Fecha de publicación: 28 de septiembre de 2020

Muy querida porción del Pueblo de Dios (puedo decir que, sin duda, la porción más querida de la Diócesis);
queridos sacerdotes concelebrantes;
querido Nacho;
queridos amigos todos (también es posible que se una a nuestra celebración, a lo mejor, alguien de los que vienen a visitar la Cartuja):

Es la primera vez que nos reunimos, y nos reunimos así todos, en la mitad de esta pandemia que nos sitúa ante una realidad verdaderamente nueva. Cuando el Libro del Eclesiastés decía hace unos días “no hay nada nuevo bajo el sol, todo lo que sucede ha sucedido y volverá a suceder”, tenía en mente un mundo fundamentalmente agrícola, fundamentalmente centrado, con una forma de cultura verdaderamente local. Y aunque lo que dice tiene su parte de verdad con respecto a ese tipo de mundo y a ese tipo de realidades (la salida del sol por las mañanas, la llegada de la primavera todos los años, el fruto de las espigas, el nacer y el morir de nuestra existencia humana como parte de esa misma existencia), y sin embargo es verdad que lo que estamos viviendo ahora es un fenómeno absolutamente nuevo en la historia. Nuevo como consecuencia de un montón de factores.

La fragilidad de un transporte a nivel mundial, la concepción de una sociedad en la que todos los seres humanos son intercambiables por todos, y para ello primero reducidos a una abstracción, a un “yo abstracto”, a un número, un NIF, un NIE, en cualquier parte del mundo. El precio de unos combustibles que nos permiten a nosotros comer piñas de Costa Rica y plátanos de Sudáfrica, y naranjas de Argentina, que salen más baratas misteriosamente que las del Valle de Lecrín; que el que las produce en el Valle de Lecrín no puede vender porque una gran superficie que está a metros de su casa no admite sus naranjas y, sin embargo, las trae de Argentina más baratas, etc., toda una serie de circunstancias que parecen surrealistas, que son surrealistas en muchos aspectos, y que son nuevas.

Yo creo que es cierto que, independientemente de lo que pasa con los Papas, a veces como con los artistas, que no siempre la obra refleja explícitamente la intención del artista, sino que a veces refleja mucho más que lo que el artista tenía pensado pintar. Cuando el Santo Padre hablaba de “nueva evangelización”, Juan Pablo II con motivo del quinario para el V Centenario del Descubrimiento de América, en ese momento sólo pensaba en una revitalización de la Iglesia en América Latina. A medida que fue usando la palabra con más frecuencia, fue pensando como que era necesario retomar la experiencia cristiana desde el origen, desde el principio. Y cuando el Papa Francisco habla de un cambio de época, habla de algo que en nuestra banalidad habitual hemos reducido, como reducimos antes lo de la “nueva evangelización” a un cartelito con unas fotos bonitas para poner en las parroquias, y sin embargo no éramos conscientes nadie de algo de lo que el hecho de la pandemia nos ha permitido hacernos conscientes.

Es posible que para hacernos conscientes de ese cambio sean necesarias varias generaciones. No es un tipo de cosa que se asuma en una semana, o en unos meses. Y lo normal es, como me decía una mujer en la reunión de laicos la semana pasada: “Es posible que hagamos cosas nuevas con esquemas viejos”. Efectivamente, podemos, adaptándonos un poco a las exigencias de los tiempos, sin penetrar más allá de lo que pasa, o de lo que los medios de comunicación nos transmiten y del modo como ellos nos interpretan lo que estamos viviendo, y lo asimilamos, aceptamos y asumimos como nuestro, aparte de dejarnos intoxicar horas y horas al día por esos medios, pues no es fácil que en unos pocos meses que hayamos tomado conciencia (…). Hay mucha gente que nos dice como la orquesta del Titanic “hay que seguir tocando”. Y hay que seguir tocando también por intereses, porque es verdad que la vida económica es una parte fundamental de la vida humana. Sin economía no hay vida humana. Pero la economía no tiene por qué ser la que hemos tenido y la que en buena parte, al menos en alguna parte, es responsable de lo que estamos viviendo, porque estábamos viviendo una vida que no podía seguir creciendo, que no podía seguirse manteniendo, que no era viable, y se sabía desde hace mucho tiempo que no era viable. (…). En los años setenta, cuando para nosotros pensábamos que llegaba la democracia y era una gran fiesta, un carnaval y cuyo carácter de tragicomedia se pone cada vez más de manifiesto en el carnaval que pretende prologarse en la vida urbana de nuestra pequeña ciudad…. Esto es para hacernos tomar conciencia de que la trascendencia, el significado profundo del momento que vivimos tiene mucho más que el hecho de ponernos unas mascarillas, es mucho más honda. Pero también es la posibilidad de tomar conciencia de que en un contexto así, cosas que hemos celebrado toda la vida, las hemos hecho como una rutina de cada día, nos hemos acostumbrado a ellas, pues tienen un significado infinitamente más profundo del que le damos, por ejemplo la Eucaristía, celebrar la Misa. Es mucho más motivo de esperanza el hecho, lo que acontece en una Eucaristía que todos nuestros programa de estudios y que todas nuestras obras, incluidas las sociales. Y tienen más significación para el mundo, para la concreción total, perfecta, del mundo en que vivimos.

Estos trazos que he dado no darán fruto sin oración, con algo de ayuno y con mucho estudio, en el sentido más amplio de la palabra “estudio”, reflexión, atención a los signos, comprensión, tratar de pedirLe al Señor. Le hemos pedido en la oración del Espíritu Santo. Hemos dicho “cumple Tu promesa de que nos conduzcas al conocimiento de toda la verdad”. Toda la verdad no es en cantidad, sino una mirada que sólo es posible desde Dios, que sólo tiene a Dios, y en realidad nosotros sólo la tenemos en la medida en que participamos de ese Ser de Dios, y de la vida de Dios, y que nos permite comprender el fondo de la realidad. Y el fondo de la realidad es siempre el triunfo, no sólo del triunfo final, al final de la historia, sino del triunfo en este momento del amor infinito de Cristo. El triunfo de Cristo en el momento en el que un hermano mío está muriendo, o el triunfo de Cristo en un momento en el que todo lo que me rodea parece tambalearse, y de hecho se tambalea; el triunfo de Cristo en el momento en que el agua empieza a subir.

Dos pinceladas o tres, muy sencillas. En primer lugar, ¿recordáis la frase tantas veces repetida por el Papa Francisco “la Iglesia es un hospital de campaña”?. Eso de nuevo puede convertirse en un eslogan pastoral, puede interpretarse como una invitación a dedicar a ciertas pastorales más importancia que a otras. Yo creo que de nuevo es mucho más profundo. Es decir, estamos en una guerra y el mundo está viviendo una guerra. El Papa ha hablado varias veces de una III guerra mundial. No es una guerra con bombas ni con cañones. Es una guerra económica, pero también una guerra política y no sólo en la política española. Es evidente que el mundo entero está implicado en esta guerra y en las guerras la primera víctima es la verdad y el triunfador parece siempre la mentira. ¿Habéis notado cómo se han multiplicado los anuncios de cosas? (…) Hay un poeta en un poema que decía “si te entregas al consumo, habrás programado tu vida para el futuro y no tendrás más miedos que a dos cosas: a conocer a tus vecinos y a morir”.

Vivimos en un mundo de mentira y eso no ha cambiado por la pandemia. Y sin embargo, que es un hospital de campaña significa que es muy probable que todas las personas con las que nos encontremos, la realidad de las circunstancias han sacado a la luz muchas cosas. Unas, las hipocresías y las falsedades de parte de nuestra vida. Otra, la sed inmensa que tenemos de Dios. A mi no me preocupa mucho que haya más gente en las iglesias o menos gente en las iglesias. En cambio, me da muchísima esperanza el que no me encuentro con casi nadie, una persona solo, pero fuera de esa persona en circunstancias muy diversas, siempre en la calle, siempre en encuentros fortuitos, en encuentros que parecen accidentales, en la cola de una gasolinera…, uno percibe la sed de la gente. Entonces, tenemos que estar atentos a esa sed. Y uno percibe las heridas de la gente, y las nuestras también se ponen de manifiesto y no tienen que asustarnos. Todos hemos nacido en este mundo de pecado y, por lo tanto, todos llevamos heridas en nuestra historia. Todos. Y el reconocer eso es bueno, porque es una oportunidad de abrirnos a la gracia, que es la única verdadera salvación; abrirnos a Jesucristo, que es el único que puede tomar mi vida, abrazarla realmente y acompañarme en el camino de la vida, y acompañarme hasta la muerte. Entonces, uno puede mirar a la muerte de frente, mirar a la muerte con tranquilidad, con dolor, pero no con el dolor que produce la desesperanza del que sólo se siente consumidor, o del que sólo es consumidor aunque se sienta otras cosas, pero, en realidad, sólo es consumidor.

Yo creo que es un momento en el que a lo que tenemos que estar atentos tras las mascarillas y en las miradas de las personas, y hasta rompiendo las mascarillas (las mascarillas están pensadas seguramente para que nos aislemos unos a otros y hay que hace un esfuerzo mayor para poder llegar al corazón de las personas, pero hay que tratar de llegar al corazón de las personas, porque detrás de cada mascarilla existe una humanidad que está amenazada en estos momentos, que corre peligro en estos momentos, que siente el poder de sus heridas de tal manera que a lo mejor se siente incapaz de hacerles frente y que necesita una mano amiga, o que necesita una palabra de afecto, una mano tendida). ¡Ah! Que ahora no se da la mano. (…) Somos hijos libres de Dios. Y pestes ha habido muchos en la historia, y el morirse no es lo peor que le puede pasar a un persona, le puede pasar algo que es mucho, un mal mucho más grande que el pecado; y es un mal mucho más grande: el vivir en el pecado sin conciencia del drama que significa a veces que morirse.

Segunda cosa. “El que tenga sed que venga a Mi y beba”, decía el Señor. El mundo hoy se muere de sed. Y no de sed de agua, aunque también de agua. Las historias del Medio Oriente últimamente son historias que tienen mucho, desde hace veinte, treinta o cuarenta años, más que ver con el agua que con el petróleo, porque todo el mundo sabe que el petróleo tenía sus horas contadas (…). Pero el agua que Dios nos ha regalado a todos los hombres y que parecía un bien inagotable e infinito empieza a ser un bien casi tan escaso como ciertos metales preciosos. Y por esos bienes se mata. Y por esos bienes se destruyen países. Yo creo que detrás de toda la historia de enemistad de lo que viene sucediendo en Siria desde hace diez años está la lucha por el agua. Detrás del conflicto Líbano-Israel, desde hace muchos años, está una lucha por quedarse con el dominio de un río que sería esencial para que no se seque el Mar Muerto y para que puedan seguir viviendo los “kibutz” que hay en el Jordán y muchas otras cosas.

Nosotros somos un poco el pequeño rebaño del que hablaba el Señor cuando no le seguían más que unos pocos discípulos y aquellas pocas mujeres. Nosotros somos esa comunidad de la que San Pablo decía escribiendo a los Corintios “no hay muchos sabios entre vosotros, no hay muchos poderosos de este mundo”. Ssomos “cuatro gatos”, y sin embargo el “sí” más pequeño que Le decimos al Señor tiene una repercusión como el “sí” de la Virgen para toda la historia humana, aunque esté simplemente dicho en el silencio de la alcoba, en el rincón más oculto del corazón; si es un “sí” humano, plenamente humano, con nuestra pobreza, con nuestros limites, con conciencia de ellos, pero si es un “sí” dado desde el fondo de nuestro yo, es un “sí” que introduce una novedad en la historia y que la cambia.

Pero la segunda cosa que yo deciros es que en los hospitales de campaña uno no reclama nunca, no dice “es que aquí falta la resonancia magnética para este caso”. No. Uno tiene los instrumentos que tiene (que, a veces, son muy pocos) y sólo tiene el bienhacer del médico, el olfato del médico, la intuición y el afecto por la vida (…). Lo que quiero decir es que la pandemia nos hace la gracia de despojar a nuestro cristianismo de todo lo que en él no es esencial, de todo lo que él nos distrae, de todo lo que aparte nuestra mirada del centro de acontecimiento cristiana que es el portador de la esperanza del mundo. Y hay mucho. ¿Quiere decir con eso que por ejemplo el arte no es importante, la filosofía, o que basta con la liturgia para resolver o dar respuesta?, pues no. Quiero decir, si uno de vosotros os rompéis un pie, pues me dices “voy a la Eucaristía que se me va a curar el pie”, y si decís eso pues ya está, hay que llevaros a otra clase de médico, vais al traumatólogo a que os cure el pie y le pedís al Señor que sepáis vivir la rotura del pie pues con alegría y sin perder el buen humor, y con paz, con tranquilidad, con esperanza. Quiero decir que haciendo lo que uno hace, que puede ser muy sencillo (…) podemos estar haciendo cosas recogiendo los platos o lavando la vajilla en el seminario porque no hay acciones de primera, segunda o tercera en cuanto a acciones nuestras. La grande es la acción de Dios por nosotros y esa se nos da en la Eucaristía y se nos da para que vivamos las 24 horas del día como hijos de Dios en todas las dimensiones de nuestra vida y entonces esté haciendo lo que esté haciendo (…) siempre que uno tenga la conciencia “soy yo pero no soy yo, es Cristo que vive en mi” y entonces cualquiera de esas acciones es una prolongación de la Eucaristía porque Cristo no viene a nosotros cinco minutos para pedirle que tengamos salud o para que salga bien este examen (…) no. Venimos a la Eucaristía para llenarnos del Señor que nos desea, que nos ama, que no nos necesita para nada, para nada nos necesita Dios, somos nosotros los que tenemos necesidad de Él para ser felices, y Dios ama nuestra felicidad. Cristo ama nuestra libertad, Cristo ama el cumplimiento de nuestras personas en el designio bueno para el que hemos sido creados que es la participación de la vida divina, no hay otro.

Poner en conexión todas las cosas que hacemos con el centro de la vida cristiana, Si no hacemos eso, ni siquiera el estudio de la teología, uno puede saber mucha teología académica pero si eso no conecta con mi sed y con la sed de los demás, y no busco los hilos por donde corre el agua viva, toda esa teología no será más que un obstáculo para que la gente pueda acercarse a Dios y para que yo pueda acercarme a Dios y al revés (…). Es nuestro corazón el que tiene que estar unido al centro y luego se hace lo que haga falta hacer.

(…)

Vamos a unirnos en este momento. Vamos a ofrecer nuestras vidas cuando ofrecemos el pan y el vino con sencillez, conscientes de nuestra pobreza, alegres de nuestra pobreza, porque no deseamos ser ricos, deseamos ser pobres, más pobres. Otra de las lecciones de la pandemia es que el crecimiento ilimitado no es más que una excusa de la avaricia y es, probablemente, una de las partes más clamorosas de la mentira en la que vivimos y en la que seguimos viviendo. Entonces, que también la economía tiene que aprender a decrecer, a que lo pequeño es hermoso, tiene que desarrollarse a nivel local lo mejor posible.

Le ofrecemos al Señor nuestras pobres vidas, contentos de ser pobres, contentos de haber sido llamados a decirLe que “sí” al Señor con mucha sencillez. Que Él nos da el poder dárselo. Nos es devuelto como el Cuerpo de Cristo que quiere morar en nosotros y acompañarnos todos los minutos del día, todos los días de la semana y del año, y todos los días de nuestra vida y hasta la vida eterna.

Que así sea, ojalá no sólo para los que estamos aquí, sino para muchos. Ojalá para el mundo entero, que esa es la voluntad del Señor.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

28 de septiembre de 2020
Monasterio de la Cartuja (Granada)