Este báculo de la Misericordia De Dios, en la punta visible de su puño, lleva el Pan venido del cielo que alimenta y sostiene nuestro camino. El espacio y el tiempo del reino De Dios serán marcados por el pasaje de este Pan: donde eso llegue, se monta el banquete al que son invitados los sin-pan de la tierra. La semilla evangélica es lanzado a cada terreno, no espera que se vuelva bueno. Es ella misma que lo hace bueno, implantándose en la tierra de nuestra indigencia y nuestra indiferencia. Cuando la semilla de la Eucaristía del señor está implantada en la tierra, la tierra se volverá buena para empezar a vivir.
La señal De la Cruz, aquí, ha resbalado discretamente debajo del pan, como un sigilo. Y la lanza ha agujereado el costado del Señor, en el que se han fundido los clavos que le han herido la carne, ahora sirve para implantar más firmemente su perdón en la tierra. La semilla trae vida muriendo.
Empuñado para abrir las aguas y indicar el camino, este báculo pastoral brillará como la columna de fuego del Éxodo. Implantado en la tierra, será como el tallo de una flor bellísima, que emociona al Desierto. Su paso, y su parada, se vuelven parábola de la visita De Dios para todos aquellos que están envueltos por las sombras de la resignación y el abandono. Es humil, este báculo del Cristo pobre, nómada y migrante desde su tierna infancia. En efecto, se obtuvo de las modestas chapas del lugar de la acogida y el abandono que infinitamente se repiten, aún hoy. Debido a que trae el Pan del Cielo ahora se ha vuelto puro y brillante como ni siquiera la mejor plata podría serlo. Hay que llegar con humildad a empuñar este báculo, que lleva la vida del Hijo, trepada hasta la Cruz para vaciar de su desesperación a nuestra misma muerte. Cuando empuñaremos este báculo, tendremos que recordárnoslo: nunca estaremos a la altura de Tanta pureza y belleza. Este báculo es para quienes sean capaces de conmoverse para el pueblo que tiene que ser guiado y consolado, animar y sanar.
Este Báculo de la Misericordia , que lleva el símbolo de la mutación De la Cruz en Pan, está hecho para estar junto a el Arca de la generación y de la regeneración de la Presencia: el Tabernáculo de la Alianza. Este también es símbolo de metamorfosis: cavado en una gruta sepulcral, acogedora como el regazo materno. Belén y el Gólgota. El nacimiento y la muerte, habitadas por una misma pasión en la que florece la Vida. Misma pobreza material de la hospitalidad improvisada y inesperada, misma ternura real de la inhabitacion terrena de Dios, el Inesperado. Los seres humanos deben reencontrar la valentía de exponerse a esta real pobreza de la señoría del amor De Dios por la vida del mundo. Deben dejarse conmover por la tenacidad con la que esta implanta su hogar e nuestra carne, para dejar brotar un alma amante, contra la que el odio no puede. Los seres humanos deben abrir sus mentes a la adoración, y cierren su corazón al desprecio por el regazo divino en el que nacimos, somos nutridos, custodiados y empezados a la vida.
De la encarnación del Hijo, que hace florecer la aridez de la tierra y hace resplandecer la casa de los hombres, las señales son estas.
La herida de fuego en la carne – la decisiva, la del amor – que reabre la vida del Espíritu, está ya anclada al Hijo, en su cruz. Su hospitalidad y su ofrenda, para todos los hijos del hombre, ya las trajo la Madre, en su vientre. El maná del desierto era milagro y profecía por un día. El Pan bajado del cielo es camino y casa durante un día. Hasta el último. El Báculo y el Tabernáculo, que nos liberan del peso insoportable de nuestra indiferencia por los pasajes de la Misericordia De Dios y de la compasión entre los hombres, son entregados a nosotros ahora.
Pierangelo Sequeri
Sacerdote italiano
(Traducción de Martina Lonati)