Andrés nació en la localidad francesa de Saint-Pierre-de-Maillé el 6 de diciembre de 1752. Durante años desterró la idea de consagrarse. Jamás hubiera imaginado, ni lo pensó siquiera, que sería santo. Una curiosidad es que firmaba sus libros diciendo: “Andrés, que nunca será ni religioso ni sacerdote”.
Su trayectoria infantil y juvenil era de lo más opuesto a una persona de espíritu religioso: rebelde, de fácil protesta, molestamente inquieto, y nada fervoroso. Su madre le encomendaba a Dios en sus oraciones, y seguía realizando obras de caridad con los pobres en medio de los reproches de este díscolo hijo, quien, a pesar de sus ácidas críticas, después recordaría sus enseñanzas. El néctar de esta eficaz pedagogía materna era simple y claro: que a Dios se le entrega siempre lo mejor, no los deshechos, como él pretendía que hiciese ella con los pobres a los que asistía.
Estudió filosofía en Poitiers. Entonces abrió los brazos a la vida mundana sin reparar en el poso de infelicidad y amargura que iba trazando en su alma. En un momento dado decidió ingresar en la vida militar. De nuevo medió su madre para que pudiera entrar en su domicilio, porque hasta eso le vedaron. Esta brava mujer incluso fue al ejército y pagó las multas que le cayeron a su joven hijo por indisciplina.
Pensó dedicarse a la abogacía, pero siguiendo el consejo que le dieron, se trasladó a casa de un tío que era arcipreste d’Hains. Y allí tocó Dios su turbulento corazón. Inició los estudios eclesiásticos y cultivó la oración y la meditación. Durante un tiempo, después de ser ordenado, fue vicario de su tío.
En 1782 su amistad con el padre Riom que estaba al frente de la iglesia de Saint Phèle, de Maillé, ya desaparecida, le permitió conocer a su sobrino, Pedro Coudrin, futuro fundador de la congregación de los Sagrados Corazones de Jesús y de María. Éste, que entonces era seminarista, tomó al santo como confesor. Pasado el tiempo, además de establecerse entre ambos una entrañable relación, se ayudaron mutuamente. Coudrin, en particular, hizo gestiones de gran calado relacionadas con la fundación instituida por Fournet.
El estallido de la Revolución francesa los separó. Y fue nueva ocasión para que Fournet testimoniara su fe como también haría Coudrin en su momento. La negativa de Andrés a prestar el juramento exigido a los sacerdotes en contra de la Iglesia, le convirtió en prófugo de la justicia. Durante cinco años permaneció como un fugitivo en España donde se refugió a instancias de su obispo. Pero sentía que debía estar junto a sus fieles, y regresó a Maillé a mediados de 1797. El regocijo del pueblo fue inmenso al conocer la presencia del santo, que llegó de improviso burlando el veto que recaía sobre su persona.
Con el cambio de signo político pudo centrarse abiertamente en su ministerio pastoral. Predicó y confesó de forma incansable por las localidades cercanas. Sacerdotes y laicos le buscaban por su agudeza espiritual y sabios consejos. Muchos seminaristas se vieron agraciados por su generosidad. Les instruía directamente o les proporcionaba buenos formadores hasta que hallaba para ellos un lugar adecuado en los seminarios.
En 1804 junto a santa Isabel Bichier des Ages fundó la comunidad de Hijas de la Cruz, denominadas por ella Hermanas de San Andrés, dedicadas a los enfermos y a la juventud. Él fue director espiritual de la santa hasta su muerte que se produjo en La Puye el 13 de mayo de 1834. Pío XI lo beatificó el 16 de mayo de 1926, y él mismo lo canonizó el 4 de junio de 1933