Fecha de publicación: 3 de julio de 2017

 

Ayer, domingo 2 de julio, nuestro Arzobispo ordenó en la S.I. Catedral al seminarista Luis Palomino como nuevo diácono para la Iglesia de Granada, y por ende, para la Iglesia Universal.

En la Eucaristía participaron numerosos fieles de Granada, que junto a los familiares y amigos del candidato al sacerdocio, quisieron celebrar este gran acontecimiento para la Diócesis.

Asimismo, el Coro gregoriano del Pontificio Instituto de Música Sacra de Roma acompañó musicalmente la Eucaristía, y de manera muy especial fueron acogidos en la Catedral por nuestro Arzobispo y el pueblo cristiano.

Mons. Javier Martínez impuso las manos a Luis Palomino y lo ordenó diácono. Ser diácono significa “servir a Cristo”. El candidato promete celibato, obediencia al Obispo y servir al altar y a la Palabra de Dios. El nuevo diácono podrá también administrar los sacramentos del Bautismo, el Matrimonio, y las exequias.

El nuevo diácono fue revestido con la dalmática por D. Ignacio Martínez, padrino de Luis Palomino para esta celebración.

El Arzobispo explicó en la homilía de una manera muy concreta en qué consiste esta estrega al Señor: “Libremente le pones tu humanidad entera, con toda su riqueza y con toda sus cualidades disponibles para que el Señor la ocupe. Eso es el celibato. Y que puedas amar a la Iglesia y amar a la comunidades concretas que vayas a servir, como el Señor las ama, de la misma manera y con la misma calidad de amor hasta dar la vida por ellas, si el Señor te lo pidiera o si la Iglesia lo necesitase. Y ahí es donde se encuadra el celibato, el celibato no es solamente una especie de amputación, o una especie de renuncia, o una especie de minusvalía de humanidad, todo lo contrario, es que tu humanidad se pone por entero al servicio del Señor para ser la prolongación de su Encarnación en medio de la Iglesia y en medio del mundo. ¡Y eso es lo que nos da alegría a todos!”.

“Yo quiero ser sacerdote”

Luis Palomino comenzó su formación académica con 19 años. Tras llevar varios años trabajando, primero cursó el graduado escolar y más tarde ingresó en el Seminario San Cecilio para comenzar su formación como seminarista, con un período previo de preparación.

Luis siempre tuvo devoción a la imagen de Jesús Nazareno, de su pueblo natal, Huetor Tájar, y descubrió que quería ser sacerdote gracias a la llegada del nuevo párroco a su pueblo, D. Ignacio Martínez, quien le invitó a participar en la vida de la parroquia. El nuevo diácono narra cómo sintió la llamada a la vocación: “Me sentía pleno y lleno. Estaba trabajando en un planta de hormigón y cuando trabajaba allí, yo decía ¿toda mi vida va a ser esto? Encerrado en una oficina, cargando camiones de hormigón? Yo no quiero esto, quiero lo que siento en una hora que voy a visitar a un enfermo, lo que siento cuando veo a este hombre celebrar la Eucaristía, y bueno, ahí empezó mi corazón a luchar contra el mundo y contra lo que yo sentía y al final, un 21 de junio, día de San Luis Gonzaga, me decidí y dije ‘Yo quiero ser sacerdote´”.

Fe, esperanza y amor

Al final de la Eucaristía, D. Javier felicitó al nuevo diácono y a su familia, y de nuevo agradeció a la Coro gregoriano del Pontificio Instituto de Música Sacra de Roma su participación en la Eucaristía.

Asimismo, antes de dar la bendición, se dirigió a los fieles con estas palabras: “¿Sabéis cuáles son los frutos que permanecen para siempre? Solo tres. Casi todas las obras humanas, el tiempo las gasta o las destruye o las modifica. Solo la fe, la esperanza y el amor. Esas tres cosas permanecen para siempre. Y lo que hayamos podido comunicar de fe, de esperanza y de amor en esta vida permanece para toda la eternidad porque son realidades divinas, son el fruto de la vida de Dios en nosotros. Y ahí nace un mundo nuevo, ojalá pudiéramos iluminar todas las cosas de la vida, de la vida cotidiana, de la vida que llamamos profana, aunque no lo es, con esa novedad de Cristo, que hace que la cosa más pequeña, un vaso de agua, pueda ser una cosa eterna, eterno porque participa del amor eterno e inmortal del Dios vivo”.

Rosa Die Alcolea