La plegaria de estos días y el sentido de la liturgia va orientada toda ella a disponernos al Nacimiento del Señor y a que esa disposición, que es una Gracia -el desear Su Venida- la supliquemos con más insistencia: ¡Ven Señor Jesús! Esa oración, que es lo que el Espíritu y la Esposa piden, es la oración de la Iglesia en este tiempo.

Os digo una brevísima observación sobre el Evangelio. El Ángel no le explica a José que el embarazo de María es obra del Espíritu Santo. El Evangelio más bien da por supuesto que José conoce eso, y es por respeto a eso por lo que -y para evitar (como eso no lo iba a entender la gente) que eso difamase a María- él decide retirarse y quitarse de en medio. Y el Ángel lo que le dice es: “No temas en recibir a María, porque lo que Ella ha concebido es del Espíritu Santo. Tú tienes una misión”. Ese es el centro del mensaje del Á: “Tú tienes una misión”, que es ponerle el nombre y cuidar de ese Misterio grande que te invita a ti. “No te acerques a esta zarza que el terreno que pisas es sagrado”. Pero el Evangelio da por supuesto. Luego, en la traducción, mucho depende de donde ponga uno las comas, pero, cuando uno lee el texto con atención, no es que el Ángel le explique el Misterio de la concepción de Jesús, sino que lo que le explica es que tiene una misión que realizar; que no tiene que retirarse, sino que tiene que seguir ahí. Es cierto, como dice el Santo Padre y como ha dicho el Magisterio de la Iglesia tantas veces, que la misión de José enseña a los hombres la paternidad en un sentido que los padres y las madres, pero particularmente los padres, tienen que saber que sus hijos no son suyos. Todo hijo que viene a este mundo es un don de Dios y no nos pertenece, no somos propietarios de ellos, de tal manera que el Misterio de la Encarnación del Hijo de Dios ilumina también en eso nuestra vida humana.

Y ahí yo os quiero decir algo que me parece fundamental para vivir bien la Navidad. A veces pensamos que el que Cristo nazca es algo que nos alimenta espiritualmente, que nos da consuelo. Podemos hasta entenderlo casi en una clave que pueda parecer hasta marxista. O sea, en medio de estas catástrofes y todos estos caos que vivimos, nos consuela y Marx diría que “ese es el opio con el que nos drogamos”: es un consuelo añadido, artificial. Pero, en el fondo, pensamos que nuestra vida humana tenemos que gestionárnoslas nosotros. Y no. Yo quisiera deciros, y me da pena no poderlo explicarlo despacito, que Cristo viene a hacer posible que vivamos nuestra humanidad. Cristo viene a hacer posible que podamos vivir en plenitud facultades que constituyen nuestro ser humano. Cristo viene a ensancharnos la razón, porque nos abre a la razón un horizonte que, si no, permanece en la oscuridad. Todo ser humano puede darse cuenta que las cosas son más de lo que son. Que nosotros somos más de lo que somos capaces de explicar.

Pero ese misterio permanece oculto. Cristo no quita el misterio, pero lo ilumina. No quita el drama de vivir. Si quitara el drama de vivir, tendríamos una confirmación de que el anuncio de Jesucristo es falso. Pero no lo quita. Y sin embargo, lo ilumina. Cristo nos ensancha la razón, nos hace posible vivir bien y comprender mejor la libertad, y ser más libres. Para ser libres, nos ha libertado Cristo. Y fuera de la fe, yo sé que estamos acostumbrados a pensar que la libertad es una cosa puramente humana, que la razón es una cosa puramente humana y que el afecto y el amor son puramente humana. Mentira. Necesitamos que Cristo venga para poder vivir bien la razón, para poder vivir bien la libertad y para poder amar bien, porque fuera de Cristo nuestro amor se convierte en posesivo. Fuera de Cristo, la libertad se convierte en una libertad que sabe destruir, que sabe quitar obstáculos, pero no sabe poner nada en su lugar. Fuera de Cristo, tanto el afecto, como la libertad, como la razón, se ponen al servicio de intereses, de ídolos. La libertad al servicio de nuestros instintos. El afecto también se hace posesivo. Se hace una cosa verdaderamente heroica y extraordinaria el poder amar. Y fuera de la libertad, fuera de Cristo se hace también pequeña la razón y la reducimos a cálculo, la reducimos a medida, en lugar de ser una apertura al Misterio infinito de la realidad.

Necesitamos a Cristo para que nuestra humanidad pueda ser una humanidad plena, para poder encaminarnos a esa humanidad plena. No nos encontraremos a nosotros mismos, no encontraremos nuestra humanidad al margen de Cristo. Al margen de Cristo está la nada. Pero la nada y el nihilismo son un lugar muy desagradable para vivir. El hombre no resiste vivir en ella, ni siquiera coherentemente, ni siquiera unos pocos minutos si se pone a pensar. Entonces, ¿qué hacemos? Sustituirlo por otros dioses: el Estado, el dinero, la suerte, cosas que son incapaces de salvar y dar sentido a nuestra vida. Por eso, desear que Cristo nazca no es una cosa piadosa. Desear que Cristo nazca es una necesidad absoluta para nuestra humanidad. Y esta humanidad. Yo no hablo de la humanidad en general; hablo de la mía, del misterio que somos, la realidad que somos. La imagen de Dios que soy. Por eso, cuando decimos “ven Señor Jesús”, estamos diciendo algo mucho más importante que una fórmula piadosa.

Que el Señor nos ayude a decirlo en verdad, con toda la verdad.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

18 de diciembre de 2020
Iglesia parroquial Sagrario Catedral

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