Homilía del arzobispo de Granada, Mons. José María Gil Tamayo, en la Eucaristía por el fallecimiento del Santo Padre Francisco, el 24 de abril de 2025, en la S.A.I Catedral.
Querido don Javier, arzobispo emérito de Granada,
Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes, diácono, seminaristas,
Queridos miembros de la vida consagrada,
Queridas autoridades, señora alcaldesa, señores delegados de la Junta de Andalucía, miembros de la Corporación de Granada y demás autoridades presentes,
Queridos hermanos y hermanas en el Señor,
Primero, mi agradecimiento por vuestra presencia en esta celebración eucarística, por el eterno descanso del Papa Francisco. El Papa Francisco, que ha sido llamado a la presencia del Señor en este tiempo litúrgico de la Pascua.
La Palabra de Dios que nos acompaña en estos días nos trae la vida de la comunidad primitiva cristiana, porque ella es reflejo. Ella es lo que debemos ser como comunidad cristiana, perseverando en la fe, en la doctrina de los apóstoles, en la caridad. Esa comunidad cristiana que estamos viendo su vida y se despliega a lo largo del libro de los Hechos de los Apóstoles y de las Cartas del Nuevo Testamento. Es la que nos sirve, junto con el Evangelio, de referente en estos días. Y vemos la figura de Pedro, el Pedro que anuncia, el Pedro que pastorea la comunidad cristiana en el nombre del Señor, que anuncia con valentía a Jesucristo y pone en Él toda nuestra esperanza. Jesucristo resucitado.
Pero ese mandato del Señor, que no es un fantasma que se nos pierde en la noche de los tiempos como un muerto ilustre, sino alguien que está vivo. Palpadme y vedme, un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo. Muchacho, tenéis algo que comer, les dirá, y se presta a comer con ellos el pez asado.
Cristo no es una idea y es lo que transmite el ministerio apostólico. Y por eso, queridos hermanos, estamos aquí hoy. En un sucesor de Pedro, en torno a su figura y a su persona, mientras su cuerpo está presente en la Basílica de San Pedro, mostrando al mismo tiempo que la debilidad de nuestro paso por la tierra que, como todo hombre, sufre el golpazo de la muerte. Pero al mismo tiempo testimoniando la fe, la resurrección del Señor. Y el pueblo cristiano, los hombres y mujeres de buena voluntad, se acercan en una fila interminable a presentar sus respetos, a orar por Él.
Quiero acordarme por los días vividos previos al cónclave que elige al Papa Francisco y unas palabras que el cardenal Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires, dirigió en las congregaciones generales, que son las que ahora están celebrando los cardenales.
¿Qué pensaba él de la Iglesia? ¿Qué pensaba él del próximo Papa sin saber que iba a ser él? Y decía, textualmente, pensando en el próximo Papa que sea un hombre que desde la contemplación de Jesucristo y desde la adoración a Jesucristo, ayude a la Iglesia a salir de sí hacia las periferias existenciales y que ayude, la ayude a ser la Madre fecunda que vive la dulce y confortadora alegría de evangelizar.
El Papa Francisco, el querido Papa Francisco. Esto es lo que ha hecho. Un hombre de Dios y de la Iglesia. Un enamorado de Cristo con una pasión grande por Él y al mismo tiempo con un celo apostólico de llevar el Evangelio a todas partes, especialmente a los más pobres, a los necesitados, a esas periferias existenciales, a esas periferias que están en los límites físicos del mundo, pero también donde la humanidad se palpa de manera más grande.
Evangelizar, supone el Papa… Decía él, supone celo apostólico. Evangelizar supone, en la Iglesia, la valentía de salir de sí misma. La Iglesia está llamada a salir de sí misma, ir hacia las periferias, no solo las geográficas, sino también las periferias existenciales. Las del misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia, las prescindencia religiosa, las del pensamiento, las de toda miseria.
Queridos hermanos y hermanas, esto es lo que ha hecho el Papa Francisco. Esto es lo que él pedía para el Papa que sucediese a Benedicto XVI. Esto es lo que él ha desarrollado después en su documento programático Evangelii Gaudium, su primer gran documento. Evangelizar con la alegría del Evangelio y llevar a la Iglesia a los límites del mundo con su presencia, a esas periferias.
Renovar la Iglesia. Y lo ha hecho, fijaros, con los gestos. Muchas veces más elocuentes que las propias palabras, esos gestos que expresan su sentir y su corazón de Buen Pastor. Fijaros, en medio de la enfermedad, en medio ya del final de su vida, que él, por lo que nos comentan, ya sentía que le faltaban pocos días. El Jueves Santo, el día del amor fraterno, no nos dio una homilía sobre el amor a los demás.
Se fue a la cárcel de Roma a estar con los internos. Un gesto de amor, de amor a los más pobres que nos ha enseñado en Evangelii Gaudium, que no es algo optativo, que es esencial en el Evangelio y que no admite glosa. Un amor por los desterrados de la tierra, un prestar la voz a quienes no la tienen o queda silenciada por las injusticias o por el pisoteamiento de los derechos humanos.
Una voz a los inmigrantes, una voz a los descartados. Y ha denunciado este mundo nuestro que solo busca los bienes materiales y se ha constituido en defensor de la paz, cuando nadie le ha hecho caso. El sábado, en su funeral, se juntarán los jefes de Estado y los reyes de todo el mundo, pero su voz la echaremos de menos.
Que el Señor le conceda, como defensor de la paz, como testigos del Evangelio, como buen Pastor del pueblo de Dios, esa paz que él ha reclamado para los hombres y mujeres de nuestro mundo y que constituye la eterna asignatura pendiente. Queridos hermanos, el otro gesto es el del Papa el Domingo de Resurrección, el domingo más importante del año, saliendo a la Plaza de San Pedro a dar la bendición.
Ese gesto del Papa de recorrer toda la plaza de San Pedro en medio de la gente, porque él ama profundamente a la Iglesia. Él ama al santo Pueblo de Dios y tiene ese anhelo, ese hambre de estar con la gente. Todas esas características que él deseaba del Papa las ha vivido con una profunda contemplación de Jesucristo. Un hombre de oración, un carácter forjado en la disciplina jesuítica, una fortaleza de hierro.
El Señor ha bendecido a su Iglesia con unos Papas especiales, santos. Veamos a Juan Pablo II con los ingredientes de la humanidad de su tiempo. Testigo de los grandes sufrimientos de la humanidad en las dictaduras nazi y comunista. Un hombre que anhelaba y luchó por la libertad de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, porque entendió que el hombre es el camino de la Iglesia y que Cristo es la suprema vocación a la que está llamado.
Veíamos después, en Benedicto, todo un padre de la Iglesia, probablemente el Papa mejor preparado de toda la historia, que ha proclamado ante el mundo la primacía de Dios en un mundo secularizado. Todo lo que pesa, lo que vale, es el tener, es el poder. Y nos ha llegado el regalo de Francisco, el Papa que nos trae la frescura del Evangelio, como Francisco de Asís.
Que nos trae el amor a los pobres y ya desde el comienzo de su pontificado, como le recordaba el cardenal Hume: No te olvides de los pobres. Y su primera aparición ante los periodistas decía que quería una Iglesia de los pobres y para los pobres. Él nos ha invitado a ser una iglesia en salida, una iglesia que sale a buscar la humanidad, que no se cierra.
Por eso él decía también en ese discurso a los cardenales antes de ser elegido Papa, que la Iglesia no puede ser autorreferencial. La Iglesia tiene que salir de sí. Y él decía: Cuando la Iglesia no sale de sí misma para evangelizar, se convierte en autorreferencial y entonces se enferma. Los males que a lo largo del tiempo se dan en las instituciones eclesiales, decía él, tienen raíz de autorreferencialidad, una suerte de narcisismo teológico.
En el Apocalipsis, Jesús dice que está a la puerta y llama. Evidentemente, el texto bíblico se refiere a que golpea desde fuera la puerta para entrar. Pero bien, decía el cardenal Bergoglio. Y las veces en las que Jesús golpea desde adentro para que le dejemos salir. La Iglesia autorreferencial pretende a Jesucristo dentro de sí y no le deja salir.
Querido Papa Francisco, ayúdanos a seguir siendo esa Iglesia en salida que tú has querido para nosotros. Ayúdanos a ser ese hospital de campaña que entiende de las heridas en el corazón del hombre, que sale en busca de los más pobres, que levanta su voz por los desheredados, ante los poderosos del mundo. Que muestra la misericordia de Dios, como tú has querido recordarnos, como ya lo hizo San Juan Pablo II con la
“Dives in Misericordia” diciendo que es el rasgo más importante de Dios.
Querido Papa Francisco, ayúdanos a ser una Iglesia en salida, que nos espabilemos, que dejemos una iglesia de puro mantenimiento. Que el celo apostólico nos haga llevar a Jesucristo a todos los rincones con el testimonio de nuestra vida. Ayúdanos a sanar nuestras debilidades, nuestros vicios, ayúdanos a poner bálsamo en quienes hemos herido, de quienes hemos abusado. Ayúdanos, Señor, a ser el rostro de Cristo en el mundo de hoy.
Y esto es lo que pedimos para tu sucesor, que nos guíe y que nos ayude, como Pedro, a la primitiva comunidad cristiana, siendo testigos valientes del Evangelio. Ese Pedro que había negado a Cristo, ese Pedro cobarde, ese Pedro que iba por delante con las buenas intenciones, pero no le seguía en sus obras. Queridos amigos, demos gracias a Dios por la vida y el ministerio del Papa Francisco. Un enamorado de Cristo, un evangelizador, un testigo del Evangelio, un amigo y un hermano de los pobres.
Pidamos que el Señor les dé el descanso eterno, reservado a los buenos pastores. Quiero recordar que tuvimos la suerte gente de Granada en que nos recibiera en audiencia el día 11 de enero con las cooperativa Covirán, cooperativas Virgen de las Angustias. Y tuvo las palabras para la Virgen de las Angustias.
Él nos recordó que en la imagen de la Virgen no está Cristo sobre su regazo, sino está en una mesa, porque ella es oferente. Invitó entonces a los que estábamos allí a ofrecer a Cristo, a dar a Cristo siempre. Y nos recordó algo muy importante: no perder el buen humor, no perder la alegría. Él incluso llegó a quejarse de que nos han robado la alegría a los cristianos.
Santa Teresa de Jesús decía que un santo triste es un triste santo, es una pena de santo. Y en este mundo tan triste y al mismo tiempo tan divertido, con tantas cosas, le falta la alegría. La alegría del amor auténtico que el Papa Francisco ha venido recordarnos viviendo.
Que la Virgen de las Angustias lo acoja, lo lleve junto a Cristo y él, desde el cielo, interceda por esta Iglesia que el Señor nos concedió que él guiará.
Así sea.
+ José María Gil Tamayo
Arzobispo de Granada
24 de abril de 2025
S.A.I Catedral de Granada