Fecha de publicación: 26 de enero de 2021

Una vez más, uno de estos pasajes del Evangelio, que, de entrada, nos desconciertan y que, sin embargo, ponen cómo Jesús no se despega ni una milésima de milímetro del designio del Padre. Ya en la peregrinación de sus padres al templo, siendo Él de unos doce años, les dijo que Él tenía que ocuparse de las cosas de Su Padre y que eso estaba por encima de la familia, y luego un día que una mujer de pueblo dijo “dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron” y él dice “dichosos más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen”.

Parece que ahí hay casi, no voy a decir una falta de respeto, pero que el Señor marca una distancia con respecto a su madre. Y no, en realidad, pone la dignidad y el valor de su madre en donde realmente está. Porque si alguien ha cumplido la Palabra de Dios y la ha escuchado –“Hágase en mí según Tu Palabra”-, es la Virgen María, es la Madre de Jesús. Pero es verdad que Jesús corrige nuestra mirada y la corrige constantemente. Y pone de manifiesto algo que también es bueno recordar en un día como hoy que celebramos a dos discípulos de San Pablo. Pone de manifiesto que el hecho de ser cristianos -me lo habéis oído decir muchas veces- no consiste en que tenemos las mismas creencias o en que tenemos unos mismos principios morales, en que compartimos unas ideas, por así decir; consiste en unas relaciones humanas que han sido tocadas por el Señor y que transforma esas relaciones humanas. Consiste en la pertenencia a una familia, a un pueblo. Yo supongo que los cristianos del tiempo de San Pablo apenas llegarían en el mundo entero a ser dos mil, tres mil… ¡o menos! Y desde luego, los lugares donde se movía San Pablo no llegaban siquiera a un centenar y, sin embargo, conocemos detalles de la historia de Timoteo y de Tito. Conocemos que Timoteo y Tito fueron “hijos muy queridos”, como dice en las Cartas. Y habla su abuela Lodia, que le transmitió la fe cuando era pequeño. Quiero decir que es una historia, es la historia del Acontecimiento de Cristo, de la fecundidad sin límites del Acontecimiento de Cristo. No tendría yo vida suficiente para transmitir eso: que nuestro cristianismo no es un “-ismo”, para empezar, sino que nuestra pertenencia a Cristo se juega en la pertenencia a Su pueblo y a Su familia que es la Iglesia, y esa pertenencia es siempre una pertenencia personal, no una coincidencia en gustos, en ideas, ni siquiera en modos de vida, sino, Señor, una pertenencia que Tú has establecido con nosotros y que es personal, y que pasa por nuestras personas, y que nos une a Ti y nos une a unos con otros.

Yo sé que cuando vivimos en un lugar donde nosotros tenemos el privilegio de vivir, porque es una gracia haber nacido en medio de un pueblo cristiano, de una Iglesia que lleva veinte siglos, es muy fácil imaginarnos a la Iglesia como una institución que hace cosas a las que nosotros asistimos. Si queréis, como una red de gasolinera o una especie de franquicia donde nosotros acudimos, cogemos lo que nos interesa, lo que necesitamos o pensamos que es útil y nos vamos, y la Iglesia sigue ahí, la organizan quienes tienen que organizarla, normalmente los curas, y los curas mismos llegamos a asimilar también esa idea, pensar que somos nosotros los que organizamos eso y que la vida de la Iglesia es tanto más viva cuanto más gente venga, diríamos, a comprar a nuestra gasolinera. ¡Y estamos perdidos! Porque, ¿qué significa eso? Pues, que no nos tomamos en serio que Jesús ha venido a establecer una nueva relación con nosotros; que Jesús ha venido y que esa nueva relación es lo que hace crecer la Iglesia. Y fijaros que no estoy hablando de proselitismo, para nada. No se trata de que vayamos por la vida todos los cristianos haciendo sermones. Que no, que no es eso. Se trata de que la gente pueda ver la belleza de un modo de vida que atraiga y que diga a otras personas “oye, ¿puedo vivir como vosotros?, ¿puedo juntarme?, ¿puedo acompañarte?”. Los ejemplos que os podría dar de la Iglesia antigua y de hoy son miles y miles y miles, pero así sucede la Iglesia. Con la percepción de fondo de las gasolineras no sucede nada en la vida de nadie y lo que sucede es tan secreto, tan interior, tan oculto, que, a veces, ni siquiera sucede en nosotros, y ya nos entra la duda de si “será que yo me estoy comiendo el coco”, “será que yo soy un poco raro y sigo asistiendo a estas cosas a las que ya nadie asiste”, o cosas así. Una Iglesia así es una Iglesia agonizante.

Señor, que no lo seamos. Que mostremos… y, repito, no por hacer proselitismo o atraer a nadie a donde nosotros vamos. Que no, no se trata de eso. Se trata de que no pase ninguna relación por nuestra vida sin que dejemos ver lo que es el secreto de nuestra vida, el secreto de nuestra esperanza, la razón de ser que eres Tú, Señor. Y no haciendo ostentación de ello, de ninguna manera, sino, sencillamente, no ocultándolo, también de ninguna manera. Y así ha crecido la Iglesia durante veinte siglos y así sigue creciendo en los lugares donde crece, que son muchos, gracias a Dios.

Que nosotros seamos esa Iglesia viva que continúa aquella historia que empezó en el seno de la Virgen, luego con Juan y Andrés, y con Juan el Bautista, con Pablo, y que sigue viva hoy. Que siga viva también en nosotros, cada día más.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

26 de enero de 2021
Iglesia parroquial Sagrario-Catedral (Granada)

Escuchar homilía