Queridos sacerdotes celebrantes;
querido señor alcalde, miembros de la Corporación Municipal;
mis queridos hermanos y hermanas:

Estamos en una celebración gozosa, celebrando la muerte martirial de un hijo de este pueblo, de La Zubia. De un sacerdote que, en la flor de la vida todavía, se ve envuelto en una guerra fratricida que las ideologías matan, y se convierte, junto con sus compañeros beatificados recientemente en este año en Granada, y que se unen a los miles, cerca de 10.000 miembros de la Iglesia, en su inmensa mayoría sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas, que sin más razón que la de ser católicos, ser cristianos, mueren martirizados en esa locura que es una guerra, y sobre todo, una guerra civil.

Y la celebración de una beatificación, de una canonización, es reconocer con certeza el testimonio que, siguiendo a Jesús, nuestro maestro, cristianos ejemplares están en un momento de su vida decisivo, y es la mayor prueba de amor: “Nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos”. Pedro da su vida perdonando, como los testigos nos refieren, en un proceso que es exhaustivo. Da su vida perdonando y ayudando a perdonar, y poniéndose en las manos de Dios. Y eso yo creo que es el mayor testimonio, por supuesto el de Jesús y el de ser cristiano. El domingo escuchábamos ayer, la Lectura del Segundo libro de los Macabeos en que siete hermanos y la madre son martirizados por el rey Antíoco IV queriendo imponer una ley pagana contra las convicciones y la fe religiosa del pueblo de Israel, y manifiesta plenamente que, aunque les maten en el cuerpo, ellos están seguros de triunfar. Es mayor su grandeza espiritual que la mezquindad de quien les mata. Es mayor su amor y su perdón que el odio de quienes les llevan a la muerte y, al mismo tiempo, nos dan esa lección de humanidad, pero para los cristianos de fe, en el seguimiento del Maestro, que nos han enseñado y nos ha dicho que hemos de pasar por la cruz.

La religión cristiana es la religión más perseguida en el mundo. Vemos cristianos quemados en Nigeria, en sus iglesias. Vemos cristianos que han muerto asesinados por el Estado Islámico. Vemos cristianos que pierden su trabajo. Vemos cristianos que tienen que huir porque no tienen condiciones de libertad para ejercer con respeto y tolerancia su fe milenaria, por otra parte, en esas tierras. Vemos cristianos que viven hoy en la dificultad. Vemos cristianos que por defender a los más pobres y a los más necesitados, como monseñor Romero, son ejecutados por ideologías de un signo político o de otro. Que hoy estos hombres de Dios, y estos hombres amantes de su pueblo, y vemos el recorrido sacerdotal de don Pedro, desde su pueblo natal, desde La Zubia hasta Alhama de Granada, pasando por la parroquia de San José en Granada, pues es una entrega sacerdotal, como la de muchos sacerdotes que murieron. Hoy tenemos que recoger su testimonio, dar gracias a Dios por su vida, pero aprender la lección de perdón, la lección de ser coherentes con nuestra fe. Los cristianos no seguimos a un muerto ilustre que se nos pierde en la noche de los tiempos. Seguimos a Alguien que está vivo. Ayer nos recordaba el Evangelio que Dios es un Dios de vivos, no es un Dios de muertos. Creemos en la Resurrección. Creemos que con esta vida no se termina todo y prueba de ello es la roca de los mártires. Desde el primero de los mártires inmediatamente después de Jesús, San Esteban el protomártir, los apóstoles que dan su vida por Jesús, hasta los mártires del siglo XX.

En España, celebramos ayer domingo, ese montón de miles de cristianos, de tal manera que la persecución religiosa en España, junto con la de Rusia y junto con la de los cristeros en México pues revive, en el siglo XX, lo que ocurrió en los primeros siglos del cristianismo. Fijaros cuando pasan tantos siglos y volvemos a las andadas de los enfrentamientos. Pedimos todavía, en los horrores de una guerra que ahora conocemos de manera más directa todos los días, a través de los medios informativos y que está ahí en la otra parte de Europa. Nos hablan de las consecuencias económicas, pero, ¿y el sufrimiento de esa gente?, ¿y el desplazamiento?, ¿y la pérdida de seres queridos? Miles y miles de muertos, soldados jóvenes en la guerra fratricida, porque también es una guerra fratricida entre eslavos, entre cristianos a su vez, y todo por ideologías humanas. Todo por afán y la prepotencia de los hombres y de sus intereses que arrasan con las vidas de familias. Pues, D. Pedro, vamos a pedirle ese legado del perdón y de la paz. Ese legado tan necesario en estos momentos también para nuestro país, cuando hay tanta polarización, cuando hay tanta crispación entre unos y otros que piensan de una manera y otros de otra. ¿Pero, dónde vamos? Necesitamos recuperar la serenidad, el sosiego y el dejar las contiendas cainitas que empiezan por la palabra y acaban como vemos en el final humano de D. Pedro Pérez de Valdivia.

Queridos hermanos, queridos fieles de La Zubia, aprendamos esta lección de los mártires, que es una lección de amor, una oración imitando a Jesucristo. Y eso es lo que han hecho los mártires: anteponer su vida por la fe. Confesar y no renunciar a sus convicciones, que no son fundamentalistas: que son de perdón, que son de amor. La Iglesia no es adversario político de nadie. Una Iglesia no es un partido político. Eso tenemos que tenerlo muy claro y tenemos que dejarlo muy claro a los demás. Sí, somos unos actores sociales. La comunidad cristiana sí tiene sus derechos y tiene sus convicciones, y no para guardársela en una forma tan privada que no se atreve a imponerse a sí mismo. Tenemos nuestra historia, nuestra manera de pensar, que nace de nuestra fe, que no podemos esconderla y que está tan metida en la historia de este pueblo que forma su cultura, sus costumbres, su manera de ser, sus convicciones, su manera de entender la vida, de entender la muerte, de entender el amor, de entender la familia, de entender la educación. Y eso no podemos guardarlo, con un respeto exquisito a las convicciones de los demás, pero sin esconder la propia fe. Proponiéndola, no obligando a nadie, pero sí, también los mártires son para nosotros un acicate para que nuestra fe no sea una fe timorata, una fe que va pidiendo perdón por ser cristiano. “Usted perdone, soy cristiano”. No vamos a permitir tampoco que nos diseñen un mundo contrario a nuestras convicciones. Nuestra fe se tiene que mostrar en nuestra manera de pensar, en nuestra manera de ordenar la sociedad. Nuestras convicciones no se pueden quedar de puertas adentro, porque es lo que ha hecho grande nuestro pueblo, es lo que ha hecho grande nuestra cultura y, eso que admiramos también en otras culturas, que sus convicciones las manifiestan, ¿por qué vamos a esconderlo nosotros?

Los mártires son para nosotros un ejemplo de lo que debemos ser. Ciertamente, gracias a Dios, nos vivimos esa experiencia de esa situación, pero sí tenemos que estar siempre con la memoria de no repetir los enfrentamientos de nuevo, de no repetir el ataque al otro porque piensa distinto. Los cristianos vamos a perdonar siempre. Si no perdonáis, no nos perdona Dios y, entonces, tenemos que vivir con esa actitud de perdón y de reconciliación. Y esto en el presente es más necesario. También en nuestra historia tenemos que cerrar heridas. Los que ya tenemos unos años hemos conocido a nuestros abuelos, a nuestros padres. Un tío mío, hermano de mi madre, fue de la última quinta que se fue de la República, y no sabemos nada después. Es decir, en todas las familias hay algo, pero lo que no podemos es mantener las heridas permanentemente abiertas para echarnos unos a otros las culpas. Tenemos que aprender de la historia y aprender que estos hombres que son de paz, que son de reconciliación y, como cristianos, hombres de fe y de amor a Jesucristo hasta dar la vida. Porque hay valores que van más allá de las cosas, que van más allá de vivir bien. Hay razones por las que vivir y hay razones por las que morir. D. Pedro nos da este ejemplo y por eso hoy le rendimos homenaje y lo vemos entre los santos. Los santos son modelos y son intercesores.

Yo creo que tenéis esta gracia de Dios de que un santo de vuestro pueblo, que ahora con sus restos expuestos, quienes han estado en la exhumación de sus reliquias, estaba la correa con la que estaba atado, su cráneo estallado por la bala. Entonces, toda esta lección que sea para nosotros también un intercesor que pida por La Zubia, por sus familias, por los hombres y mujeres de este pueblo, por nuestra patria, para que siempre vivamos en paz, en convivencia y, como cristianos, vivamos con coherencia, que demostremos en nuestra vida la fe que profesamos con los labios.

Que María, la Virgen Santísima, a la que quería tanto D. Pedro, y bajo cuya imagen inmaculada en su capilla ahora reposan sus reliquias que venera el pueblo cristiano, porque son de carne de resurrección, nos ayude para que sea para nosotros siempre Reina de la Paz. Así sea.

+ José María Gil Tamayo
Arzobispo coadjutor

7 de noviembre de 2022
Parroquia de La Zubia (Granada)

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