Queridos hermanos y hermanas, y cuantos nos seguís a través de la Cadena Cope:

En esta primera parte de esta celebración de la Pasión del Señor en este Viernes Santo de 2023, al igual que en todas las iglesias del mundo; y nosotros en Granada después de tener ese acto tan emotivo, tan cargado de fervor, y al mismo tiempo, heredado de la fe de nuestros mayores y actualizado de la petición ante al Cristo de los Favores en el Campo del Príncipe ante el Cristo de piedra crucificado; hemos presentado nuestras ofrendas de nuestro corazón, pero también hemos pedido tantas cosas.

Lo haremos también en esta liturgia del Viernes Santo. Esa oración universal, que después iremos desgranando tantas y tantas necesidades del mundo. Como si Cristo en la cruz tuviese más propicio a escuchar nuestras súplicas, porque, efectivamente, como nos dice el texto que hemos escuchado de la Carta a los Hebreos, “no tenemos a un Sumo Sacerdote que no se compadezca de nuestras debilidades, sino que probado en todo, igual a nosotros, excepto en el pecado, nos entiende, nos acoge”. Ha tomado nuestra humanidad. Se ha dejado coser en una cruz por amor nuestro. Y es lo que ya nos ha anticipado el canto cuarto del Siervo de Yahvé del Libro de Isaías que hemos escuchado como Primera Lectura en esta liturgia de la Palabra. Nos ha dado como el boceto, nos ha dicho, casi literalmente, cómo sería la Pasión del Mesías. Y ese siervo de Yahvé, Jesús, y así se muestra ante el Sumo Sacerdote.

La Pasión según San Juan que hemos escuchado ha puesto ante nuestros ojos la realidad del Misterio Salvador de Cristo. Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, el Hijo del hombre del que habla el profeta Daniel, que vendrá glorioso sobre las nubes del Cielo, al final de los tiempos, para juzgar a nuestro mundo; es este Siervo de Yahvé, sufriente, que carga con los pecados de todos; con esa Redención vicaria que ejerce sobre la humanidad: “Sus heridas nos han curado”. Él cargó con nuestros crímenes, desfigurado no parecía hombre, pero Él es el Hijo del hombre. Es el Hijo de Dios. Es el Dios encarnado. Y si no supieron reconocerlo, a nosotros se nos pide, cristianos en el siglo XXI, que al escuchar el relato de la Pasión, nosotros sepamos descubrir, como el centurión, como las santas mujeres, como María, como Juan Evangelista, que ese que pende de la cruz es el Redentor del mundo.

Nosotros también, como Dimas, le vamos a decir como el Buen ladrón: “Acuérdate de mí cuando estés en tu Reino”. Nosotros también, queridos hermanos, vamos a decir y vamos a confesar, como el centurión: “Verdaderamente este hombre es el Hijo de Dios”. Cuando los demás personajes de la Pasión: uno se lava las manos, otro lo entrega, todos lo abandonan, otros se mofan, otros lo ponen a prueba, Jesús, y Pilatos pregunta por la verdad. Y tiene ante sí a la Verdad misma, aquel que había dicho: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”. Aquél que nos ha dicho que la verdad nos hace libres, está maniatado ante un gobernador cualquiera de una provincia romana, que ha pasado a la historia precisamente y “juzgó” al Redentor del mundo.

Queridos hermanos, la Pasión no puede pasarnos desapercibida. Jesús nos ha dicho: “Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz de cada día y sígame”. La cruz, desde el Misterio Redentor de Cristo, no es un instrumento de ignominia, no es un instrumento de castigo, es la señal de victoria. Por eso, queridos hermanos, vamos a adorar la cruz de Cristo. Humanamente, no tiene sentido. Es un contrasentido. ¿Un instrumento de ejecución vamos a adorar? Sí. Cuando éramos pequeños en el catecismo se nos preguntaba: “¿cuál es la señal del cristiano?”. Y decíamos: “La señal del cristiano es la Santa Cruz”. Y se nos preguntaba también: “¿Por qué la señal del cristiano es la Santa Cruz?”. Porque en ella murió Cristo para redimir a los hombres. Ahí está precisamente la razón de esta adoración. La cruz se ha convertido en la señal de la victoria, en la identificación de nuestra identidad, y la llevamos sobre nuestro pecho, la ponemos en nuestra casa, corona nuestras iglesias, ponemos en nuestras tumbas. La cruz se ha convertido para nosotros en la salvación. Y como dice el viejo adagio latino: “Por la cruz, a la luz”.

Queridos hermanos, vamos a tomarnos en serio esto de la cruz. Esto de la cruz que humanamente no se entiende, como no se entiende la lógica de Dios, que, siendo hombre, se hace uno de nosotros. Que nos dice en el Evangelio que los últimos serán los primeros; que bienaventurados son los pobres, los limpios de corazón, los que lloran, los que sufren la injusticia; que nos dice que bienaventurados son los pacíficos, cuando las reglas de nuestro mundo son precisamente otras, y así nos va. Donde triunfa aparentemente la violencia, donde el poder es ambicionado, donde los enfrentamientos están a flor de piel y las rencillas. Pero, la lógica de Cristo es la lógica de la cruz y es el distintivo de los cristianos.

Queridos hermanos, que no sea algo decorativo sólo. Que la cruz, aunque moleste a algunos, aunque se esconda, forma parte de la realidad humana en el misterio del dolor, en el misterio del sufrimiento, en el misterio de la enfermedad, en el misterio de quienes están excluidos y de la pobreza. Tomemos la cruz de cada día, esa cruz que está en tu enfermedad, esa cruz que está en tu dolor, esa cruz que está en la incomprensión, esa cruz que está en tantos y tantos escenarios del mundo en estos momentos donde el odio arrasa, donde la violencia campea, donde las guerras son alimentadas con las ventas de armamento para lucrarse unos pocos, donde los más débiles ven pisoteados sus derechos, donde se produce ese éxodo permanente de los desheredados de la tierra buscando mejores condiciones de vida en los países ricos y se levantan muros, donde nuestro Mar Mediterráneo se ha convertido en un sepulcro.

Queridos hermanos, el Misterio del Viernes Santo se prolonga en el sufrimiento humano. El Cristo, que nuestra Virgen de las Angustias tiene en sus brazos, es un Cristo de humanidad también; es un Cristo del sufrimiento de nuestro pueblo, de los enfermos, de los abandonados, de quienes sufren. Esa larga hilera de humanidad.

Queridos hermanos, el Misterio del Viernes Santo nos tiene que llevar en comunión, de la comunión con el Cuerpo de Cristo, también a vivir esa comunión, tocando –como nos dice el Papa Francisco- el cuerpo de Cristo en quienes sufren.

Queridos hermanos, tomemos la cruz y veremos cómo la cruz no nos producirá rabia. Veremos cómo la cruz nos santifica. Veremos cómo la cruz no nos desentiende de nuestras tareas. Veremos cómo la cruz nos ayuda a afrontar las dificultades y a crear tras nosotros un mundo mejor. Tomemos la cruz de cada día. Pero eso exige antes, como Jesús mismo, que nos amó hasta el extremo, que nos ha dicho que nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos, y esos somos nosotros, la humanidad; veréis cómo la cruz nos santifica y nos llena de la alegría pascual, porque sólo llega a la victoria quien ha pasado por la cruz. “Si alguno quiere venir en pos de Mí niéguese a sí mismo, cargue con su cruz y me siga”.

Queridos hermanos, pidámosLe ayuda a Santa María, que es el gran regalo que hemos recibido de Cristo. “Mujer” la llama Jesús en el Evangelio de Juan. Al igual que en las Bodas de Canaá, cuando aquellos esposos necesitan la ayuda e intercesión de la Madre de Dios. Mujer, porque es la nueva Eva, que está junto al nuevo Adán, y con su obediencia desata el nudo de la desobediencia de Eva. “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Y esos somos nosotros. “Hijo, ahí tienes a tu madre”. Y el evangelista nos dice que la recibió como algo propio.

Que Santa María es algo nuestro. Y es algo tan nuestro que forma parte de nuestra identidad. No nos entendemos como cristianos en Granada sin María, sin Nuestra Señora de las Angustias. No se entiende el cristianismo sin María, que en Ella hizo grandes cosas el Todopoderoso porque miró su humillación, a Ella, la que Dios le pide permiso para encarnarse entre nosotros.

Queridos hermanos, el Misterio de la cruz es un libro abierto. Procuremos aprender de la escuela de Cristo. Procuremos tomarnos en serio a quien pende de la cruz y nos anuncia que al tercer día resucitará.

+ José María Gil Tamayo
Arzobispo de Granada

7 de abril de 2023
Catedral de Granada

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