Querido Prior y comunidad de padres dominicos;
sacerdotes concelebrantes;
Hermano Mayor, Mayordomo y Junta de gobierno de la Archicofradía del Rosario;
Superiora General y religiosas de la Congregación de las Misioneras del Santísimo Sacramento y María Inmaculada;
representantes del Duque de Gor;
órdenes militares, miembros de la UME, la Comandancia de la Guardia Civil de Granada, del Ala 78 del Ejército del Aire, de la Comandancia Naval de la Armada Española y del Mando de Adiestramiento y Doctrina del Ejército de Tierra, y la Subdelegación de Defensa;
queridos hermanos y hermanas:

Como os decía, me da mucha alegría poder venir a celebrar esta Solemnidad del Santo Rosario a este templo tan precioso, tan lleno de historia y, al mismo tiempo, de significación para Granada. Ante esta imagen bendita que trae, y que resume en sí, la devoción mariana de las buenas gentes de Granada a lo largo de los siglos: la Santísima Virgen, Nuestra Señora del Rosario Coronada. No hacemos otra cosa que lo que hacía aquella mujer en el Evangelio, al que sale al paso a Jesús que le dice “Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron”. Viene a decirle a Jesús: “Viva la madre que te trajo al mundo”. Pero Jesús pone en su justa medida, en el centro de la grandeza de lo que significa la grandeza de María, y responde: “Bienaventurados más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen”. Y eso es lo que ha hecho Nuestra Señora.

San Juan Pablo II, que vamos a cumplir el cuarenta aniversario de su venida a Granada, decía que María es lo que debe ser la Iglesia, lo que debemos ser los cristianos. Y en María vemos reflejado -como en nuestra Madre, sin pretender darnos lecciones- todo lo que Dios espera de cada uno de nosotros. Y en esta vocación tan querida por el pueblo cristiano, de la mano de la Orden Dominicana, en esta devoción del Santo Rosario que es, como nos decía el Papa san Juan XXIII, “el Evangelio de los sencillos”, no hacemos otra cosa tampoco sino acompañar con María, recorriendo los Misterios de Cristo. Como hemos escuchado en el Libro de los Hechos de los Apóstoles, se nos ha dicho que los apóstoles perseveraban en la oración con María, la madre de Jesús, y es lo que hacemos al venir a este templo. Y eso es lo que hacemos permanentemente y que ha hecho el pueblo cristiano: acudir a la Virgen que nos ha acogido como hijos suyos. Acudir a la Virgen en los momentos de alegría, ciertamente, pero, sobre todo, en los momentos de dificultad, en los momentos de contrariedad, en los momentos de sufrimiento.

Si las paredes de este templo, o de su camarín de la Virgen, pudieran expresarse y decirnos todos los que han escuchado en el interior de las personas que han venido con sus necesidades, de tantas y tantas generaciones de Granada, a pedirle ayuda a la Santísima Virgen… Cuántas veces acudimos a Ella, que no deja nunca de desoír nuestras súplicas y, como Madre, está atenta a sus hijos. Cuántas veces acudimos a Ella. Y hoy, de manera especial, le damos gracias y, al mismo tiempo, hacemos el propósito de seguir también nosotros el itinerario del Misterio de Cristo. Porque no otra cosa consiste en ser cristiano sino en vivir el Misterio de Cristo en nuestra propia vida, hasta el punto, en el decir paulino, de ser otros cristos, de decir “ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí”. Porque nosotros, por nuestra condición de bautizados, hemos sido incorporados a Cristo. Somos otros cristos y se exige de nosotros que vivamos como tales. Y miramos a María porque queremos que Ella nos enseñe, como Madre, a vivir como Jesús.

Y hoy, en este Evangelio que ha sido proclamado y que tantas veces hemos escuchado, como el contrapunto de ese inicio de la Historia de la Salvación cuando Eva y Adán sucumben a la tentación. María, nos dicen los Padres de la Iglesia, desató con su obediencia el nudo atado por Eva. Lo mismo que por un hombre, un rostro herido, nos ha venido la muerte, por amor Cristo nos ha venido la vida. Pero la Virgen tiene un papel. Y ese papel de la Virgen es el que vemos reflejado de manera natural en el texto en que acabamos de escuchar proclamado el Evangelio de San Lucas. Es el Evangelio de la Anunciación y vemos que el ángel sorprende a aquella mujer nazarena, y le dice la mayor de las noticias de la historia: que el Hijo de Dios ha venido a sus purísimas entrañas; que el Hijo de Dios se va a encarnar; que el Hijo de Dios, el sustentador de la historia, por quien y para quien fueron creadas todas las cosas, va a venir a la pequeñez de una mujer nazarena de María. Y María se ruboriza. María no lo entiende. María siente ese pudor y ese temblor de estar ante una noticia inmensa: la mayor y mejor noticia de la historia. Pero María pregunta. Y nos está dando lecciones de cómo es la fe de la Virgen.

La fe de la Virgen no es una fe de carbonero. La fe de la Virgen no es una fe ciega. La fe de la Virgen es la fe de la persona humana que razona, que pregunta, que nos enseña que también los cristianos -como decía Chesterton- “al entrar en la Iglesia, Dios nos pide que nos quitemos el sombrero, no que nos quitemos la cabeza”. Que utilicemos nuestra razón iluminada por la fe y, en definitiva, que nos formemos en nuestra fe. Que, ante los problemas de la vida, las dificultades, las contrariedades, lo que surge (con el paso de los tiempos y con nuestra maduración, surgen problemas nuevos. Y todos, cuando ya tenemos unos años, nos damos cuenta de que tenemos que responder como cristianos a situaciones nuevas, personales y colectivas) … ¿Y qué me dice la fe? ¿Qué haría Jesús en esta situación? ¿Qué me dice el Evangelio? ¿Qué me dice la Doctrina cristiana? ¿Qué me dice para vivir como cristiano? ¿O simplemente tiramos de la buena voluntad? ¿O nos quedamos con una formación en nuestra fe que es la de niño de Primera Comunión? Queridos hermanos y hermanas, ya no cabe “Jesusito de mi vida” ante los problemas de un matrimonio, ante los problemas de la vida. Eso está bien para los niños. Pero tenemos que responder con una formación cristiana seria, con el catecismo asimilado. No podemos ser cristianos ignorantes.

La Virgen pregunta: “¿cómo será esto?”. Y el Ángel le responde y le da una razón. Y los cristianos estamos llamados, como nos dice la Escritura, a dar razón de nuestra esperanza en nuestro mundo, a nuestro mundo que ha marginado a Dios; a nuestro mundo que ha escondido a Dios; a nuestro mundo que necesita de Dios, pero que está escondido. Y los cristianos muchas veces nos avergonzamos. Los cristianos muchas veces tiramos por lo políticamente correcto, vamos como pidiendo perdón por ser cristianos en esta sociedad nuestra secularizada y nuestra fe formada, nuestra fe que es un don de Dios; nuestra fe tiene que manifestarse. Y no penséis que la Virgen no tuvo dificultades. Cómo no. El Ángel le dice que va a ser la Madre de Dios y después Su Hijo nace en la pequeñez y en la pobreza de Belén. Fijaros si no hay que echarle fe a eso. El Ángel le había dicho: “El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, y reinará sobre la casa de Jacob por los siglos”. Y tienen que huir a Egipto, porque a un reyezuelo de la tierra le entran celos de un niño, como un emigrante, como un desterrado, junto con José. Fijaros si no hay que echarle fe a eso. Y a la vuelta, treinta años de vida oculta de Jesús en Nazaret, en la vida de cada día, la mayor lección, la de más tiempo de Cristo, enseñándonos el valor santificador del trabajo, de la vida ordinaria. ¿Dónde tenemos que buscar a Dios? En nuestra vida de cada día, en la sencillez de los días iguales. Fijaros que no hay que echarle fe. Fijaros la fe de la Virgen cuando ve a su Hijo perseguido, cuando ve a su Hijo que no es comprendido. Y, sobre todo, fe de la Virgen junto a la Cruz.

Todos esos Misterios de la vida de Cristo recorremos en el Rosario de la mano de Santa María. Ella nos ayuda a adentrarnos en el Misterio de Cristo. Ella nos lleva de la mano a Jesús. Se lo dice el pueblo cristiano: “Muéstranos a Jesús, el fruto bendito de tu vientre. Haznos dignos de alcanzar las promesas de nuestro Señor Jesucristo”. La Virgen siempre nos lleva a Jesús. A Jesús se va y se vuelve por la Virgen. Cuando nuestra devoción a la Virgen flojea, cuando vamos relegando nuestro trato con Nuestra Señora, cuando dejamos de rezarle, cuando dejamos de tenerle presente y sólo acudimos a Ella en los momentos de dificultad, en un SOS, entonces nuestro amor a Cristo va cayendo.

Queridos hermanos, vivamos ese seguimiento de Jesús al que nos invita Nuestra Señora del Rosario, porque no otra cosa que en ese rezar de avemarías está el seguimiento de Jesús y sus Misterios. De forma sencilla, metidos en la entraña del pueblo, como la oración más universal, junto al Padrenuestro, como la devoción cristiana del pueblo sencillo. Recemos el Rosario. El Papa Benedicto XVI decía que, cuando estaba preocupado especialmente, cogía el Rosario y quedaba con una paz inmensa. Recemos el Rosario y que no se nos pase. Poco a poco por la calle, vamos, enlazando las avemarías poco a poco. En el tiempo de espera, en el viaje, en el transporte público metamos, sin que nadie se dé cuenta, a María en nuestra vida. Iremos aprendiendo de Ella y nos iremos llenando de su ejemplo.

La fe de la Virgen, la fe de la Virgen es aceptación de la Voluntad de Dios. “Hágase en mí según tu Palabra”. Y es eso lo que nos pide en esencia al Señor y es eso lo que alaba Jesús en María. “Bienaventurados más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen”. En definitiva, vivir como Dios manda, hacer lo que Dios nos pide. “Hágase Tu Voluntad en la tierra como en el cielo”, por lo que Jesús nos dice: “No todo el que dice Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre, ese entrará”. ¿Hacemos tuyo lo que Dios nos pide? ¿Vivimos tú y yo como Dios nos manda? ¿Hay una aceptación de la voluntad de Dios en nuestro vivir de cada día, en las dificultades, en lo que se nos ha puesto en la vida o, por el contrario, se vive amargado y vamos tirando, como el hijo pródigo, por nuestra cuenta?

Hay otra enseñanza que nos da la Virgen en este texto que hemos escuchado, y es la coherencia. Vivir conforme a lo que se cree. La fe de la Virgen es una fe coherente, es una fe que lleva al cumplimiento la afectación de lo que Dios le pide. No es una fe teórica, no es de la “cofradía de los creyentes y no practicantes” que nos hemos sacado de la manga. No es de aquellos que una cosa es una obligación y otra cosa es una devoción. No es del cristianismo de mero ir tirando. No es del cristianismo para cuando nos van las cosas mal. No es del cristianismo de media hora a la semana o de una Semana Santa, como si el resto de las semanas no tuvieran que ser santas para un cristiano.

Queridos hermanos y hermanas, acerquémonos a la Virgen y veréis cómo Ella nos lleva al seguimiento de Jesús. Verás cómo Ella nos va mostrando a Jesús. Ella es la que nos acoge. Nosotros, como los apóstoles, queremos perseverar en la oración, con María la Madre de Jesús. Y es lo que han hecho los santos. Es lo que ha hecho María Emilia Riquelme, esta beata tan querida por vosotros, querida por todos, que en este Año jubilar de su beatificación nos ayude en el seguimiento de Cristo, porque lo que en los santos queda es lo que en ellos hay de Jesús. Así sea.

+ José María Gil Tamayo
Arzobispo coadjutor de Granada
7 de octubre de 2022
Iglesia de Santo Domingo (parroquia de Santa Escolástica)

Escuchar homilía