Homilía del arzobispo de Granada, Mons. José María Gil Tamayo, en las ordenaciones diaconales del 3 de mayo de 2025, en la S.A.I Catedral.

Queridos Lenon, Iván, Juan Pablo, Javier,

Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes,

Diácono,

Queridos seminaristas del Seminario de San Cecilio y del Seminario Redemptoris Mater,

Especialmente vosotros, queridos rectores y formadores de ambos seminarios, Queridas familias de los ordenandos,

Queridos hermanos y hermanas que nos seguís a través de las redes sociales,

También un saludo especial a los que habéis venido de las comunidades parroquiales donde trabaja Lenon en La Herradura,

También la de Juan Pablo en Capileira, también Javier en Almuñecar y también los que habéis acompañado a Iván, de su comunidad,

Queridos hermanos y hermanas, todos en el Señor,

Si alguno quiere venir en pos de mí, dice Jesucristo, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz de cada día y sígame. Queridos hermanos, en este día Granada rinde, aunque vamos perdiendo el sentido religioso y se queda en lo externo, en un motivo para la fiesta. En este día en que se adorna la cruz, un instrumento de suplicio, un instrumento de condena. Tenemos que ahondar en la raíz profunda por la cual la cruz no es solo un adorno. Cuando en el catecismo se nos preguntaba cuál es la señal del cristiano, respondíamos la señal del cristiano es la Santa Cruz. ¿Y por qué la señal del cristiano es la Santa Cruz?

Todavía nos acordamos los que estudiamos el catecismo, porque en ella murió Jesucristo para redimir a los hombres. Queridos hermanos y hermanas, la cruz es el símbolo de Cristo. La cruz es el símbolo de la victoria. La cruz ha dejado de ser un instrumento de ignominia, de condena y se ha convertido en un instrumento de salvación. Por eso veneramos la Santa Cruz. No en sí misma, sino porque en ella está Cristo.

Porque en ella ha estado Cristo, que es el centro de nuestro vivir. Es el que ha sido levantado para que lo miremos y nos venga la salvación. Es ante el cual nos jugamos la vida. Él es el Hijo del Hombre glorioso que ha tomado la forma de siervo y ha pasado por el sufrimiento, tomando nuestro lugar.

Él es el que se ha hecho siervo, el que se ha humillado, como nos dice San Pablo, en ese texto admirable de la carta a los Filipenses que hemos escuchado y que antes el apóstol les dice a los de Filipo, su comunidad querida, tener los sentimientos de Cristo. Y después desarrolla este maravilloso himno que probablemente ya existía en la primitiva comunidad cristiana y que resume la salvación de Jesús.

Tened los sentimientos de Cristo, querido Lenon, Iván, Juan Pablo, Javier. Tener los sentimientos de Cristo es ser otros Cristos. Ya lo somos por el bautismo. Por nuestra condición de bautizados, ya hemos sido injertados, revestidos. Ya Cristo ha tomado posesión de nosotros. Hemos sido consagrados y a su vez el Espíritu Santo por el Sacramento de la Confirmación, ha completado esa iniciación cristiana que, con la Eucaristía, en la que nos alimentamos del cuerpo que el Señor, y podemos decir como el mismo apóstol: Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí. Pero eso que se produce ontológicamente en el bautismo, ahora queda reforzado con una dimensión de Cristo, y es la de siervo. Y es la de ministro, pero no al modo humano. Ya vemos los ministros, el ejemplo. Ya vemos… No es eso, queridos hermanos.

El Papa se llama siervo de los siervos de Dios, pues los diáconos son los siervos, los sacerdotes, que no dejamos de ser diáconos. Yo voy revestido también, como os vestirán a vosotros. Con esa vestidura de siervo. Porque eso es lo que somos, ministros de Cristo. Y para eso os ordenáis, no para hacer una carrera, no para honores. Y los tendréis en la medida en que transparentes a Cristo. En medida en que vuestra vida, de manera existencial, realice lo que sacramentalmente vais a recibir dentro de un momento. Estar en la mesa como el que sirve.

“Si yo, el Maestro, he dado ejemplo,” dice Jesús de Nazaret en la última Cena, cuando los apóstoles, especialmente Pedro, el que hace cabeza, se niega a lavar los pies.

“Si yo, el Maestro, pusiera de ejemplo, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros”. Y esta es una enseñanza fundamental del Papa Francisco. No es un gesto mediático, no es un gesto de pose. Es la realidad de lo que somos. O somos esto o no seremos convincentes ante la gente, ante la comunidad cristiana, ante el mundo.

La Iglesia no quiere señoritos. La Iglesia no quiere líderes humanos al modo humano de servirse de sus hermanos. Sabéis que los jefes de las naciones las tiranizan. No ha de ser así entre vosotros. El que sea el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos. Son palabras de Jesús.

“Ipsissima verba Jesu” mismísimas palabras de Jesús. Y Él es nuestro Maestro, yo no tengo otra cosa que deciros en la ordenación de diácono. Vais a ser servidores. Lo de negarse a sí mismo es la condición para tomar la cruz salvadora. Y esto, la lógica que entra aquí, la lógica que rige… Esa lógica que salta San Pablo en el inicio de la primera carta a los Corintios… Tenemos una sabiduría que no es la de este mundo. La cruz es necedad y locura para muchos, pero para nosotros es camino de salvación. Y el mismo Pablo dice “Yo predico a Cristo y este crucificado”. Y es más, cuando recrimina en alguna ocasión dice que aquellos que son enemigos de la cruz de Cristo.

Luego, queridos amigos, queridos Javier, Juan Pablo. Queridos Iván, Lenon. La cruz no solo es para llevarla en el pecho. La cruz no solo es para ponerla como signo, es para vivirla. Y no solo eso, sino que sois compasivos. Padecer con los otros las cruces de los otros. Y eso se ha de llevar ,en las preguntas que os voy a hacer después, a sacrificar en primer lugar vuestro corazón, porque es solo para Dios. Como signo de vuestra consagración a Dios, como signo de la exclusividad de Dios y de la primacía de Dios en vuestra vida y por Él de los demás, que son inseparables en el misterio cristiano.

Y ese es el sentido del celibato. No es una imposición de Elvira, es un sentido profundo de entrega que ya Pablo nos habla. Ejemplo de nuestro Señor Jesucristo. Siendo hombres de verdad, hechos y derechos, pero al mismo tiempo con un corazón apasionado por Dios y por los demás. Al mismo tiempo en la humildad, en el servicio. Nunca el servicio puede ser motivo de soberbia, sino de humildad.

De ponernos a los pies de los demás. Los últimos de la fila. Y al mismo tiempo, eso os llevará a ser cooperadores, colaboradores del orden sacerdotal ahora. Y un día, vosotros mismos sacerdotes. Pero lo del servicio, no viene solo hoy por la ordenación sacerdotal. Tenéis que ejercitarlo, aprenderlo, ser un hábito en vosotros. Y eso es lo que hizo Cristo. Por eso en el himno de Pablo, en los Filipenses, el que sometió incluso a la muerte y muerte de cruz, fue exaltado por encima de todo nombre.

De modo que el nombre de Jesús, toda rodilla, se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo. Y toda lengua proclame Jesús es el Kyrios, Jesús es el Señor, Jesús es Dios. Nuestra exaltación viene del camino de la humildad. Dignos cooperadores del orden sacerdotal. Amar al sacerdocio. Amar a vuestro obispo. Hoy soy yo, el día de mañana será otro que me suceda en esta sede.

Vais a prometer respeto y obediencia, pero no es una obediencia cuartelera, de “sí, Señor, Señor”. Es mucho más profundo. Es acomodar mi voluntad que ya pasa lo último a lo que Dios a través de esa persona que puede equivocarse, que es falible. Me muestre en ese momento como cabeza de la Iglesia, en ese lugar. El Señor os va a pedir también que conforméis vuestra vida al evangelio que vais a proclamar y del que vais a ser constituidos.

Misioneros, portavoces, mensajeros del Evangelio. Os voy a entregar el Evangelio y os voy a decir “Convierte en fe viva lo que lees. Lo que has leído, predícalo y lo que has predicado, cúmplelo”. No podemos ir por un lado con nuestras obras y por otra con lo que proclamamos, lo que significa nuestra vida. Porque el Señor Jesús, también con sus mismas palabras, nos dijo que no podemos ser sepulcros blanqueados, nos dijo que no podemos caer en un fariseísmo y advertir a la gente como lo hacía Jesús, de que hagan lo que decimos, pero no lo que nosotros hacemos.

Queridos hermanos, os habéis metido en un lío gordo. No es fácil, todavía estáis a tiempo.

Queridos amigos, gracias por haber dado este paso. Aquí estoy. La Iglesia os ha elegido a través de mi persona. También, se os va a pedir que seáis orantes, que recéis. Sin rezar, sin orar, no se puede mantener el ritmo de Cristo. Sin Sagrario, sin contemplación, sin escucha de la Palabra de Dios y meditación, no se puede mantener la perseverancia, porque entonces ya no son los criterios de Cristo de la cruz. Ya son los criterios mundanos del tener, del poseer, del subir, del mandar.

Y rezar por el pueblo de Dios, por toda esta gente. Cuando el pueblo sencillo nos dice “Rece usted por mí, rece usted por mí”. El Papa Francisco añadía siempre, “Para bien, rece usted por mí”. Y a veces dicen, “usted está más cerca de Dios”. La verdad es que no es así. Dios escucha a los humildes y a los sencillos, pero saben de nuestra dignidad, que es prestada. Y que estamos como instrumentos puestos al servicio del pueblo de Dios.

Que la Virgen Santísima, madre de Dios y madre nuestra. La Virgen de Aparecida, la Virgen de Luján. La Virgen de las Angustias, la Madre de Dios y madre nuestra. La que acompañó a los apóstoles en los inicios de la comunidad cristiana, os acompañe siempre, cuide y os proteja.

+ José María Gil Tamayo
Arzobispo de Granada

3 de mayo de 2025
S.A.I Catedral de Granada

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