De la Pastoral Bíblica de la Archidiócesis de Granada, para el domingo 10 de diciembre de 2023.

La primera lectura (Is 40,15,911) forma parte de la obra del profeta llamado Deuteroisaias, profeta que proclama su mensaje en el siglo VI a .C. mientras el pueblo habita en Babilonia. Con la invasión de Nabuconodosor, gran parte del pueblo es desterrado, y con ello, no pierde sólo la tierra que habitaron sus padres, pierden la confianza en la promesa que el Señor había hecho a Abraham y su descendencia: ¿Ha abandonado Dios a su pueblo? ¿Le ha retirado su favor?

La entrada en escena de Ciro, rey de Persia que conquista Babilonia, abre la puerta a la confianza. ¿No será el rey caldeo instrumento del Señor para la liberación de su pueblo? En este contexto es donde el profeta empieza a proclamar la Palabra del Señor a fin de devolverle a los Israelitas un horizonte de esperanza. “Consolad, consolad a mi pueblo” dice vuestro Dios (Is 40,1). Con este oráculo pronunciado por labios del profeta, el Señor reconforta a su pueblo, les infunde palabras de ánimo. El viene a sacarlos de esa penosa situación. Pero para ello han de preparar el camino al Señor que viene a cambiar su suerte: «En el desierto abrid camino a Yahveh, trazad en la estepa una calzada recta a nuestro Dios… Se revelará la gloria de Yahveh, y toda criatura a una la verá» (Is 40,35).

No todo está perdido. El Señor no ha abandonado a su pueblo. Ya está presente en medio de ellos y viene a llamarlos a iniciar un nuevo éxodo de liberación, el Buen Pastor que “apacienta el rebaño con ternura y delicadeza, llevando en brazos a los corderitos y tratando con cuidado a sus madres” (Is 40,11).

El evangelio (Mc 1,18) se inicia con un versículo a modo de título: Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Esta Buena Noticia de Jesús se va a desarrollar a lo largo de todo el relato presentando en la primera parte la manera en que Jesús es MesíasCristo (1,28,30) y en la segunda, la forma en que es Hijo de Dios (8,31,15,39).

Las primeras palabras que se pronuncian en este evangelio se hacen eco de las del profeta Isaías, que habla de parte de Dios (Is 40,34). Él ahora toma de nuevo la iniciativa en el drama de la salvación. Juan será el encargado de mostrar al Enviado de Dios que “está cerca”, preparando el camino al Señor, tanto con su predicación, como con su martirio. Pero antes de esta exposición, Marcos nos presenta a esta voz que “clama en
el desierto” a través de su actuar, su identidad y su mensaje.

En primer lugar, se nos dice su actuar: él bautiza en el desierto cerca el rio Jordán, proclamando un bautismo de conversión. El bautismo de Juan es el bautismo de las segundas oportunidades. Es tiempo de enderezar itinerarios sin sentido, caminos que sólo conducen al absurdo. En segundo lugar, el evangelista nos describe su identidad, desde su vestimenta hasta su comida. Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. El estilo de vida de Juan nos recuerda a la del profeta Elías (1Re 18,21), el gran padre de la profecía en la Antigua Alianza que anunciaba el abandono a los Baales y la vuelta al Dios de los padres, Yahvé.

Y finalmente, Marcos insiste en presentar su mensaje, en lo que anuncia: aquel que viene detrás es más fuerte que el mismo Juan, y del cual no es digno de desatarle la correa de sus sandalias, labor asignada a los esclavos. Además, mientras el bautismo de Juan es de conversión con agua, Jesús bautizará con Espíritu Santo. Con el llegara la nueva vida que inaugura una nueva existencia.

LA PALABRA HOY
¿
Quién dijo que todo está perdido? Así arrancaba una canción de Fito Páez titulada “Yo vengo a ofrecer mi corazón”. Ese interrogante en más de una ocasión estuvo de telón de fondo en el imaginario del pueblo de Israel cuando su Historia quedaba cerrada con un horizonte lleno de nubarrones negros: la esclavitud en Egipto, la oscura etapa de los Jueces, la caída del Reino del Norte, o el destierro en Babilonia de la que nos habla la primera lectura de hoy.

También en nuestra existencia en numerosas ocasiones, nuestra historia pareciera estar al borde de un precipicio o recorriendo itinerarios abocados al fracaso, sin embargo, una voz resuena en medio de la humanidad: “Consolad, consolad a mi pueblo”. El Señor que escucha el clamor de su pueblo, que ve sus sufrimientos, se acerca con un corazón misericordioso para curar sus heridas. Y en ocasiones llama a nuestras puertas
para que hagamos de voceros suyos, y a través nuestro, los hombres y mujeres con los
que compartimos la existencia puedan ser devueltos a los senderos de la vida, a los caminos de luz. El Señor, que ya viene, nos invita a preparar sus caminos, enderezar sus sendas, a través de gestos de acogida, de hospitalidad, de palabras cercanas, de aliento, de ánimo y esperanza. Tal vez como en la canción podamos responder a la pregunta:
¿Quién dijo que todo está perdido?… Yo vengo a ofrecer mi corazón.

Mariela Martínez Higueras, OP

LEER COMENTARIO AL EVANGELIO II DOMINGO DE ADVIENTO