Fecha de publicación: 2 de febrero de 2021

Lo cierto es que es uno de esos santos cuyas fuentes no son tan fiables o cuyas actas están llenas de relatos aderezados. Nació en Sebaste en el siglo III. Ejerció como médico de cuerpo y también de almas. Su cargo episcopal sucedió por aclamación popular, según la usanza de entonces.

Tuvo que afrontar el tiempo de persecución de los emperadores, empezando por Diocleciano, que fueron muy violentas en la tierra armenia. Este obispo fue a refugiarse a las montañas cercanas a la ciudad. Al parecer, se arriesgó a salir de su escondite una noche para asistir a su amigo Eustracio, que iba a ser martirizado al día siguiente.

En su exilio montañero se dedicó a la oración y a la penitencia, en donde se dice que iban a hacerle compañía las fieras. Precisamente, un prefecto romano, buscando fieras para el circo, descubrió el escondite de San Blas. Al ser apresado y conducido a la cárcel, las gentes le aclaman, quieren tocar su manto, buscan su bendición. Milagrosamente intercede por una joven que tenía una espina en la garganta, de ahí que se le considere el santo intercesor de los dolores de garganta.

Juzgado por blasfemia contra los dioses del Imperio, es colgado de un madero y arrastrado con garfios, finalmente, decapitado. Todo ello, en torno al año 316.