Sorprende la determinación que llevó a Marcelo a llevar a cabo tal acto, que llevó a cabo el día en que las tropas celebraban el cumpleaños del emperador, rindiéndole culto público e implorando su protección como si de un dios se tratara. Tenemos constancia de ello de dos actas oficiales, una en España y otra en África, que atestiguan esta pública desobediencia llevada a cabo por el centurión Marcelo.
Estas actas relatan el acto de desobediencia de Marcelo en nuestra península, al parecer, en la actual ciudad de León. Su superior, Fortunato, le envió el siguiente mensaje al viceprefecto Agricolano, diciendo que el centurión Marcelo, “como si se hubiese vuelto loco, se quitó espontáneamente el cinto militar y arrojó la espada y el bastón de centurión delante de las tropas de nuestros señores”.
De este hecho fueron notificados los emperadores romanos, enviando a Marcelo a ser juzgado a Tánger, ante el viceprefecto. Allí se le lee el acta de acusación. Marcelo lo confirma sencillamente, acepta, y por ello es condenado a la decapitación, alegando que era cristiano y no podía militar en más ejército que en el de Jesucristo, hijo de Dios omnipotente.
Se dice, y no es difícil de imaginar, que este testimonio fue uno de los que impactó en el joven Ignacio de Loyola durante su proceso de convalecencia.