Hace unos años se oyó decir de un pensador francés, que todavía vive y da clases de filosofía contemporánea en Estados Unidos, que la pregunta más importante en la vida es: “¿Existe un amor que sea capaz de dar sentido a todo lo que pasa en la vida?”. Y yo creo que tenía razón. Antes, otros habían dicho que las preguntas importantes eran otras, pero a mí me parece que ésta es verdaderamente la que correspondía más a las preguntas y a las inquietudes de mi corazón.

A mí me han dicho que la iglesia está llena de niños, pero yo doy por supuesto que todos sois capaces de pensar. De hecho, pienso que los niños piensan más y muchas veces mejor que pensamos las personas mayores. Un señor muy importante del siglo XX, muy fino, decía: “Todos los niños que he conocido en mi vida son listos. La mayor parte de los adultos que conozco son tontos. Debe haber algún problema en la educación”. Se llamaba Chesterton. Entonces, yo os voy a tratar como a niños. ¿A que todos tenéis conciencia de que en la vida hay mucho sufrimiento? A veces por unas cosas grandes, y otras por cosas más pequeñas. Los dos meses que estuvimos encerrados en casa, también nos hicieron descubrir muchas cosas importantes. Lo difícil que es estar juntos sin poder correr y desahogarse. En esos meses tuvimos que estar, los papás tuvieron que estar con nosotros y nosotros con los papás. Y aunque eso, en ocasiones, puede dar lugar a alguna pelea, también dio lugar a muchas manifestaciones y gestos de amor.

Luego hay familias en las que hay mucho sufrimiento porque se ha roto el amor de los padres, o porque falta un padre o una madre, o porque se me ha muerto un hermanito o la yaya, que era con la que yo tenía más confianza en casa y tantas cosas. También, una cosa que a todos nos gusta y que todos queremos es tener amigos y buenos amigos, ¿a que sí? ¿Hay alguien que quiera tener buenos amigos? Que levante la mano. Que bien, sois todos normales. Pero lo de tener buenos amigos no es tan fácil como parece, porque no los fabrica uno: se los encuentra. A veces te encuentras a alguien que parece que va a ser amigo tuyo o que esperas que te trate bien y que te quiera y resulta que no, o te falla a la primera o te utiliza de algún modo. A nadie nos gusta ser utilizados, sea de la manera que sea.

Yo fui durante años, de obispo igual que soy ahora, sólo que era mucho más joven, de la universidad en la Complutense. Justo antes de los exámenes había chicas que me decían a mí: “Mire, en el mes de mayo salen un montón de amigos. Como tengo buena letra y no he faltado ningún día a clase, tengo unos apuntes estupendos. Se me hacen unos amigos que terminan pidiéndome los apuntes y los desprecio porque no valen nada. No son amigos míos. Son amigos de mis apuntes”. Otras veces, los amigos quieren sacar otras cosas. Puede ser dinero, puede ser aprovecharse de ti de una manera o de otra. Pero amigos se encuentran. Entonces, la pregunta que hay siempre en el corazón de un ser humano desde que empieza a usar la razón, y empezáis muy prontito, casi desde los cinco o seis años, dice: “Yo quiero ser alguien bien querido o bien querida, pero no es algo que yo puedo fabricar. No se compra en ninguna tienda, no hay ningún sitio donde yo pueda decir ‘quiero diez kilos de amigos’”. Hay una canción por ahí que dice “yo quiero tener un millón de amigos”, y yo la he hecho mía muchas veces. Yo también quiero tener un millón de amigos, pero me los tiene que dar Dios. No se fabrican, no se construyen y no lo podemos hacer nosotros: lo tenemos que recibir. Y ahí me diréis, seguro, que pensáis muchas veces que qué tiene que ver esto de la religión con las cosas que vivimos a diario. Tiene que ver todo, porque las cosas que vivimos a diario son generalmente nuestros deseos: deseo de aprobar, deseos de sacar unas buenas notas, deseos de que la maestra o el profe me miren bien y me quieran. Deseo de amigos, por supuesto; de que haya amor en mi entorno y en mi familia. Un deseo de estar contentos, de poder ser felices.

Todos los seres humanos vivimos con la vida hecha de pequeñas cositas que deseamos. Y detrás de esos deseos hay un deseo de un amor infinito, de un amor que no acaba en la belleza; que no cansa. Una verdad que no sea tan difícil de estudiar como sociales, el inglés o las matemáticas, sino que sea una belleza que la pueda disfrutar. Una verdad que uno la pueda disfrutar y una belleza que no te canse. Yo tengo delante de mi ventana una persona que toca cuatro canciones con un violín, todos los días. Son cuatro canciones preciosas de violín y esta chica toca bien, pero cuando has oído 10.000 veces las mismas cuatro canciones, pides al Señor que encuentre a alguien que le enseñe una quinta. Eso nos pasa con la belleza de este mundo en general, que es limitada y que se acaba. Vosotros conocéis seguro un montón de matrimonios que se rompen y seguro que cuando se casaron se querían, o pensaban que se querían. A lo mejor no sabían mucho lo que era el amor, pero se querían y luego han roto. Se ha roto porque se han cansado; no han sido capaces de sostener ese amor que hubo en algún tiempo, si es que de verdad lo hubo. Los más mayores habréis visto la película “La la land”. Es una película muy bonita y, por otro lado, me da mucha pena, porque un amor verdadero no se rompe, como parece que se puede romper en la película. Un amor verdadero no se rompe sin combate, sin lucha. De hecho, un amor verdadero dura para siempre, pero la posibilidad de comprender que un amor verdadero pueda durar siempre está en lo que estamos celebrando en la Misa. ¿Y qué tiene que ver la Misa con el amor verdadero? ¿Qué tiene que ver la Misa con los deseos de estar contento y de ser feliz? Pues, mirad, Jesús dijo muy pocas veces a qué había venido, pero una de las veces que lo dijo afirmó: “Yo he venido para que mi alegría esté en vosotros, y para que vuestra alegría llegue a plenitud”. Resulta que Tú, Señor, has derramado Tu sangre para que yo pueda vivir contento. No para que sea bueno. Eso es una consecuencia después.

Quien vive contento es capaz de amar y de sacar todas las posibilidades de sí mismo, de amor, aunque sean pequeñas, las que uno tiene. Jesús ha venido para que estemos contentos. Morir en la cruz y derramar Su sangre ha sido su forma de decirnos que nos quiere y, como quien murió en la cruz era Dios, pues podía quererte. La muerte de Jesús tuvo lugar hace 2000 años, pero como quien moría era Dios y es el que ha creado las galaxias, las montañas, las estrellas y galaxias…, pues para Él no era difícil tenernos a cada uno de nosotros en Su corazón.

Dios te quiere, seas quien seas. Cristo ha venido por ti. Y cuando decimos que Cristo es Rey, lo que estamos diciendo es que merece la pena que reine en nuestro corazón, porque nos ama con un amor que nadie en este mundo, ni nuestros padres, ni el mejor de nuestros amigos, ni nuestro novio o nuestra novia, van a poder darme. Es lo que decimos cuando rezamos “creo en el perdón de los pecados, en la resurrección de la carne y en la vida eterna”: que sabemos que el amor de Jesucristo no nos va a faltar nunca. Por encima de todos nuestros pecados y por encima de todo, nos va a querer siempre, siempre, siempre. Y eso es lo que le hace decir que es Rey del universo, que no son como los reyes de este mundo. Se anuncia que se ha ganado nuestro amor derramando y muriendo como un condenado, para que nadie pueda sentirse solo.

Hay alguien que me entiende. Nunca estamos solos, aunque nos sintamos solos. Podemos sentirnos, pero nunca lo estamos, porque Jesucristo está siempre con nosotros; porque Jesucristo no puede dejar de querernos. Yo puedo dejar de quererle hoy, puedo no conocer que Él me quiere, puedo olvidarme de que Él me quiere, puedo tratar mal a Jesucristo. ¿Por qué? Porque no experimento en este momento su amor, o tengo tantas preocupaciones y tantos sufrimientos en la vida. Sin ese amor es que no merece la pena nada. Pero ese amor infinito es el que le hace nacer una posibilidad de alegría, una posibilidad de estar contentos, de vencer las dificultades, no porque desaparezca el sufrimiento, no porque de repente todas las cosas malas que hay en la vida desaparezcan, como con la varita mágica de Harry Potter, para nada. Vivimos en este mundo y este mundo es como es. Pero estamos edificados sobre un amor que nada de este mundo tiene el poder de destruir. Jesucristo es Rey porque nos quiere. Porque nos quiere con un amor que es lo que más deseamos. A lo mejor, no lo habéis pensado nunca, pero, sin querer, cuando buscáis estar contentos, cuando buscáis ser felices, buscáis a Dios y Dios está en Jesucristo. El abrazo de Jesucristo no nos va a faltar nunca y eso es lo que hace que seamos cristianos y ésa es nuestra alegría. Una fuente de alegría que no se acaba, os lo prometo. Os lo promete un anciano de 74 años, pero que lleva mucho pasado en la vida y que no me falta nunca el amor de Jesucristo.

Vamos a decirLe al Señor que estamos muy contentos de que venga; que lo que le ofrecemos también, nuestros pobres regalos representados en nuestro pan y en nuestro vino, y a lo mejor en alguna cosa más, pero que lo que queremos es que venga a nosotros y que llene nuestros corazones de alegría, hoy y para siempre.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

5 de noviembre de 2022
Casa Madre de Hijas de Cristo Rey (Granada)

Escuchar homilía