Querido Cabildo catedralicio de nuestra Catedral Metropolitana de Granada;
Capellanes reales
sacerdotes concelebrantes;
excelentísimo señor alcalde;
excelentísima corporación municipal;
subdelegados del Gobierno;
Delegado de la Junta de Andalucía;
excelentísimas, ilustrísimas autoridades:
queridos hermanos y hermanas:

Me da mucha alegría el celebrar por primera vez esta Eucaristía en esta fiesta tan querida por Granada, que conmemora la Toma de Granada por parte de los ejércitos cristianos, por los Reyes Católicos, Isabel y Fernando.

Hacemos, queridos hermanos, memoria de lo importante y decisivo en nuestras vidas. Celebramos nuestro cumpleaños. Celebramos acontecimientos importantes, matrimonio, de naciones. Y también colectivamente un pueblo celebra hechos decisivos en su historia. Hechos decisivos que les han marcado y que, por su importancia, vienen a constituir parte de su memoria histórica de manera decisiva, hasta el punto de formar parte de su ADN como pueblo y de su propia identidad. En nuestra historia, comunidad, la historia son hechos y no caben discusiones sobre los hechos sin la investigación histórica, sin la verdad. Y la historia tenemos que asumirla, enterrarla en nuestra propia vida personal y colectiva. Y es un hecho decisivo para Granada la conquista por los ejércitos cristianos, por los Reyes Católicos. Marca su historia desde hace cinco siglos. Marca su historia y marca su manera de ser. Marca su gente, sus tradiciones, su cultura, su manera de entender la vida. Y nuestra historia asume la prehistoria. Una historia no se inicia de la nada, sino que tiene una prehistoria, que también asumimos con respeto y con reconocimiento. Con respeto y reconocimiento también a la historia islámica y a la historia previa cristiana desde san Cecilio y los varones apostólicos, san Gregorio de Elvira. Toda esa historia va conformando, desde los inicios del cristianismo y después sobre la primera unidad de nuestra patria, con la conversión al catolicismo del rey visigodo Recaredo, nuestra unidad como pueblo, que va inseparable de sus raíces cristianas. Esa unidad que queda consolidada con la conquista de Granada. El escudo de Granada no está sin más lo que simboliza el escudo de nuestra patria.

Esa es nuestra historia. Ese ha sido nuestro devenir que ahora hemos de asumir con respeto, sin dirigir hacia el pasado esquemas actuales que son inservibles a la hora de juzgar hechos que no tenían esos elementos a la hora de un juicio, sino que estaban contextualizados en otra cultura y en otras maneras de ser. Juzgar la historia, y sobre todo lo peor, ideologizar la historia, saltándose por encima de la verdad de los hechos para hacer ideología de la historia y utilizarla de unos contra otros en un sistema partidista, de una dialéctica de enfrentamiento, no puede tener cabida entre nosotros. Contra los hechos no caben argumentos.

Y los hechos son los que hoy celebramos. Pero lo celebramos después de 500 años y de una historia recorrida por esta ciudad y sus gentes, con sus tradiciones, con su manera de ser, incluso hasta con sus gustos culinarios, con su cultura, su folclore; lo que nos identifica como pueblo y nos hace saber que somos granadinos. Y esta historia que marca nuestra vida personal marca sobre todo nuestra vida colectiva, con sus fiestas, con sus celebraciones, con su religiosidad popular, con sus costumbres, con su lenguaje, con sus cantos. Es inseparable esa manera de ser de Granada de sus raíces. Y esas raíces desde la Conquista, y antes de la prehistoria de dominación musulmana, son cristianas. Como son cristianas las raíces de nuestro pueblo y de toda Europa, donde se han dado de mano el Dios de la Biblia, que en Jesucristo se nos muestra como plenitud. El mensaje del Evangelio, la filosofía griega, el derecho romano. Y configuran la historia de Europa. Esa historia que está marcada por la civilización cristiana y que es la que es y de la que hemos vivido, y la que hemos de actualizar en el momento presente. Por tanto, no cabe diseccionar la historia como si fuese un self-service, donde cada uno coge a su antojo para componer su propia ideología y al servicio de ésta, y sobre todo menos para enfrentarnos unos a otros en las guerras de nuestros antepasados, que no son ya las nuestras.

Tenemos otra España y, ciertamente, la unidad lograda en 1492, esa unidad que conforma nuestra patria, es algo sagrado; es algo que forma parte de nuestra identidad como pueblo y es algo que nos ha hecho vivir en comunión. Aunque, desgraciadamente, hayamos sufrido en el siglo pasado una guerra fratricida que tenemos que cortar ya, y no podemos seguir viviendo y rentabilizando un enfrentamiento de unos contra otros. Y no podemos tampoco buscar una Granada en la que esté como una especie de quirófano, esté esterilizado de todo sentido cristiano. La laicidad que se busca no es la ausencia de sentido religioso, es el respeto a todas las convicciones que nosotros profesamos como cristianos. Un respeto a cualquier manera de pensar que forma parte de la pluralidad a la que asistimos y que, desde un punto de vista cristiano, hemos de vivir con exquisitez. Un respeto a las convicciones de los demás, pero tampoco renunciar a las propias que constituyen nuestra identidad como pueblo. Tampoco guardar a Dios como si fuera un “sin papeles” en la sociedad granadina contemporánea, porque, entonces, queridos amigos, nuestras fiestas, nuestro sentido religioso popular, nuestras hermandades y cofradías, que conforman en gran parte el tejido social de nuestra ciudad, quedaría absolutamente vacío de fundamento y de contenido, como también expulsar a Dios del sentido social. Quedarían nuestras leyes a merced de mayorías, a merced de opiniones y de ideologías y a merced de alternativas políticas, en un vaivén y en un permanente centrifugado social que no tendrá en cuenta entonces la realidad de lo que somos.

Queridos hermanos, vivir las tradiciones y vivirlas con respeto exquisito a los que no piensan como nosotros, pero sin renunciar al ejercicio de nuestra legítima libertad, a manifestarnos y a manifestar nuestra identidad y nuestra historia es lo que nos pide el momento presente. Recordar la Toma de Granada, no sólo mirar al pasado, sino que es también mirar al presente. Mirar a Granada de hoy, ciertamente con sus dificultades, con sus carencias manifiestas, mirar a nuestro presente. Pero sabe llevar a otras conquistas; a otras conquistas que pasen por los valores que trajo la Conquista, los valores del cristianismo, los valores de la dignidad de la persona humana inviolable, los valores de la ley natural, los valores que nuestra Reina Isabel proclamó y pidió hasta el punto -y esperamos un día verla en los altares- manifestó con una fe firme y con una convicción en el gobierno absoluto.

Queridos amigos, la Granada de hoy necesita tomar de sus resortes históricos, de lo mejor de su tradición, para afrontar su presente, para vivir la igualdad y la justicia, y para reivindicar también la igualdad territorial, para no quedar nadie atrás. Y tampoco como pueblo. Tampoco como ciudad, tampoco como provincia. No podemos dejar a nadie atrás. Especialmente tenemos que pensar en los más desvalidos, en las bolsas de pobreza que existen en nuestra Granada, en las bolsas de un camino que lleva a la delincuencia y lleva a enriquecimientos que no van en bien de la persona ni en bien de nuestro pueblo, aunque sea un enriquecimiento fácil y pronto, sino la búsqueda realmente de un progreso que mide el bien de las personas, que mire un trabajo estable y duradero, que mire un futuro para las generaciones nuevas. Pensemos en la Granada de hoy. Pero pensemos también en esa palabra unidad, que nos lleva a habitar y a vacunarnos contra toda confrontación. Vivimos en un país enormemente polarizado, contagiado de polarización. No es ése el mensaje que trae la Toma de Granada. La Toma de Granada es una llamada a la unidad: a la unidad de nuestra patria, pero a la unidad también en el presente.

A la unidad de esfuerzo, al aceptar las diferencias y la pluralidad. Pero a buscar lo que nos une y, sobre todo, el bien común, y a trabajar desde lo que nos une por una transformación social. Y esto que os dice este arzobispo no es política, es una búsqueda del bien común y del bien de nuestra ciudad a la que estamos llamados y por la que pido al Señor en este día tan importante para nosotros, de memoria, pero también de presente y de futuro. Sólo unidos los granadinos. Sólo buscando el bien común (ahora se llama interés general), exigiendo y reivindicando nuestra igualdad como pueblo y nuestras igualdades como personas, nuestra libertad en el ejercicio de nuestros derechos y, sobre todo, no dejando a nadie atrás, sino buscando la igualdad que alcance a todos y a cada uno de los miembros de nuestra comunidad. Los miembros de nuestro pueblo.

Esto es lo que Le pedimos a la Virgen. Y que esos valores de respeto a la dignidad de la persona, esos valores religiosos como cristianos, a los que tienen fe y quieren vivir la tradición de sus mayores en libertad y que conforman nuestra cultura de manera inseparable, de tal manera que sin ellos no nos entenderíamos, formen parte también de nuestro actual vivir, de nuestro presente y de nuestro futuro. No podemos ser una Granada del futuro si no asumimos nuestra historia con verdad y sólo vivimos el presente en unidad, en comunión unos con otros, buscando el bien de todos.

Es lo que pido a Nuestra Señora, la Virgen de las Angustias, y que Ella, la Virgen, que logró de Jesús el milagro de las bodas de Caná y de cambiar aquel agua en el vino oloroso, el vino excelente, también de nuestra pobreza y de nuestras miserias y de nuestras faltas muchas veces, nos cambie el corazón de todos los granadinos, para el esfuerzo común, para el presente que vivimos y para el futuro que nos espera que Dios quiera que sea de paz, de concordia y progreso para nuestra tierra, en la unidad de nuestro pueblo, en la unidad de nuestra patria.

Así sea.

+ José María Gil Tamayo
Arzobispo coadjutor de Granada

2 de enero de 2023
S.I Catedral de Granada

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