Queridos sacerdotes concelebrantes;
diácono;
queridos hermanos y hermanas;
queridos Pueri Cantores (estáis haciéndolo muy bien en este día, en esta Solemnidad tan importante de Cristo, Rey del Universo).

En este domingo con el que concluye el año cristiano, precisamente celebramos esta fiesta en la que Cristo nos pone ante nuestros ojos la centralidad de Cristo. Cristo es el centro. Cristo es lo esencial de nuestra vida. Nuestra fe se basa en la confesión de Cristo como el Hijo de Dios hecho hombre. Santo Tomás de Aquino, el gran Doctor y maestro de la teología católica, decía que había aprendido más de un crucifijo que de todos sus libros. Esa es la cátedra de Cristo y ese es el trono de Cristo, la cruz. Por eso, el evangelista San Lucas nos presenta a Cristo en la cruz y, precisamente, enmarcado con ese título que se pone encima de la cruz, que es la causa de la condena a ojos políticos: “Este dice que es el rey de los judíos”.

Y eso Le lleva a Cristo ante Pilatos. Y vemos reflejado en el Evangelio de hoy diversas actitudes ante Cristo, ante la realeza de Cristo. Ante ese Cristo que es signo de contradicción, como ya había predicho el anciano Simeón, cuando recibe de manos de María y de José al niño en el templo. Este está puesto como signo de contradicción, para que muchos en Israel hoy caigan y se levanten, será una bandera discutida.

Nos ponemos ante Cristo y nosotros también, cristianos del siglo XXI, discípulos de Cristo. Ante Cristo en la cruz tenemos que pensar si Cristo está en el centro de nuestra vida; si Cristo realmente reina en nuestro corazón. El Reino de Dios está dentro de nosotros y Cristo ha venido a predicar el Reino de Dios, la cercanía de la Presencia de Dios, hasta el punto de que Dios se ha hecho uno de nosotros en Su Hijo Jesucristo. Nosotros también, ante el Misterio de la cruz, podemos tener actitudes diversas. La actitud de Pilato cuando le dice, le pregunta a Jesús “¿Tú eres rey?”, Jesús contesta “Tú lo has dicho, Yo soy rey y para esto he venido al mundo, para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz”. Y Pilato, como todos los escépticos, pregunta y dice “¿qué es la verdad?

Es en lo que se mueven muchos seres humanos, en un relativismo moral, en un relativismo de conocimiento. Todo da igual, sólo lo que se ve, lo que se toca. ¿Y que es una verdad? ¿La verdad de las mayorías? ¿La verdad de hoy no vale para mañana? ¿La verdad, según sea la moda? ¿Es tu verdad así? Porque estás ante Aquél que, aunque en la cruz es el que ha dicho “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”, el que nos ha dicho también que la verdad nos hará libres. Otra actitud es la de estos fariseos, estos maestros de la Ley que están ante Jesús crucificado. Si es el Hijo de Dios y es el Rey, que baje de la cruz, que haga milagros. Es la espectacularización del Misterio. Es no tomarnos nada en serio. Es querer someter el poder de Dios a nuestros intereses. El Reinado de Cristo no es así. El Reinado de Cristo es el Reinado de la cruz, que es escándalo para unos, necedad para otros, pero, para nosotros, es la sabiduría de Dios. ¿Por qué? Porque reconocemos a Cristo en la cruz. Es el Cristo que nace en la pobreza de Belén. Ese Cristo que se encarna en las purísimas entrañas de María Santísima. Quien recibe del Ángel el anuncio de que el Señor Dios le dará el trono de David, su padre. Y reinará sobre la casa de Jacob por los siglos. María ve que todo sigue igual, que sólo se produce un cambio en su interior, en sus purísimas entrañas, en la pequeñez de una doncella nazarena. Ese es nuestro Rey, el rey de la pobreza de Belén, al que vienen buscando los Magos. “¿Dónde está el nacido, Rey de los judíos?”, preguntan.

Ese Cristo que es el que tiene que huir a Egipto como un refugiado porque un “reyezuelo” de la tierra tiene celos de un niño. Ese Cristo que pasa 30 años de vida oculta cuando a nosotros nos gusta tanto el espectáculo. Ese Cristo que nos enseña el valor de la vida sencilla y ordinaria. Ese Cristo que anda por los caminos de Galilea anunciando el Evangelio del Reino. Bienaventurados los pobres, bienaventurados los limpios de corazón, bienaventurados los que lloran. Bienaventurados los pacíficos. Bienaventurados los que son perseguidos por causa de la justicia. Ese Cristo que anuncia que los últimos serán los primeros y los primeros los últimos. Ese Cristo que nos invita a poner la otra mejilla y a perdonar no sólo siete veces, sino 70 veces siete. Ese es nuestro rey. Ese Cristo al que seguimos. Ese Cristo que se ve en la cruz como trono y antes burlado con una caña por trono. Y unos andrajos por manto. Ese Cristo que es coronado de espinas. Ese Cristo que pende de la cruz como un trono. “¡Salve, Rey de los judíos!”. Ese Cristo que es condenado como un malhechor. Ese Cristo que reconoce el centurión en medio del sufrimiento.

Realmente, éste es el Hijo de Dios. Ese Cristo que el buen ladrón Dimas reconoce en esa primera canonización de la historia, sin proceso ninguno. “Acuérdate de mí cuando estés en tu Reino”; “hoy estarás conmigo en el Paraíso”. ¿Es tu fe de Cristo así? ¿O es tu fe en un Cristo cómodo, en un Cristo a tu medida? ¿Confiesas realmente como Cristo, como el Señor de tu vida? ¿Cuenta en tu vida?. Cristo está vivo porque los cristianos amigos no servimos ni seguimos a un muerto ilustre que se nos pierde en la noche de los tiempos. Hemos escuchado el himno de la Carta a los Colosenses con los que San Pablo encabeza esta Carta a los primeros cristianos de Colosas. Él es imagen del Dios invisible, el primogénito de toda criatura, por medio del cual y para el cual fueron creadas todas las cosas. Él es anterior a todo y todo se mantiene en Él. Él es también la cabeza del Cuerpo de la Iglesia. Cristo lo es todo. Él es la plenitud. “Él es nuestro Señor, que se ha hecho humilde, se ha hecho sencillo, se hecho uno de nosotros -dice san Agustín- para que el hombre se haga Dios”. Él quiere cumplir en nosotros el viejo sueño de querer ser como Dios, pero por el camino de la humildad, para que el hombre, tomando la imagen de Cristo, porque es un ser cristiano, otros cristos, ser discípulo de Cristo. Decíamos en el Catecismo, “¿qué quiere decir cristiano? Cristiano quiere decir discípulo de Cristo”. Pero, ¿cómo eres tú discípulo de Cristo? ¿Sólo teórico? ¿Sólo oyente? ¿Creyente, pero no practicante? ¿Sólo en caso de necesidad? ¿Sólo para un momento de la vida? ¿Sólo cuando van las cosas mal? ¿Cristo, realmente el camino por el que tú te conduces hacia la meta? Dice san Agustín, que es Cristo también, que es camino y meta. Es la verdad que da sentido a tu vida y a tus preguntas, y a las razones por las que vives tu existencia.

Cristo es la vida que te hace salir de la puerta del pecado; que, como hemos escuchado, nos ha rescatado con la sangre de Su cruz. Cristo cuenta tu vida realmente, pues un Cristo hecho sin medida es un Cristo que no influye, que no se nota, que no te molesta.

Que Le pidamos hoy al Señor la fe en Su realeza; la fe en el Señorío de Cristo, el Señor. Los primeros cristianos morían por confesar a Cristo como el Señor de sus vidas. Jesús es el Dios, no el emperador. Realmente, Cristo es el Señor de tu vida. ¿Qué imagen tienes de Cristo? ¿Qué sabes de Cristo? ¿Anuncias a Cristo con tu testimonio, con tus palabras? ¿Hablas de Cristo en tus conversaciones? ¿Cuenta Cristo en tus criterios a la hora de los problemas, a la hora de vivir la vida? O por el contrario, Cristo está en la vitrina, Cristo está para la Semana Santa. Cristo quiere reinar en tu corazón. Es más, la vida cristiana es la vida en Cristo, nos dice San Pablo. Que somos otros cristos. “Vosotros sois el Cuerpo de Cristo”, nos dice San Pablo. Y con imágenes muy plásticas, nos dice que “hemos sido revestidos de Cristo, hemos sido injertados en Cristo -nos dice en la Carta a los Romanos-, los que por el bautismo nos incorporamos a Cristo”. San Pablo dice: “ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí”. Dice él: “Mi vida es Cristo”. Podemos decir nosotros eso. Tenemos sus criterios, su forma de pensar que viene del Evangelio, que son los valores del Reino de Dios, que no son utopías para unos cuantos o irrealizables.

Queridos amigos, esta fiesta de la realeza de Cristo nos hace a nosotros también ponernos delante de la cruz del Señor y si queremos confesarlo como nuestro Dios, tenemos que aceptar a Cristo entero. Confesarlo como Marta: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”. Confesarlo como Pedro: “¿A quién vamos a ir, Señor? Tú tienes palabras de vida eterna”. Nosotros sabemos que Tú eres el Cristo. Confesarlo como el ciego de nacimiento cuando se encuentra con Él. Confesarlo como el crédulo Tomás, ese que no creía si no metía su mano, en la hendidura del costado y sus dedos tocaron las llagas del Crucificado. Y cuando trae tu mano hoy, trae tus dedos. No seas incrédulo, Señor creyente, Señor mío y Dios mío. ¿Es Cristo realmente eso para ti o es una figura histórica? Es el fundador de la religión. Y Cristo molesta. Cristo nos mueve. Que le pidamos, hoy al Señor, vivir una vida en Cristo.

Esa es la vida de la Gracia. Eso es lo que el Espíritu Santo va formando en nosotros. Eso es ser cristiano. Ser otros cristos. El mismo Cristo en la asistencia. Tener los sentimientos y hechos de San Pablo a los de Filipo. Tener los sentimientos de una vida en Cristo Jesús. Son nuestros sentimientos y nuestra vida que nos da Cristo. En los actos, lo que queda de ellos y lo que nos hace grandes, lo que hay de Cristo siendo cada uno distinto. Pero todos han tratado de imitar a Cristo.

Que nosotros también, queridos hermanos, imitemos a Cristo. Y eso es la santidad, cada uno en su estado, en sus actitudes, porque llevamos a Cristo dentro. Ese Cristo que también está presente en la Eucaristía como alimento nuestro, para que nos transformemos en Él. “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día”. “Lo mismo que el Padre vive, Yo vivo por el Padre. El que me come vivirá por mí”. Realmente, es así. Tu comunión a Cristo en Su Palabra, permanecer en Su Palabra, escuchar Su Palabra, vivir de Su Palabra, leer los Evangelios, sabernos a Cristo. Para dar a conocer a Cristo y reflejar a Cristo y ver a Cristo en los pobres, en los más necesitados. “Cualquier cosa que hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis”. El Papa Francisco nos invita a tocar la carne de Cristo en los otros. Seamos Cristo para los demás. Veamos a Cristo en los demás, en esa caridad que autentifica nuestro culto y nuestra relación con Dios.

Vamos a pedir a la Virgen que nosotros también tengamos y vivamos el Reino de Cristo, el Reino que es de justicia, de paz, de gracia, de libertad; el Reino que es el Reino del amor, el Reino que pedimos “venga a nosotros tu Reino”.

Vamos a pedirLe a la Virgen, que es la Reina y Señora nuestra, la Madre del Rey.

Vamos a pedirle a la Virgen que nos ayude a nosotros a alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo y que nos muestre a Jesús, el fruto bendito de su vientre.

Así sea.

+ José María Gil Tamayo
Arzobispo coadjutor

20 de noviembre de 2022
S.I Catedral de Granada

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