Fecha de publicación: 5 de marzo de 2021

De manera ya muy explícita, las Lecturas de hoy nos orientan la mirada hacia la Pasión del Señor y hacia el significado de Su sufrimiento y de Su muerte. De hecho, la historia de José uno puede leerla casi como una especie de sombra de la historia de la Pasión, y así la leían los antiguos cristianos. Es la historia de alguien que ha sido vendido por sus hermanos, vendido como esclavo. Y que, sin embargo, por misterioso designio de Dios, sería luego el salvador de sus hermanos, de su familia y de su pueblo, una vez que estaba en Egipto, pero que tuvo que pasar por ese desprecio de ser vendido a unos extranjeros.

A José le vendieron como esclavo. El Señor tomó libremente la condición de esclavo. Como dice la Carta a los Filipenses, “invitándonos a tener los mismos sentimientos que Cristo Jesús, que no trató de ser, no tuvo como objeto de orgullo el ser igual a Dios, sino que, tomando la condición de esclavo, se hizo semejante a nosotros y pasó por uno de tantos hasta entregarse incluso a la muerte, y una muerte de cruz”.

En la parábola de los viñadores homicidas, de nuevo Jesús, cerca ya de su Pasión, da a entender cuál ha sido la historia de Israel, que era la viña del Señor, y a la que Él había enviado a los profetas y a Moisés, para que pudieran comprender los designios de Dios y no les habían hecho nunca caso. Y luego, envía a Su Hijo. Y Él prevé ahí cuál es Su destino, la muerte. Y, sin embargo, da la clave de esa muerte, en un texto que también los primeros cristianos usarán constantemente y que usaremos en el tiempo de Pascua para referirnos al significado de la Pasión y del Misterio Pascual de Cristo: “La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular”. ¿Qué significa eso? “La piedra que desecharon los arquitectos”, es decir, a Cristo lo sacaron de la viña, lo sacaron de la ciudad para matarlo y consideraron que así se libraban de él y terminaba su obra. Y, sin embargo, se ha hecho la “piedra angular”; la “piedra angular” del nuevo templo de Dios, del pueblo hecho de todas las naciones y de todos los pueblos, de la nueva humanidad redimida por el amor, reconquistada para Dios y unida a Cristo para siempre. Para participar en Su Gloria y en Su Reino.

Hay una clave de lectura aquí, de la Semana Santa a la que nos acercamos, de la Pasión. Pero también de las circunstancias de nuestra historia: que no hay circunstancia mala que no le permita al Señor la muerte de Cristo, que ha sido el pecado más grande de la historia humana, sin duda ninguna. Sin embargo, ha sido la fuente de vida y de bendición para el mundo entero, porque ha sido donde se ha revelado el abismo sin fondo del Amor de Dios, que no excluye a nadie. Lo mismo que la venta de José a los ismaelitas, que iban camino de Egipto y lo vendieron allí como esclavo, terminó convirtiéndose en una fuente de bendición para todo el pueblo de Israel. Lo mismo, las circunstancias difíciles, si nosotros sabemos vivirlas, y nos da el Señor la gracia de poder vivirlas desde Dios, son siempre una oportunidad y una ocasión para testimoniar que Dios es más grande; que Dios es verdaderamente la roca de nuestro refugio; que el Señor es nuestro único salvador frente a todas las falsas esperanzas que ponemos de felicidad en tantas cosas y que esa roca de refugio no falla. Que podemos pasar por momentos de oscuridad, por momentos de prueba, pero que el Señor permanece fiel. Yo creo que el mismo viaje del Papa (ndr. a Irak) es un signo de la fidelidad de Dios, de que Dios no se arredra, no se arredra ante las dificultades ni se deja vencer por ellas.

Que el Señor nos haga partícipes de esa fortaleza. Que el Señor nos ayude a mirar las circunstancias con los ojos de Dios y no con los nuestros. Y con la certeza siempre de quien tiene la última palabra. Quien tiene el triunfo final es el Amor infinito de nuestro Dios.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

Iglesia parroquial Sagrario-Catedral
5 de marzo de 2021

Escuchar homilía