Artículo de los sacerdotes del Arciprestazgo “Virgen de las Angustias” sobre la Semana Santa.
Jesús Nazareno vivió nuestra vida y murió nuestra muerte. Se desvivió, se expropió, para pertenecer a todos sin reservarse nada para sí mismo. Toda su vida fue una entrega incesante al bien de los demás, empezando por los más pobres, enfermos y excluidos sociales. Así difundía, como Hijo bienamado, el Reino de Dios en la vida de su Pueblo.
Sus palabras y comparaciones parabólicas explicaban su existencia, en la que reinaba Dios exclusivamente, sin dejar el más mínimo resquicio para otros reinos: del dinero, del poderío, del prestigio espectacular.
Iluminaba a las gentes, pero no las deslumbraba. Convocaba a su seguimiento, pero sin seducir, ni violentar a nadie. No prometía facilitar la vida, sino que invitaba a arriesgarla como Él, por servir gratuitamente, empezando por los más últimos, contrarrestando el dominio reinante de los más fuertes sobre los más débiles.
Proponía adorar a Dios en espíritu y verdad, evitando disimulos y apariencias hipócritas. Centró la relación con Dios en buscar su Reino y su justicia, sin desviarse por añadiduras. Desenmascaró el negocio del templo de Jerusalén espantando a sus mercaderes.
La permanente intimidad orante con su Padre, con la plenitud del Espíritu Santo, le daba fuerza para proseguir su misión hasta el final. Los poderes, bien establecidos en sus intereses a costa del pobre pueblo, le cortaron su camino, llevándolo a sus tribunales que lo condenaron a la ignominiosa muerte de cruz. Pero el poder del amor de Dios lo rescató de la muerte en la resurrección a una vida nueva, llena de su gloria para siempre. Junto a su Padre del cielo continúa su entrega salvadora al alcance de todos los pecadores y mortales.
Quienes le creemos Viviente, nuestro Hermano y Salvador, no dejamos de recordar y celebrar su vida entregada con su sangre derramada. Para proseguir su camino donando la vida propia en favor de los demás, empezando por los más faltos de vida, los más abandonados y desesperados, los más crucificados por las mil cruces que sobrecarga sobre sus hombros la historia del pecado del mundo.
No queremos pasar una semana al año de simples recuerdos piadosos y emociones más o menos sentimentales entre rezos en los templos y en las calles.
Queremos, con la gracia de Cristo Salvador y el don de su Espíritu santificador, reproducir su vida en la nuestra, incluso corriendo sus mismos riesgos hasta la muerte, por ponernos al servicio exclusivo del Reino de Dios, de su justicia, amor y paz.
Y hermanarnos así, sin disimulo ni vergüenza, con todos los desahuciados de la vida, los más vulnerados, los más hundidos por el peso de las cruces laborales, sociales, económicas, políticas y religiosas, “la carne sufriente de Cristo”, como los califica tan evangélicamente nuestro Papa Francisco.
Hermanarnos con nuestro amor gratuito, servicio incondicional y defensa a todo riesgo, para llevar, como el apóstol San Pablo, el buen olor de Cristo entre las gentes.
Lo sacerdotes del Arciprestazgo “Virgen de las Angustias”
Archidiócesis de Granada