“En la vida y en la muerte -decía San Pablo- somos del Señor”. Y somos del Señor porque Él ha comprado nuestras vidas, un poco como lo que aparece reflejado al comienzo de la historia de “Los Miserables”, de Víctor Hugo, que le dice “he comprado tu alma” a aquel que le había robado y él le ayuda a pesar de eso.
El Señor “ha comprado” nuestra alma, “ha comprado” nuestra vida, la vida de la humanidad entera, porque es Dios mismo el que se entregaba en la cruz con los brazos abiertos para ser el centro del cosmos y de la Historia. Por lo tanto, todos podemos decir en cualquier momento de nuestra vida el Salmo precioso con el que acabamos de orar: “El Señor es mi pastor, nada me falta”. Sean como sean los caminos que recorra la vida, sabemos que no estamos solos: que está el Señor con nosotros. “El Señor está contigo”, le dijo el Ángel a María. Y se lo sigue diciendo a la Iglesia todos los días. “Y tu Bondad y tu Misericordia me acompañan todos los días de mi vida, y habitaré en la Casa del Señor por años sin término”.
Esa es la certeza con la que vivimos los cristianos. Pero, como en la lógica de la Encarnación por la que el Hijo de Dios viene a compartir nuestra condición humana, a sembrar en ese mundo dominado muchas veces por las pasiones y por el pecado, o dominado sin más por las pasiones y por el pecado, viene a sembrar la semilla de la vida divina, de forma que quienes acojan esa vida puedan vivir como hijos de Dios. Y para que sepamos que la Misericordia de Dios es para todos y abarca al mundo entero, el Señor no ha querido que viviéramos del recuerdo de algo que pasó hace dos mil años, sino que se queda en la sucesión apostólica. Lo primero que les dice a los apóstoles en la primera de las apariciones es, justamente, casi lo mismo que le dice aquí a Pedro: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados, y a quienes se los retengáis les quedan retenidos”. Es, sencillamente, el poder salvador de Cristo lo que él comunica a sus Doce y Pedro es la cabeza de esos Doce.
Yo creo que es una ocasión preciosa para pedir por el Santo Padre. Es un momento muy singular en la vida de la Iglesia, porque, aunque ha habido, imaginaros los hunos en el siglo V estaban arrasando Roma, o en otros momentos de la vida y de la Historia; o cuando en el Renacimiento todo el mundo romano, incluido la curia o los mismos Papas en algunos casos, se habían paganizado en sus costumbres y en su arte, y en la expresividad de la fe cristiana, sin embargo no perdieron la conciencia de que eran el vínculo que mantenía la comunión en la fe y en la caridad. Ninguno de los Papas, aunque estuvieran en algunos casos verdaderamente relajados y abandonados en su vida personal.
Mis queridos hermanos, hemos tenido en este siglo unos Papas que el mundo no se merece, que no nos merecemos. Y damos gracias a Dios por ellos y pedimos en este momento tan singular, donde yo creo que lo que no ha sucedido nunca, desde los primeros siglos… ¡En los primeros siglos era así también! En los primeros siglos, la cultura era una cultura pagana y el cristianismo se abrió camino en una cultura pagana sin ningún problema, porque lo que genera la atracción al cristianismo no es la belleza o la majestuosidad de su arte, o de sus edificios. Lo que hace cristianos es la belleza de la vida de los cristianos, y eso es lo único que es insustituible. Todo lo demás se puede sustituir, pero eso es insustituible.
Luego, la figura del Santo Padre tiene un significado que también ciertos episodios de la vida del siglo XX nos han hecho comprender mejor. Las iglesias orientales ortodoxas son iglesias que participan prácticamente de todo lo que los católicos (el único punto de no comunión entre ellos y nosotros es justo el no admitir el Primado de Pedro, y el papel por lo tanto del sucesor de Pedro como Obispo de Roma). Y sin embargo, a lo largo del siglo XX, se ha puesto muy de manifiesto que Pedro era también para los cristianos de los países, por ejemplo de todo el bloque soviético, un punto de libertad y una referencia de libertad, que, sin ello, inevitablemente las iglesias terminan convirtiéndose en iglesias nacionales, que terminan más o menos sometidas a los poderes de las naciones. Y cuántos cristianos de Oriente que siguen siendo ortodoxos, o cuántos protestantes… Un protestante me decía en un ocasión: “Mire, yo soy perfectamente consciente de que sólo hay una figura en el mundo capaz de sacarnos del caos en el que estamos, y esa figura es el sucesor de Pedro. Lo que pasa es que necesitamos mucha paciencia, unos y otros, para dejar que caigan los prejuicios, para que nos conozcamos mejor, para que retomemos todos la Tradición y nos olvidemos de los motivos que han causado ciertas divisiones que ya no tienen actualidad, que no tiene sentido mantener en este momento”.
Con ese espíritu pedimos al Señor que sostenga a nuestro Papa Francisco. Que seamos fieles a su magisterio riquísimo y precioso, que prolonga y aterriza muchas veces el magisterio de Juan Pablo II y el de Benedicto XVI (no os creáis a quienes los contraponen. Esos son lobos que se cuelan en el rebaño y los hay, siempre los ha habido y siempre los habrá).
Y sólo explicaros una cosita de este Evangelio, cuando dice aquí “sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y el poder del infierno no la derrotará”. Cuando no oímos esta frase nos imaginamos a la Iglesia como el Mont Saint-Michel, subida en una roca y el infierno atacando por todas partes y a la Iglesia ahí subida en el castillo a la defensiva. ¡Y no es así! De hecho, en el español está mal traducido, porque todos recordáis traducciones más antiguas donde decía “las puertas del infierno no prevalecerán”. Las puertas no son un instrumento de ataque. Son un instrumento de defensa. En las ciudades antiguas, las ciudades estaban rodeadas de murallas y el que la puerta estuviera bien protegida era muy importante. Si Jesús dice que las puertas del infierno no prevalecerán, lo que significa es que es el infierno el que está siendo atacado, y es Cristo Resucitado y la Iglesia con Él la que ataca. Entonces, yo creo que nuestro cristianismo moderno en eso tiene que cambiar, tiene que cambiar psicológicamente. No son los cristianos los que tienen que tener miedo del mundo. Es el mal el que tiene que tener miedo de Jesucristo y de los discípulos de Jesucristo, y del Cuerpo de Cristo. Porque es más poderoso el amor de Dios que el poder del mal.
“Tu Bondad y Tu Misericordia me acompañan todos los días de mi vida”. El Señor es nuestro pastor, no va a ser el mal más poderoso. Pero, a veces, caemos en la tentación de pensar que el mal tiene más poder que el amor de Dios. Pero eso se llama falta de fe, sencillamente.
Que el Señor nos conceda ese don y que sepamos acompañar y vivir en comunión con el sucesor de Pedro siempre.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
22 de febrero de 2021
Iglesia parroquial Sagrario-Catedral (Granada)