Fecha de publicación: 27 de mayo de 2021

A pesar de la llegada del cristianismo a las islas británicas de los primeros siglos, las invasiones de los anglos y las guerras internas, podía decirse que toda la región se encontraba sumida en el paganismo, allá a principios del siglo VI.

Sabemos que era superior del convento benedictino de Roma, cuando el Papa San Gregorio Magno discernió enviarle a evangelizar la región. Agustín había dado muestras de ser un hombre de espíritu valiente y con grandes virtudes. Así que decidió enviarlo junto a otro grupo de monjes con la misión de cruzar el Canal de la Mancha y llevar a cabo una labor misionera.

Nada más llegar, escucharon las historias de las barbaries que allí se acometían, y el propio Agustín fue enviado de vuelta al Papa para darle cuenta de la situación. san Gregorio lo animó de tal manera que ya no se dejó desanimar por los temores y le hizo sentirse capacitado por la gracia de Dios a llevar a cabo la peligrosa labor evangelizadora.

El rey Etelberto, que por entonces era el principal de la zona, les acogió bien, gracias en parte a la influencia de su esposa, Santa Berta. El rey accedió a ser bautizado y les dio permiso para predicar y enseñar el cristianismo a los anglos. Se establecieron en un templo que hoy es la Catedral de Canterbury. En las reuniones, San Agustín sobresalía por su gran estatura y por su presencia que infundía respeto y admiración.

El rey dejó en libertad a los súbditos para que escogieran la religión que quisieran, pero les recomendó que se instruyeran en la religión de Jesucristo. En el año 597 se hicieron bautizar 10.000 ingleses, muchos de los cuales ocupaban cargos representativos e influyentes en la época. San Gregorio Magno lo nombró arzobispo.

Obediente a este gran Papa santo y padre de la Iglesia latina, San Agustín se dedicó a convertir los templos paganos en cristianos y a cristianizar las fiestas paganas. Es decir, llevó a cabo una labor de inculturación de las tradiciones religiosas paganas en cristianas. Bajo su influencia, la isla se dividió en tres diócesis: Canterbury, Londres y York.

San Agustín escribía frecuentemente desde Inglaterra al Papa San Gregorio a Roma pidiéndole consejos en muchos casos importantes, y el Sumo Pontífice le escribía ciertas advertencias muy prácticas como estas: “Dios le ha concedido el don de hacer milagros, y le ha dejado el inmenso honor de convertir a muchísimos paganos al cristianismo, y de que las gentes lo quieran y lo estimen mucho. Pero cuidado, mi amigo, que esto no le vaya a producir orgullo. Consuélese al ver que con los milagros y la predicación logra que tantos paganos se vuelvan cristianos católicos, pero no vaya a creerse mejor que los demás, porque entonces le estaría robando a Dios el honor y la gloria que sólo El se merece. Hay muchos que son muy santos y no hacen milagros ni hablan hermosamente.”.

Después de haber trabajado por varios años en su labor de evangelización y organización territorial de la Iglesia, murió con fama de santidad el 26 de mayo del año 605.