido por el Espíritu Santo, ofreció al procónsul que vería la respuesta del cielo al día siguiente; efectivamente, nos dice Cipriano, el cielo confirmó al día siguiente que lo recibía en la gloria.

Con él perecieron muchos otros santos mártires que confesaron igualmente a Cristo, entre ellos Baso, en una cantera; Fortunio, en la cárcel; Pablo, en el mismo tribunal; Fortunata, Victorino, Víctor, Heremio, Crédula, Hereda, Donato, Firme, Venusto, Frutos, Julia, Marcial y Aristón, muertos por hambre en prisión.