Fecha de publicación: 15 de julio de 2022

Usted ha hablado sobre la importancia de echar raíces en la tierra, la comunidad y la Iglesia frente a lo que usted denomina un “paradigma tecno-científico”.

Lo primero que habría que hacer con ese paradigma tecno-científico al que me refiero es superarlo. El paradigma tecno-científico precisamente tiene lugar debido a que el ser humano a lo largo de la modernidad se ha llegado a entender no como parte del cosmos, sino desde fuera del cosmos. Se ha salido de la Tierra, se ha salido del mundo, ha mirado el mundo de frente y por tanto lo ha mirado como un objeto de dominio

¿Cómo propone superar este paradigma?

Primero, pretendo redescubrir la humanidad a partir de la Tierra. En segundo lugar, redescubrir la comunidad a partir de la Tierra, para terminar redescubriendo a la propia Iglesia desde la Tierra. Se trata de proponer la propia la humanidad frente a un paradigma moderno como el de Descartes, que entiende al ser humano como una especie de alma separada del cuerpo y separada del mundo.

Propongo volver a un paradigma antropológico como el de Hildegarda de Bingen, una doctora de la Iglesia s. XII, precisamente porque ella no entiende al ser humano como algo fuera de la creación sino como un ser que está en el centro de la Creación y que es atravesado por todas las fuerzas cósmicas, este hecho de la Tierra y está en la Tierra.

¿En qué momento podemos ver que hoy nos estamos separando, en nuestra conciencia, de ese ser parte del cosmos?

Es un proceso que yo creo que se inicia en el siglo XII, con la racionalidad liberal y la aparición de las escuelas catedralicias, que luego se toman forma con autores como Descartes, Kant y con la ciencia moderna. Creo que ahora es un hecho muy visible, precisamente porque nuestro mundo es un mundo caracterizado por la falta de solidez. Recordemos al sociólogo polaco Zygmunt Bauman que caracteriza a nuestro mundo como una modernidad líquida. Hay falta de solidez. Parece que más que vivir en la tierra, estamos hoy preparando el terreno para habitar el metaverso. Parece claro que la tendencia es cada vez más a abandonar la Tierra en pos de un mundo abstracto y digital. Un mundo que el hombre ha creado aparte de este mundo.

¿Cómo hemos podido perder nuestra conciencia de pertenencia al cosmos?

Cuando uno le pregunta a un niño de dónde viene la leche, lo primero que piensa es que viene del supermercado. Nuestro propio ritmo de vida es un ritmo acelerado, con un flujo de información y bombardeo de datos que hace que el tiempo sea concebido como una sucesión de presentes efímeros que se siguen, que se precipitan hacia ninguna parte. Se trata de una desnaturalización del ritmo de nuestra vida, pues estamos hechos para el ritmo de la de la Tierra, de los ciclos cósmicos, de la siembra y la cosecha, de la sucesión de las estaciones, del día y la noche.

¿Cómo podemos recuperar un poco este sentido de la pertenencia cósmica un poco al modo de Hildegarda?

Creo que yo en este sentido soy un poco radical. Me parece que hay que irse de la ciudad, hay que ir al campo, a la tierra y echar raíces, arraigar en la tierra. Un ejemplo claro es el paradigma del arquetipo del granjero, que es el garante de un ecosistema. Se trata de ir a la tierra, echar raíces y luego, sobre todo, tener paciencia, porque al final uno no termina de arraigar del todo si no es con mucho tiempo. A partir de la tercera, de la cuarta generación que viva en la tierra, ya podríamos estar entrando en esa comunión con la Tierra, que nos va a permitir conocernos mejor y crear comunidades locales sanas, basadas en la necesidad, redescubriendo incluso que la Iglesia misma es cósmica.

¿No es esto como un rechazo de la civilización o una huida del mundo?

Yo creo que precisamente el mundo moderno es quien presenta ese rechazo del mundo. A mi parecer tenemos que reconectar con la Tierra, reconectar con nosotros mismos, reconectar con Dios y no se trata de rechazar como tal el mundo moderno, sino de reconectar con lo que el mundo moderno se empeña en rechazar.

Una de las cosas que has descatado es que la comunidad eclesial no solamente es algo humano, sino que como Máximo el Confesor reclama, es una inmensa liturgia cósmica…

En la Mistagogia de Máximo el Confesor este plantea una eclesiología muy interesante, típica por cierto de la patrística bizantina tardía, entendiendo que la Iglesia tiene un límite universal. Se podría entender que el propio cosmos, la Tierra, es el lugar en el que el ser humano fructifica y se desarrolla. Es un lugar eclesial, el cosmos mismo ya es católico.

Decían los padres del desierto, la espiritualidad bizantina y también eslava, que el corazón del hombre late con el nombre de Jesús. A partir de la lectura de autores como Máximo el Confesor, uno se da cuenta de que el nombre de Jesús no sólo late en el corazón del hombre, sino que late en el corazón de lo real, en el corazón de los seres creados. De alguna manera cada ser existe en tanto que en su corazón, por así decirlo, late el nombre de Jesús. La actividad esencial del ser creado es entonces la alabanza. Es en este sentido como creo que hay que entender el mundo como liturgia cósmica. Todo el mundo, todo el universo, en tanto que existe, está inserto en un cuadro doxológico de alabanza.

¿Cómo podemos entonces los cristianos participar de esta recuperación de la comunidad eclesial sin dejar de estar en contacto con el mundo?

Yo creo que lo primero que hay que hacer es ir a la tierra. No necesariamente todos tenemos que ser granjeros. Me baso en ese sentido en Wendell Berry que dice que, igual que nosotros compartimos una mentalidad industrial pero no todos nos dedicamos a la industria, de la misma manera, aunque no todos nos dediquemos a la agricultura, la ganadería, sí que podemos compartir una mentalidad agraria que precisamente se sustraiga a ese ritmo antinatural de la modernidad.

Frente a esa tendencia de nuestro mundo moderno hacia ese mundo abstracto, a estar más en la nube que en la tierra, creo que no está de más obsesionarse un poco con la Tierra. Apagar el router de vez en cuando y volvernos a encontrar con nosotros mismos en la Tierra, como seres humanos. Creo que eso es precisamente lo que lo que tenemos que hacer, intentar mantenernos con los pies en la tierra y tratar de sustraernos al ritmo del mundo moderno. No para huir del mundo, al contrario, sino para reconectar realmente con la Tierra. De esa manera vamos a poder reconectar con nosotros mismos y con comunidades basadas precisamente en la necesidad de la Tierra, redescubriendo cómo esos ciclos cósmicos no constituyen sino una respiración que es una alabanza continua al Creador.

Ignacio Álvarez
Secretariado de Medios de Comunicación Social