Fecha de publicación: 21 de agosto de 2021

Cuando Victoria nació en 1848, los cristianos de Madagascar sufrían una cruenta persecución. Tan sólo 20 años antes habían llegado a la isla los primeros misioneros protestantes ingleses. Cuando la reina Ranavalona subió al trono era muy aficionada a los brujos y adivinos y practicaba con vehemencia las creencias tradicionales malgaches que honraban a un Dios llamado Zanahary y a sus antepasados familiares.

En 1835 decidió expulsar del país a los misioneros protestantes y además ordenó quemar todas las biblias que se habían imprimido en malgache. Se inició entonces una persecución en la que muchos cristianos murieron mártires. En este país se ha vivido el llamado ecumenismo de la sangre, del que habla con frecuencia el Papa Francisco. La familia de Victoria era una de las mejores del país. Su padre trabajaba como oficial del palacio real y su madre llevaba en sus venas sangre real.

A la muerte de la reina, le sucedió en el trono su hijo Radama II, más tolerante que su madre y que permitió la entrada de misioneros católicos. Los primeros en llegar fueron los jesuitas junto a religiosas de San José de Cluny, que abrieron una escuela, a la que acudió Victoria cuando tenía 13 años. En cuanto leyó la Biblia decidió abandonar la religión animista, el culto a los ídolos tradicionales en el que se había criado y tras comunicar a sus padres que quería bautizarse, recibió formación durante 18 meses y fue bautizada a los 15 años. Poco después quiso hacerse religiosa, pero sus padres se opusieron con rotundidad y la prometieron en un matrimonio de conveniencia.

A los 16 años se casó con su primo Randriaka, el primogénito del Primer Ministro del rey. Se fueron a vivir al palacio real. Desde el primer momento comenzó un infierno para Victoria, porque su marido era alcohólico y paralelamente llevaba una vida extramatrimonial públicamente disoluta. La situación era tan evidente que tanto los padres de Victoria como la propia reina, incluido su suegro, le animaron a que se divorciara, pero ella se negó. Comenzó entonces otra dura etapa en la que sus familiares hicieron todo lo posible para que rechazara la fe católica y se convirtiera al protestantismo, pensando que así sería más fácil que pidiera el divorcio.

Todos los intentos de su entorno fueron inútiles y ella se afianzaba cada vez más en el catolicismo. Se la veía habitualmente rezar durante largas horas ante el sagrario de una iglesia cercana al palacio real. Mientras tanto, aunque seguía padeciendo las humillaciones de su marido, rezaba por su conversión. Randriaka sufrió un grave accidente y antes de morir pidió ser bautizado por un misionero católico. Como tardaba en llegar, ella misma le bautizó con el nombre de José. Victoria tenía 40 años cuando se quedó viuda. A partir de ese momento se dedicó a la caridad y al apostolado: visitaba enfermos, especialmente a los leprosos, y repartió sus bienes entre los pobres. También se acercaba a las cárceles y llevaba comida a los presos.

En el año 1883 estalló la guerra entre los malgaches y los franceses y de nuevo fueron expulsados todos los misioneros extranjeros. Una vez más la Iglesia fue perseguida, se cerraron numerosas capillas y se expropiaron escuelas.

Ante la ausencia de sacerdotes y religiosos, Victoria se convirtió en una figura vital para sostener la fe de la pequeña y joven comunidad católica, a la que animaba y fortalecía sin descanso. Se encargó de sacar adelante “La Unión Católica”, un movimiento de espiritualidad mariana. Se atrevió incluso a presentarse ante el Primer Ministro para pedirle que se reabrieran iglesias y colegios. Cuando tres años más tarde regresaron los misioneros, se encontraron con una iglesia muy vibrante, fuerte y formada, gracias a la dedicación de Victoria. Pero su salud comenzó a quebrarse y murió poco tiempo después, en 1894, a los 46 años de edad

En el año 1931 se abrió su proceso y sus restos se trasladaron a la misión de Ambohipo, como había sido su deseo. Fue beatificada por San Juan Pablo II el 30 de abril de 1989 en Antananarivo y se convirtió en la primera beata malgache.