Queridos hermanos, los que os unís habitualmente a esta celebración y sois fieles de diario de esta misa de ocho del Sagrario;
y los que venís trabajadores de Cope Granada:
Estamos celebrando que hace 50 años comenzó lo que antes se llamaba Ondas Populares, antes de que fuese una red. Hace 50 años comenzó aquí. Cincuenta años es muy poco para la vida de una institución, apenas un comienzo de comienzo, sobre todo con las medidas de la Iglesia, donde las cosas se cuentan por siglos con mucha facilidad y con muchos siglos también con bastante frecuencia. Pero cincuenta años son muchísimos en la vida de las personas, es toda una vida. Me ha dado mucha alegría saber que hay alguien que estaba poniendo cables hace 50 años y que está aquí también con nosotros hoy, celebrando esta Eucaristía unido a nosotros. Pero incluso para muchos de vosotros toda vuestra vida profesional a lo mejor está vinculada desde los comienzos a la COPE. Y hay muchos motivos por los que dar gracias a Dios.
Recuerdo, siendo seminarista, un sacerdote de un pueblo de la montaña, hacia León, en una región que se llama Babia. Y aquel cura, que recorría sus pueblos a caballo, que en invierno estaba tan cubierto por la nieve que durante los inviernos lo que hacía era fabricar a mano, con una navaja y unos pocos instrumentos, cada invierno un armonio y luego los repartía a los curas de la zona. Tenía en su casa cinco o seis armonios que no había podido repartir, porque era la manera en que pasaba los días del invierno. Y tenía una caseta llena de discos de vinilo, de los grandes de 33 revoluciones y de los pequeños. Y aquello era la emisora de radio que él había puesto y que más adelante se uniría a la COPE, cuando aquellas emisoras que habían hecho tantos curas y algunos obispados terminaron convirtiéndose en una Cadena. Desde aquellos tiempos a hoy, hay muchos motivos para dar gracias a Dios.
La COPE ha sido siempre –con más fortuna, con menos fortuna, con momentos de más vivacidad y con momentos más grises, como sucede en la vida de las personas- una voz que ha recordado el valor de la persona humana, el valor de la vida humana; que nos ha recordado que ese valor de la vida humana tiene que ver con una dignidad que no nos la dan los Estados, ni las instancias políticas, sino que nos la da Dios, y que es la garantía, además, de esa dignidad, de esa grandeza única. Somos la grandeza única del ser humano, merecedora siempre de respeto, de afecto y de bondad; nace realmente de que estamos hechos a imagen de Dios y, como decía San Agustín, “nos hiciste Señor para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”.
Esa es la voz que, en el complejo mundo de los medios de comunicación, donde no hay que hacer sermones. Me encanta la Primera Lectura que hemos leído, de San Lucas, porque forma parte de la Palabra de Dios. Y al final dice “Palabra de Dios”. ¿Dónde está la Palabra de Dios? Está en que Dios pasa por nuestra historia; que pasa por nuestra historia significa que pasa por nuestras cosas de cada día: por el mareo del día del mareo, por el rato que se está juntos, por la conversación. La evangelización, es decir, la misión de la Iglesia, que es anunciar la alegría del Evangelio, la Buena Noticia del Evangelio y la alegría y el tipo de humanidad bonita que nace de ahí (sin que el Señor quite nada de nuestro drama, personal, familiares, humanos, del hecho de que envejecemos, de la enfermedad, de la muerte, de nuestra condición mortal; el Señor no nos ha liberado de nada de eso, ni nos ha querido ahorrar a los que somos suyos nada de eso. Lo que es verdad es que nos permite vivir eso de una manera muy diferente a como se podría vivir o como habría que vivirlo, nos sentiríamos forzados a vivirlo si el Señor no estuviera con nosotros, si no lo hubiéramos conocido). En las cosas pequeñas de la vida es donde se puede percibir justamente esa calidad humana que nace del encuentro con Cristo. Esa humanidad más bella, más capaz de ser alegre en los momentos más duros o más difíciles que nace del encuentro con Cristo.
La COPE ha sido también indiscutiblemente –además yo recuerdo en algunas de las discusiones de hace muchos años sobre la misión de la COPE y la tarea de la COPE- una de las defensas más consistentes que yo vi una vez en la Conferencia Episcopal a un sacerdote ya fallecido, era la necesidad de una voz libre, que, en ciertos momentos de la historia, sólo del corazón de la Iglesia puede ser verdaderamente esa voz.
El mundo es ya un mundo postcristiano. Somos conscientes. No vivimos en un mundo culturalmente cristiano. Vivimos en un mundo culturalmente postcristiano. Entonces se hace mucho más importante, a través de las circunstancias que constituyen la trama de la vida, ¿qué es lo que podemos, convertir eso en un discurso religioso? Pues, no. ¿Un profesor de matemáticas, porque es cristiano, tiene que aprovechar su clase de matemáticas para echar sermones? Pues, no. Lo que tiene es que enseñar bien matemáticas. Pero habrá una manera de ponerse delante de los alumnos, habrá una manera de hablar con ellos, de usar el recreo, de interesarse por las ojeras que tiene éste que normalmente no las tiene, o de interesarse por la persona que tiene delante que mostrará que tiene unas razones diferentes, más grandes, más bellas, para vivir y para vivir bien.
¿A qué os estoy invitando? A que seáis siempre defensores de esa dignidad grande de la persona humana, de toda persona humana. San Juan Pablo II decía en alguna ocasión que el estupor ante esa dignidad se llama Evangelio, se llama Cristianismo. Es decir, poder tratar a cada ser humano como nosotros deseamos ser tratados por todo ser humano, como nosotros desearíamos ser tratados, eso sólo es posible desde el Evangelio, sólo es posible desde Cristo. Eso es lo que tenemos que pedir.
En el mundo al que vamos será cada vez más necesario mostrar la belleza de una vida que nace del Señor. Ser una presencia buena. Cuando todo el mundo esté crispado, cuando todo el mundo busque banderías y apoyarse en banderías, y justificar las divisiones entre los hombres –divisiones de todo tipo, en las familias, en la vida social, en la vida política- ser nosotros una presencia buena, que nunca pierde de vista el valor de la vida humana, de la persona humana y el que toda persona humana, también nuestros enemigos, están hechos para Dios, están hechos para la belleza, están hechos para la verdad y están hechos para el bien. Y sólo hay una manera de que la verdad y el bien triunfen, y es mediante el respeto, el afecto. Es el amor más grande el que el Señor hizo triunfar en su vida y en su muerte. Y es el amor más grande al bien de los hombres a la verdad de la vida humana, a la belleza de una vida humana bien vivida a la que nosotros damos voz y damos testimonio en medio de las mil cosas de la vida: hablando de un partido de fútbol, hablando de las noticias de la vida cotidiana, hasta en la manera de elegir las noticias o de subrayar un aspecto o de subrayar otro, en todo puede uno mostrar la presencia de ese bien, que, en primer lugar, es necesario que nos dé el Señor la gracia de tener nosotros la experiencia de ese bien. Y si la tenemos, y si hemos experimentado el bálsamo de la misericordia, del afecto y del amor del Señor y de la misericordia del Señor, podremos nosotros ser comunicadores y portadores de ese bálsamo a todos los hombres, en todas las tareas de la vida y en todas las circunstancias de la vida. Es curioso que en el mensaje de Jesús a los 72 lo que les dice es “cuando entréis a una casa, decid primero ‘paz a esta casa’”, y dice “si hay gente de paz, cogerán vuestro mensaje”.
Vosotros entráis en todas las casas, todos los días. Que en vuestro mensaje uno pueda percibir “entran los de la COPE, entra la luz del día, entra la gracia de Dios en casa, entra la paz de Dios en casa”.
Que seamos todos portadores de paz, sean cuales sean las circunstancias que nos tocan vivir y podemos vivir contentos una vocación preciosa. Yo creo que vuestra vocación es verdaderamente espectacular. Yo sé que en la rutina de cada día, y en los días de más cansancio, vosotros no os sentís nada espectacular. Vuestra vocación y vuestra misión es de las más bonitas que se puede tener en este mundo y si la vivís bien y si en la familia COPE os ayudáis a vivir bien cuando vengan los momentos de dificultad (que llegan en la vida de todos) y sabéis ser amigos y acompañaros unos a otros, también podréis transmitir eso. Ser portadores de paz a través de vuestros micrófonos.
Le damos gracias a Dios por estos 50 años. Muchos de los que estamos aquí somos adictos a COPE como para no oír otra cosa que COPE. Y pedir que sigáis fieles a esa vocación preciosa que el Señor os ha concedido.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
18 de octubre de 2017
Iglesia parroquial Sagrario-Catedral
Eucaristía en el 50 aniversario COPE Granada