Fecha de publicación: 6 de abril de 2022

El 7 de marzo en la sede de la Curia Metropolitana nuestro arzobispo D. Javier pedía a la Diócesis su movilización para traer refugiados ucranianos ante la guerra de Rusia y llevar ayuda humanitaria. Comenzaron a organizarse caravanas de vehículos a través del programa “Ayuda a Ucrania” puesto en marcha por la Diócesis, algunos de ellos particulares, que querían viajar juntos y estar acompañados en el recorrido.

Entre esos particulares que decidieron participar en esa “movilización” están Andrés Castillo y Antonio Maldonado, dos vecinos de Huétor Vega y amigos entre ellos, quienes, desde que oyeron este reto de humanidad, estuvieron rumiando ponerse en marcha y sumarse. Y así lo hicieron. “Yo llevaba varios días pensando cómo podía ayudar y fue cruzarnos una llamada”, afirma Antonio Castillo. No ocultaron su preocupación y temor por el riesgo del trayecto y qué se iban a encontrar allí.

Lograron una furgoneta y obtuvieron fondos para pagar la gasolina. Dedicaron una semana a este viaje, de sus días de vacaciones, con material humanitario a la ida y con refugiados ucranianos –mujeres y niños- a su vuelta. “La ida fue hacer kilómetros y kilómetros, porque queríamos llegar cuanto antes, cargados de optimismo y ganas, sin saber bien qué nos íbamos a encontrar”, afirma Andrés.

“UN VIAJE CON UNA MEZCLA DE SENSACIONES Y EMOCIONES”
Allí, en el campo de refugiados en la frontera entre Varsovia y Ucrania, contemplaron una situación dura de personas que habían viajado durante días para llegar a este punto y poder salir del país. Personas que sufren dejar a sus maridos, hijos, padres y hermanos, para luchar en esta invasión provocada por Rusia contra su país. “Ha sido un viaje con una mezcla de sensaciones y emociones terribles, pero hemos conseguido traer a la gente que teníamos que traer”, comenta Antonio Maldonado, quien, antes de salir, se dedicó también a buscar camiones y autobuses para los envíos y traslados entre Granada y Varsovia, para Ucrania.

Trasladaron material quirúrgico, tan necesario en estos momentos, donde los médicos no tienen ni lo básico para atender metralla de bala alojadas en los cuerpos, por ejemplo. También medicación como analgésicos, antibióticos o eparina. Junto a ellos, en la caravana viajaron también dos autobuses, con alimentación precocinada, de adultos y niños, y material básico de higiene.

Antonio y Andrés trajeron hasta Lancha de Genil, donde son acogidos, a madres con sus hijos, en una convivencia que se volvió “enriquecedora” a medida que hacían kilómetros y se acercaban a España, donde estos refugiados sólo habían oído hablar de Madrid y Barcelona, y desconocían dónde estaba Granada. Una confianza por parte de las madres y niños refugiados que fue creciendo cada día que pasaba. Y es que el primer momento de encontrarse los rostros de estos refugiados delataban el “miedo y la ansiedad”, que poco a poco “se fueron relajando”.

COMO SU FAMILIA EN ESPAÑA
En un viaje “con muchos altibajos, pero muy gratificantes”, tanto Andrés como Antonio han creado un “vínculo muy fuerte con ellos”, considerándose su familia en España.

Cada día acuden a visitarles en las casas de acogida en Lancha de Genil, donde también los refugiados son acompañados por voluntarios. Han compartido con los ucranianos comidas, cenas y tiempo libre, así como en las necesidades que han requerido, en un vínculo que ya les une con lazos semejantes a los de la propia familia, como ellos mismo explican. “Los considero parte de mi familia”, afirman, mientras les ayudan en lo que necesitan y en su integración en Granada. Los niños van al colegio y, en cuanto les sea posible, les ayudarán a encontrar un trabajo.

Como en el caso del resto de refugiados llegados hasta ahora a Granada en este programa de “Ayuda a Ucrania” puesto en marcha por el Arzobispado, están muy agradecidos por esta implicación, ayuda y acogida de los granadinos para salir de la situación de guerra en su país. Sin embargo, en sus ojos se deslizan lágrimas y su rostro expresa pesar reflejando en ellos el dolor por haber dejado en el campo de batalla a sus familias, especialmente padres, hijos, hermanos o maridos, enviados al frente. Es el caso de una de las madres llegadas a Lancha de Genil, que dejó a su hijo de 18 años en la guerra.

Estos refugiados inician su nueva vida en Granada y en los distintos pueblos de la Archidiócesis donde están siendo acogidos, en casas de particulares, pero también en casas parroquiales, casas de espiritualidad o de congregaciones religiosas.

Desde el Arzobispado y la Archidiócesis, los granadinos siguen tendiendo su mano para aportar un “grano de arena” de amor, solidaridad y caridad, en medio de la barbarie que han vivido quienes llegan a nuestras casas y son nuestros nuevos vecinos, compañeros de camino.

Paqui Pallarés
Delegada de Medios de Comunicación Social