Fecha de publicación: 15 de agosto de 2021

La Lumen Gentium recordaba que “la Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de pecado original, terminado el curso de su vida en la tierra, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo y enaltecida por Dios como Reina del universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los señores y vencedor del pecado y de la muerte” (LG 59).

Este es el principal motivo de alegría de esta Solemnidad mariana, que nos recuerda que la Santísima Virgen participa de un modo singular en la Resurrección de su Hijo y que, mediante su Asunción, anticipa la resurrección de los demás cristianos.

La Solemnidad de la Asunción la celebran tanto los cristianos de Oriente como de Occidente, nos recuerda además las grandezas que hace el Señor por nosotros. En palabras del Papa Francisco, “la Virgen ha puesto sus pies en el paraíso: no ha ido solo en espíritu, sino también con el cuerpo, toda ella. Este paso de la pequeña Virgen de Nazaret ha sido el gran salto hacia delante de la humanidad”.

También conocido como el episodio de la “dormición de la Virgen”, esta escena suele representarse con la Virgen rodeada de los apóstoles mientras es asunta en cuerpo y alma junto al Padre. Algunas representaciones incluyen en la imagen a Jesús en el centro, que tiene entre sus brazos una niña, que es la misma Virgen María, que se hizo “pequeña” por el Reino y fue llevada por el Señor al cielo.

No hay una evidencia científica suficiente pero se cree con probabilidad que este hecho acontecido a la muerte de la Virgen María sucedió en su casa de Éfeso, actual santuario mariano de la localidad turca de Esmirna, donde se dice que el apóstol San Juan condujo a la Virgen tras la muerte y resurrección del Jesucristo. De hecho, su última restauración se completó el mismo año en que la Iglesia instituyó esta Solemnidad.

El 15 de agosto celebramos así este auténtico misterio de esperanza y de alegría, pues es en María donde vemos la meta hacia la cual caminamos todos los que queremos unir nuestra propia vida a la de Jesús, siguiéndolo al estilo de María.