José Vaz nació en el 21 de abril de 1651 en Goa, en la costa oeste de la India. Se dice que el día que nació su padre vio una estrella en el cielo al mediodía y escribió en su diario que su hijo un día sería un gran hombre.

Siendo niño solía visitar el Santísimo Sacramento. Su padre lo envió a Goa para que estudiara en la Universidad de los Jesuitas y posteriormente a la Academia de Santo Tomás de Aquino, donde estudió filosofía y teología.

La vida del beato cambió al ser ordenado sacerdote en 1676 y al consagrarse como “Esclavo de María”, tal como se constata en su “Carta de Esclavitud”. José Vaz estaba muy preocupado por la situación difícil de la Iglesia en Sri Lanka, donde los gobernantes holandeses habían prohibido que los sacerdotes trabajaran en la isla. Se ofreció a ir, pero fue enviado a Kanara, actual Karnataka y Mangalore de la India.

Al regresar a Goa adoptó la regla del Oratorio fundado por San Felipe Neri junto a otros sacerdotes indios y decidieron llevar una vida en común, reconocidos bajo el nombre de “Sacerdotes del Oratorio”. Su deseo de ir a Sri Lanka seguía perenne y en 1686 partió de Goa hasta Jaffna, en la costa norte de Sri Lanka. Tuvo que disfrazarse como peón para que no lo detuvieran. Más adelante hace contacto con los católicos a escondidas.

Se convirtió en un maestro del disfraz haciendo de panadero, siervo o portero. Como sacerdote, solía trabajar durante las noches, aprovechando la luz de la luna. Vaz aprendió los dialectos locales de cingalés y tamil, se aventuró por la selva para poder acceder al reino de Kandy, que era independiente del gobierno holandés. Pero fue detenido como espía portugués, encadenado hasta Kandy y encarcelado por el rey budista. Por su comportamiento ejemplar se ganó el favor del rey.

Por ese entonces una fuerte sequía golpeó el reino de Kandy y el rey, después de haber agotado todo intento por verter esa situación, pidió la ayuda del beato. El resultado fue un tremendo aguacero que se conoció como el “milagro de la lluvia”. Llovió en todas partes, menos en el lugar donde estaba el Vaz y el altar que había construido para orar a Dios por la lluvia. Recordando a la vida de los profetas de Israel, el rey lo libera y le permite ejercer su ministerio con su protección.

Otros sacerdotes del Oratorio de Goa se le unieron y la Iglesia creció en las partes independientes de la isla y algunas zonas controladas por holandeses. Cuando Kandy tuvo que soportar una fuerte epidemia de viruela, el beato trabajó incansablemente al cuidado de los enfermos y enterrando a los muertos, incluso hasta cuando el propio rey abandonó la ciudad.

El Papa Clemente XI bendijo a los misioneros del Oratorio, muchas iglesias se construyeron y las conversiones pasaron la marca de 100.000 al final de su vida. Cuando sintió que ya era hora de partir a la Casa del Padre, se preparó con una oración intensa. Antes de morir dijo a los reunidos: “Difícilmente podrás hacer en el momento de muerte lo que no has hecho durante tu vida”. Murió pacíficamente el 16 de enero de 1711 en su querida ciudad de Kandy, centro de su misión.