Claret nace el 23 de diciembre de 1807 en Sallent, localidad de la provincia de Barcelona. Vivio una infancia con grandes muestras de afecto al Señor. De joven empezó a trabajar en una fábrica de tejidos, inculcado por su padre. A pesar de la fama y fortuna que ganó, no tenía apego al mundo y vio clara su llamada al seminario.
Entró a empezar su formación como seminarista en un momento complicado, marcado por las supresiones de órdenes religiosas y las expropiaciones de bienes a la Iglesia. Al ordenarse se revela como un sacerdote misionero, dedicado con predilección al anuncio de la Palabra. Va a Roma en 1839 para ofrecerse como voluntario a Propaganda FIDE y empieza a vivir como misionero durante nueve años por pueblos de Cataluña y Canarias.
En 1849 es nombrado Arzobispo de Cuba. En el mismo año funda la Congregación de Misioneros Hijos del Corazón de María, a la que da por consigna: “Salvar las almas de todo el mundo y por todos los medios posibles”. A pesar de que le encantaba Cuba, un atentado a su vida hizo que el Papa lo trasladase a España nuevamente, donde la Reina Isabel II le reclama y le nombra como Confesor. Además de por confesor real, desde la capital le conocen por su apostolado intenso, que lleva a cabo también desde la prensa.
Participó en el Concilio Vaticano I y ello le valió ser visto por algunos como una especie de intrigante político. De hecho, se le niega el ingreso en España a su regreso del Concilio y muere en el monasterio cisterciense de Fontfroide (Francia) el 24 de octubre de 1870. Fue reconocido como santo por la Iglesia durante el magisterio de Pío XII, un 7 de mayo de 1950.