Sabemos que nació un 9 de septiembre de 1786, apenas tres años antes de la emergencia de la Revolución francesa. Su familia supo lo que era Terror de los revolucionarios, al albergar a muchos sacerdotes que no quisieron aceptar la Constitución Civil del Clero. Creció feliz pese a todo junto a sus otras tres hermanas. Un acontecimiento importante para ella fue la muerte de su padre cuando ella tenía solo 10 años.
Ayudó en casa todo lo que pudo para que la familia siguiese adelante. Un día, al pasar por delante de un hospital de las Hijas de la Caridad, entendió que ese sitio le llamaba. Entró como novicia a los 16 años. Al cabo de un tiempo, un problema de salud la destinó a otra casa de las Hijas de la Caridad, cercana a un barrio pobre. Aquello fue el inicio de una gran historia.
Se entregaba gustosa a las visitas a los enfermos y pobres, también cuando había que enseñar el catecismo o a leer a los niños. Al poco fue nombrada responsable de esta comunidad, que fue floreciendo con su ejemplo y virtud, haciendo crecer la misión vicenciana. Rosalía era muy resolutiva para encontrar soluciones donde fuera posible, entrando en contacto con gente de toda clase y condición, hasta incluso el emperador Napoleón III.
Virtudes heroicas fueron las demostradas por Sor Rosalía y sus hermanas, atendiendo a los pobres en varios brotes del cólera en Francia o a los heridos de toda condición en mitad de las barricadas durante las revoluciones del 30 y el 48 en Francia.
Fue una mujer entregada a la caridad, sabiendo que en los pobres está Jesucristo escondido. “Una Hermana irá diez veces cada día a ver a los enfermos, y diez veces cada día encontrará en ellos a Dios”, decía. Una severa ceguera se cebó con ella y adelantó su muerte, que se produjo el 7 de febrero de 1856.
Murió digna de estima y cariño de multitud de franceses, después de haber creado una verdadera red de caridad desde su inimaginable entrega a Jesucristo. San Juan Pablo II la beatificó en el 2003, afirmando que fue en su vida de oración donde esta mujer sacó esas fuerzas ingentes para atender a los más pobres, como buena hija de San Vicente de Paúl.