Nació hacia el año 329 en Cesarea de Capadocia. Su padre era abogado y retórico, y su abuela una devota cristiana, que lo educó en la fe desde pequeño. Estudió filosofía y retórica en su ciudad natal, pero también en Constantinopla y Atenas, donde conoció a su gran amigo Gregorio Nacianceno. En el año 356, muere su padre y Basilio vuelve a Cesarea para enseñar retórica y recibe el Bautismo.
La recepción del Bautismo tras la muerte de su padre le determinó a servir al Señor. Para ello, viajó hacia los monasterios de referencia en su época, en Egipto, Palestina, Siria y Mesopotamia, con el propósito de observar la vida religiosa.
Acabó instalándose en un paraje de la región del Ponto, al lado del río Iris, dedicándose a la plegaria y el estudio. Allí comenzó una vida monástica con varios hermanos que se le unieron. Cabe destacar que, si bien su vida como monje duro tan solo un lustro, la tradición religiosa considera su regla religiosa de entonces tan determinante como la de un San Benito.
Fue llamado a ayudar a combatir la herejía arriana en Cesarea por su íntimo amigo Gregorio Nacianceno. El año de 370 murió Eusebio y, a pesar de la oposición de algunos círculos, Basilio fue elegido para ocupar la sede arzobispal vacante.
Tuvo que lidiar con las injerencias del Emperador en los asuntos eclesiásticos, que le llevaron a varias confrontaciones que merece la pena conocer, defendiendo a la iglesia de Cesárea de los ataques contra su fe y su jurisdicción.
Falleció el día uno de enero de 379. San Gregorio Nacianceno, como Arzobispo de Constantinopla, dijo de él el día de su entierro: “Basilio pobre vivió pobre entre los pobres. Basilio hijo de mártires, sufrió como un mártir. Basilio predicó siempre con sus labios, y con sus buenos ejemplos y seguirá predicando siempre con sus escritos admirables”.