Querido abad;
queridos miembros del Cabildo sacromontano;
querido señor alcalde y miembros de la corporación;
querida consejera de Fomento;
queridas autoridades civiles, militares, policiales de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, y municipal o local;
y también a los responsables de la Fundación del Sacromonte y a los comisarios, que son parte muy importante en este día.

Queridos hermanos y hermanas, os decía que es para mi una gran alegría poder participar en esta celebración, en esta fiesta. Además, el Señor os ha bendecido con un día espléndido, que parece que Granada se ha vestido y nuestra sierra tiene una manera especial para celebrar este día de san Cecilio. Le damos gracias al Señor por ello.

Y cuando venimos aquí, a la Abadía del Sacromonte, siguiendo esta tradición tan bonita del pueblo de Granada, tenemos varias cuestiones o varias cosas importantes que hacemos y renovamos en este momento. No sólo el Voto de la ciudad, de agradecimiento, porque san Cecilio, en los albores del cristianismo, vino enviado por los apóstoles Pedro y Pablo, discípulo que era de Santiago, junto con seis compañeros más a evangelizar nuestra tierra. Vengo de Ávila, donde se celebra san Segundo, otro de los varones apostólicos, y vengo aquí a la casa de san Cecilio, a esta Iglesia particular, donde Illiberis, tenemos esta tradición cristiana desde los principios y que vuestros antepasados, quienes nos han precedido en la fe, han mantenido viva a lo largo de todos estos siglos. Somos respetuosos. Y tenemos que serlo más en estos momentos en que las ideologías ocupan un primer plano y en que las diferencias entre unos y otros parece que se resaltan más y nos fijamos más en lo que nos separa que en lo que nos une.

Queridos hermanos y hermanas de Granada, son muchas las cosas que nos unen, son muchas las cosas que forman ese fondo común de nuestra historia, de nuestras tradiciones, que compartimos con cualquier ciudadano y cualquier creyente en Granada, que es esta fe en el Dios único y vivo, esta fe en Jesucristo que da razón de ser formando parte de nuestra identidad como de nuestro ADN cultural y social, no sólo personal, religioso. La fe no es algo privado, que uno no se atreve ni imponérsela a sí mismo. La fe tiene esas manifestaciones públicas, sociales, cambia la cultura. ¿Qué hubiese sido de Granada, qué hubiese sido de los habitantes, nuestros antepasados de la Península Ibérica, en los comienzos del cristianismo, si los apóstoles se hubieran quedado encerrados en Jerusalén -como dice el Evangelio- por miedo a los judíos? Ellos salieron y surcaron los mares y llevaron el testimonio y el Evangelio de Jesús, siendo, precisamente, como nos dice hoy el texto que hemos escuchado en el Evangelio de San Mateo, siendo “sal de la tierra y luz del mundo”. Ellos sabían que no podían quedarse insípidos; que lo que les había enseñado Jesús tenían que transmitirlo a los demás. Además, era Su mandato: “Id y enseñad a todas las gentes lo que Yo os he mandado, lo que Yo os he enseñado”. El Evangelio, una forma nueva de ver a Dios como nuestro Padre misericordioso; una forma nueva de ver a los demás como hermanos. Y genera toda esa cultura cristiana, que ha cambiado la humanidad, llevándola a esa fraternidad y a ese reconocimiento que hoy es compartido por gran parte de la humanidad en los derechos humanos. Su origen es cristiano. Con el apoyo, ciertamente, del Derecho de Roma después, y del mundo de la razón de Grecia. Pero eso conforma nuestra identidad más profunda y está abierta a otras culturas y al cristianismo.

El Papa está ahora en África, donde hay conflicto, donde la paz está ausente desde hace mucho tiempo y se violan los derechos humanos. Pero, está allí, proponiendo de nuevo la paz y proponiendo de nuevo la concordia en nombre de Dios. Porque Dios no puede ser usado para enfrentarnos; porque Dios no puede ser usado Su Nombre en vano, para enfrentar a los seres humanos unos con otros. Tenemos que huir de esa confrontación. Y vivimos en una época donde hay polarización, donde hay confrontación social. No digo política y no me meto, pero lo vemos en los informativos, donde la ideología está lo primero y la gente no habla de nuestros problemas y de lo que nos ocurre. Pues, tenemos que pensar y pedirLe hoy a san Cecilio que busquemos precisamente ese fondo de bien común que es el que necesita Granada.

Y eso lleva consigo una premisa y es la unión de todos, no buscando a ver qué hay de lo mío, no imponiendo lo que yo pienso a costa de lo que sea, no buscando unas mayorías que se imponen a los demás por la fuerza, dejando olvidados al resto, sino busquemos ese fondo común, porque sólo así, en los momentos de dificultad y de crisis, que ahora no es una peste. Hemos tenido la pandemia y nos ha enseñado también una lección y no hemos salido igual, queridos hermanos. Quienes la hemos sufrido en primera persona, hasta el punto de morir, sabemos que dependemos de Dios y de los demás; que no somos el centro del universo; que podemos caer de nuevo y que necesitamos la ayuda de los otros. Tenemos que aprender la lección. Tenemos que solventar las dificultades, las carencias y tenemos que buscar armarnos, pero no con unas armas como las que ahora se enfrentan a los seres humanos en tantos escenarios del mundo y algunos próximos a nosotros; en una paz y en una convivencia que se base en el respeto, que se base en la búsqueda del bien común, que se base en no dejar a nadie detrás, atrasado en sus dificultades, que incorpore a los más necesitados y a los más débiles de la sociedad; que ofrezca un verdadero desarrollo. Y eso hace falta valores espirituales. No se hace por simple consenso político social. Se hace cuando uno tiene principio y fundamento en su vida. Cuando sabe lo que vale la persona humana por su dignidad, basada en que es hijo e hija de Dios. Cuando se valora a los demás no por lo que tienen, sino por lo que son, en su dignidad absoluta. Cuando se piensa, especialmente en quien más lo necesita. Y eso es lo que nos pide el cristianismo. Y eso es lo que ha traído Cecilio a nuestra tierra. Esos valores que son los que hoy proclama la Palabra de Dios y que hemos escuchado del profeta Isaías: “Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, cubre al que ves desnudo y no te desentiendas de los tuyos”. Y entonces, nos dice: “Entonces, surgirá la luz como una aurora. Enseguida, se curarán tus heridas. Ante ti marchará la justicia”.

Esa es la fe que profesamos. Eso es lo que está al fondo de nuestra cultura, de nuestra manera de ser, de nuestras manifestaciones religiosas, de nuestras costumbres. Rescatar eso y ponerlo en valor en el siglo XXI es traer la memoria de san Cecilio a nuestra vida presente y a nuestra vida futura, porque es eso lo que ha hecho grande Granada a lo largo de los siglos. No simplemente la confluencia, no la confusión, no la pérdida de valores en la familia personal, en el diálogo social, en ver en el otro un competidor más.

Tenemos que recuperar, queridos hermanos. Queridos amigos, queridos granadinos, tenemos que recuperar ese sentido y esos valores que son los que trajo el cristianismo, con respeto exquisito, pero sin ocultar nuestras propias convicciones, como si quedaran en una cosa anticuada que sacamos a relucir algunos días al año, como si el cristianismo fuese sólo para los momentos de dificultad. No, el cristianismo no sólo es para el interior de las iglesias. El cristianismo no sólo para la vida privada. Es también para construir una sociedad más justa con los valores que trajo Cristo Jesús. Por eso, nos invita a ser sal de la tierra, esa sal que dé sabor a nuestro mundo, a todas las realidades que tenemos, al trabajo, al deporte, a la diversión, a la familia, a nuestras relaciones sociales. Con respeto, vuelvo a repetir, a las conciencias y a la libertad de los demás, pero, al mismo tiempo, sin renunciar a las propias. Tenemos que ser la luz del mundo. Nos dice Jesús: “Yo soy la luz del mundo. El que me sigue a Mí no camina en las tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”. Y encender con esa luz nuestro mundo, que muchas veces está a oscuras. Se dice, cuando una persona le falta la razón, “esta persona tiene pocas luces”. Pues, nosotros vamos a tener esas luces, y vamos a encender y vamos a dejar de estar apagados los cristianos. No es cuestión de banderas, ni es cuestión de banderías. Es cuestión de que seamos coherentes en nuestra vida con esa sabiduría que habla San Pablo en la Segunda Lectura, que no se basa en imponer, sino en proponer; que no se impone, sino que se muestra con el testimonio de la propia vida porque las palabras mueven, pero los ejemplos arrastran. Y Jesús nos ha dicho que nos reconocerán que somos cristianos, precisamente, que nos amamos unos a otros. Y sabemos también, como dice el refrán, que “obras son amores y no buenas razones”.

Tenemos mucho por hacer. San Cecilio, desde los inicios, nos anima, nos protege, nos ayuda, nos cuida. Acudimos a él con confianza. Pues, también en este presente de Granada y, sobre todo, en un futuro esperanzador, que sólo será posible si todos estamos unidos, nos olvidamos de las diferencias, legítimas y justas, pero busquemos, sobre todo, lo que nos une, no lo que nos separa.

Que Nuestra Señora de las Angustias, que procura la ayuda y el consuelo, especialmente en tantas angustias como hoy hay, y que las tenemos también en la fragilidad de nuestra ciudad; tenemos también gente que sufre, tenemos gente que lo pasa mal, tenemos gente que está en dificultades económicas, en dificultades vitales.

Que abramos el corazón, porque sólo cuando miramos en ese gran angular de un corazón grande, como ha sido siempre el de Granada, fruto abierto, no cerrado, entonces, realmente haremos de nuestra ciudad una ciudad grande y una ciudad como la quiso nuestro evangelizador san Cecilio.

Que así sea.

+ José María Gil Tamayo
Arzobispo de Granada

5 de febrero de 2023
Abadía del Sacromonte (Granada)

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