Aunque no es hoy el día en que la Iglesia en España celebra los mártires de España en el siglo XX, el hecho de la deposición de las reliquias en la Iglesia donde ya habían estado sepultadas y donde si Dios quiere tendrán su definitivo lugar. Es un motivo suficiente, más que suficiente, para celebrar esa fiesta. Y nosotros hoy, en este lugar, por lo menos, para celebrar una liturgia de los mártires en la que nos apoyamos en su victoria y les suplicamos que intercedan por nosotros.
Las dos cosas las necesitamos porque necesitamos una fe como la de los mártires que nos han precedido, para vivir con gusto la vida, sean las que sean las circunstancias en las que el Señor nos pone, para dar gracias a Dios, como decimos siempre en el prefacio a la plegaria eucarística: “Siempre y en todo lugar”. Y poder vivir contentos en esas circunstancias. Y al mismo tiempo, para que el Señor nos sostenga.
Estamos a una semana de las elecciones (…). Creo que es bueno recomendar a la gente que vote, salvo que tengan motivos importantes para no hacerlo, y que voten en conciencia como crean que deban votar. Pero suceda lo que suceda en las elecciones, que, además, no espero que suceda mucho, pero aunque sucediera, suceda lo que suceda, lo que sí que es cierto es que nosotros estamos llamados a dar testimonio de la fe con nuestra persona y con nuestros actos y con nuestra vida, y eso es lo que importa. Lo que a nosotros nos tiene que preocupar no es quién gana, o qué discursos me parecen más tolerables o menos tolerables. Eso ya es dejarnos imbuir por una lógica del mundo y por un espíritu del mundo que reduce estos días a la campaña electoral, ya hace mucho tiempo. Y reduce la vida humana a la dimensión más exterior, y yo diría casi más circense, de la política, que son las luchas de poder entre los partidos y sus respectivos líderes.
El momento es para volvernos al Señor y para pedirle al pueblo cristiano…, teníamos ayer la lectura de Zaqueo, y yo decía para que a Zaqueo se le ocurriese subirse a un árbol para ver al Señor… El Señor tenía que ir acompañado de una cierta multitud de gente. Si nosotros no tuviéramos las iglesias, las novenas, los cultos que tenemos, las procesiones; si nosotros vamos por la calle, ¿proclamarían nuestras vidas a Jesucristo? Y si un día no lo tuviéramos, ¿pasaría algo en la vida de la Iglesia? Pues, en realidad no. En realidad, no pasaría nada. Nos llevaríamos un disgusto sin duda, pero un disgusto a nivel superficial (…)
Perder la vida o perder las propiedad es un prestigio social, o perder ciertas cosas, en realidad importa tan poco, vale tan poco, vale tan poco a la hora de afrontarnos, de ponernos delante del Señor y de Su juicio. Hacer de ello algo por lo que luchar, o por lo que defender no merece la pena. La fe no es un conjunto de ideas, lo han dicho ya los papas muchas veces. No es un conjunto de ideas, ni siquiera un conjunto de valores, o de preceptos morales. Es el encuentro con una Persona viva. Es la afirmación de un Acontecimiento que ha cambiado la historia del mundo. Y no ha cambiado la historia del mundo porque haya triunfado en el mundo. Tal vez, igual que en Su ministerio terreno no triunfó, pues no triunfa ahora en el ministerio nuestro de la Iglesia. Pero no está dicho en ninguna parte que nuestra vocación sea triunfar aquí.
Nuestra vocación es acoger el don de la vida que Cristo nos da, acogerlo con alegría y aguardar con paciencia la venida gloriosa del Señor, o la venida del Señor cuando nos toque y de la manera que nos toque. Pero, en la vida y en la muerte, somos del Señor. Ese es nuestro gozo. Esa es nuestra fortaleza y esa es nuestra esperanza en la certeza de que Él no nos abandona a nosotros. Podemos abandonarle nosotros, podemos alejarnos de él nosotros, podemos dejarnos de mil formas ser colonizados por los criterios del mundo, pero el Señor no se olvida de nosotros, ni nos deja a nosotros.
Y yo creo que eso es lo que tenemos que darLe gracias por ello, porque no es nada que podamos presumir de mérito alguno para que haya sucedido, para que seamos cristianos simplemente. Es una gracia que vale más que la vida el hecho de ser cristiano y todo lo demás es añadidura. Ni para ser sacerdotes, tampoco hemos hecho nada que merezca un don tan grande como es el del sacerdocio y ese gozo, por lo tanto, no nos lo puede arrebatar nadie. Pero sí que tenemos una certeza sólida en que Dios es fiel y nunca deja de cumplir sus promesas y, además, las cumple al ciento por uno. Un vaso de agua dado en Su nombre no quedará sin recompensa. Cuanto más una vida gastada, vivida sencillamente en la fe del Hijo de Dios. Como decía San Pablo, que se entregó, vivo en la fe…
Le damos gracias por esa fe que hemos recibido, la hemos recibido de un pueblo de testigos. Que el Señor también nos ayude a ser nosotros testigos de Él, y de Su vida. Que así sea para todos.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
4 de noviembre de 2019
Colegiata de los Santos Justo y Pastor