Fecha de publicación: 4 de septiembre de 2022

Una vida breve pero densa la de Dina Bélanger. Una vida sin historia se podría decir, sí a los ojos humanos, pero fecunda si se la considera con los ojos de la fe. Bautizada el mismo día de su nacimiento, 30 de abril 1897, vive hasta sus últimas conse¬cuencias la gracia del Sacramento de iniciación cristiana, hasta poder decir como San Pablo: “No soy yo, es Cristo quien vive en mí”. Su infancia y juventud se desarrollan normalmente, en el seno de una familia cristiana, en su ciudad natal de Quebec, Canadá.

Bien dotada para la música, llega a ser una pianista notable y apreciada concertista. Aunque siguió dando conciertos, tenía sed de consagrarse a Dios. En 1921, ingresó con su amiga Bernardita en la Congregación de Jesús María de Syllery, Canadá, y le pidió a Dios dos gracias: la comunicación íntima con Él y perfección, tomó el nombre de María de Santa Cecilia. Fue enviada a dar clases de piano a Saint Michel, pero tuvo que regresar a Syllery al mes, pues contrajo la escarlatina, enfermedad de la que no se recuperaría totalmente. Después de recuperarse, volvió a sus clases, donde tuvo la admiración de sus alumnas. En 1924, regresó a Saint Michel, dejando a las alumnas que tanto quería y comenzó a escribir su autobiografía por orden de sus superioras. Pasó los años entre luces y sombras, debilitada por la enfermedad; y cuando la salud se lo permitía se dedicaba a la enseñanza y en otros momentos le invadía un sufrimiento físico y espiritual, pero sin llegar a perder la paz. En 1927 recibió los estigmas de la pasión pero de forma invisible.

A través de su Autobiografía, que escribe por obediencia a sus superioras, se puede entrar en el secreto de la oración de Dina. Su alma de artista se expresa en una oración que es, al mismo tiempo, canto de amor y de alabanza y que abraza todo el universo, “todas las almas” como ella dice. Sus tres pasiones: el amor, el sufrimiento y las almas, se convierten en una ardiente súplica para dar gloria a la Trinidad, cuyo amor la invade cada vez más.

En 1928 hizo sus votos perpetuos y en julio de 1929, agradecida con todos los que la atienden, pregunta al Señor: “¿Quién les pagará?”, a lo que Jesús respondió: “Yo pagaré tus deudas”, y ella interpela: “¿Cómo, Dios?”, “Si, las pagaré con mi corazón. Concederé gracias a toda aquella persona que te haya prestado el menor servicio Pero en el cielo, tu misma pagarás tus deudas”. Esto es lo último que escribió.