Homilía de D. José María Gil Tamayo, arzobispo de Granada, en la Eucaristía en la Jornada por la Vida Consagrada, el 1 de febrero de 2025, en la S. A. I. Catedral de Granada.
Queridos hermanos sacerdotes conelebrantes,
Queridas hermanas y hermanos de la vida consagrada que os habéis dado cita hoy, en este día de vuestro día ya anticipado. Pero que coincide con la solemnidad, mejor dicho, del patrón de Granada, San Cecilio.
Siempre mirad al comienzo. Mirad a quienes nos han precedido en la señal de la fe. Es importante. Lo hacemos constantemente cada vez que celebramos la fiesta de un apóstol. Cada vez que celebramos y vosotros y vosotras, la fiesta de vuestro fundador, de vuestra fundadora, es una mirada a quien Dios ha hecho depositario de ese carisma que tratáis de vivir y que refleja vuestra vida, vuestro deseo, vuestra forma de ser cristiano. Plenificando el Bautismo en una misión, pero que no es ni más ni menos que el seguimiento de Cristo en la distinta variedad de carismas. Ese seguimiento de Cristo que es poliédrico, que representa tantas dimensiones de inagotable fuerza, de inagotable fuente que es nuestro Señor Jesucristo. Todos, lo que hacemos es, ni más ni menos, que seguir a Jesucristo. La secuela cristiana, la secuela Christi, el seguimiento de Cristo
Y el seguimiento supone algo activo. Supone salir, supone ponerse en camino, supone levantarse, supone tener presente una meta. El seguir supone también que alguien nos antecede y que es el Pastor y guía nuestras almas, que es nuestro Señor Jesucristo. Queridos hermanos y hermanas, mirad al que inicia el cristianismo en nuestra Iglesia de Granada, al que es el Padre, según la tradición de la Iglesia de Granada.
Ya desde los tiempos apostólicos supone para nosotros un mirar también a los orígenes. Y un mirar a los orígenes que es un mirar a la raíz, que es vivir la radicalidad. No en el sentido fundamentalista de un fanatismo, pero sí de una coherencia, sí de limpiar en nosotros lo que ha empañado ese seguimiento por nuestra comodidad, por nuestras circunstancias, por nuestra debilidad.
Lo que el paso del tiempo y la acomodación ha ido haciendo que vaya perdiendo el brillo de la frescura evangélica en todos y cada uno de vosotros y vosotras. Esa identificación con vuestro carisma. Y en todos, la mirada a un discípulo directo de los Apóstoles, enviado a anunciar a Jesucristo a esta tierra. Es una responsabilidad, ciertamente. En primer lugar, para vuestro obispo, sucesor de San Cecilio. Es una responsabilidad para mí de imitar, como dice la Carta a los Hebreos en el capítulo 13, aquellos superiores vuestros que os expusieron la Palabra de Dios. Es lo que hizo Cecilio junto con los seis restantes varones apostólicos.
Os expusieron la Palabra de Dios, os expusieron el Evangelio de Jesucristo, anunciaron a Jesucristo. Hicieron fiel eco de aquellas palabras de Pablo ¡Ay de mí si no evangelizare! Entendieron perfectamente ese mandato misional de Jesucristo ¡Id y anunciar! Y es lo que está en el fondo de todo nuestra tarea. Lo que da razón a nuestra existencia.
Os expusieron la Palabra de Dios. Fijaos en el desenlace de su vida. Y aquí, queridos hermanos y hermanas, nos encontramos ante un testigo, ante un mártir. Ante alguien que ha rubricado con su propia sangre el seguimiento del Señor. ¿Y esto qué nos dice a nosotros? Este testificar, este dar la vida. Este vivir la heroicidad del seguimiento y de la entrega que en Cecilio llega hasta la entrega de la propia vida y que en nosotros tiene que adquirir el carácter, como dice bellamente esa palabra castellana, el desvivirnos. El irnos desgastando, el irnos entregando en el día a día del seguimiento, de la vocación a la que hemos sido llamados.
Fijaos en el desenlace de su vida. Tiene que ser para nosotros un acicate, una animación, a decir Señor, ahora, en este tiempo también de dificultades. ¿Cuándo no lo ha sabido para el cristianismo? Es la religión más perseguida. No podemos caer en la acomodación. Quienes han hecho de los valores del Reino el sentido de su vida. No podemos caer, como hemos escuchado en la segunda lectura, donde Pablo dice que no busca agradar a los hombres, sino a Cristo.
No podemos ser acomodaticios, hacer un cristianismo pret à porter, según lo que los gustos o las modas. Sino la radicalidad de los primeros testigos que anuncian a Jesucristo con la convicción de su propio testimonio y con la palabra de vida eterna que han recibido. Yo he recibido del Señor a mi vez una tradición que, a mi vez retransmitido.
Queridos hermanos y hermanas, esta es nuestra responsabilidad y nuestra tarea. Pero la carta a los Hebreos nos dice más. No solo fijaos en el desenlace de su vida, sino imitad su fe.
Imitar su fe hasta incluso la oblación de nosotros mismos. De forma diaria o martirial, pero siempre testifical.
Imitad su fe en un comportamiento, en el seguimiento, a pesar de los pesares, de nuestra debilidad, en el aquí y ahora, en el que el Señor nos ha puesto. En el tiempo que quiere darnos, ante la gente con la que estamos. Vuestro carisma, vuestros carismas son un bien y una riqueza, y no podemos esconderlos bajo tierra. No podéis enterrarlos, no podéis.
Esa luz que ha simbolizado la vela de cada uno de nosotros al encenderla, ponerla debajo del celemín. En las circunstancias concretas del trabajo apostólico activo o de la enfermedad, pero siempre en la oración que alimenta con la Palabra de Dios esa fe.
Imitad su fe. Una fe que puede llevar a una entrega, incluso del martirio. Este es el testimonio de hoy de Cecilio. Y al mismo tiempo, en la primera lectura tomada del Deuteronomio engrandece al pueblo de Israel. Moisés, porque ha recibido tanto de Dios que ha sido hecho su pueblo y ha recibido la ley. Y ha sido depositarios de la alianza.
¿Cuánto más nosotros? ¿Cuánto más nosotros? Cuando Jesús le dice a la reina de Saba… Criticando la falta de acogida el día del juicio: esta generación se levantará y os condenará porque ella vino desde los confines hasta Salomón. De los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón. Y aquí uno, que es más que Salomón, es Cristo, a quien Juan señala como el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.
El que nos ha llamado a su seguimiento. Luego ya hemos recibido la alianza plena, la revelación plena, el Verbo de Dios hecho carne. Al que seguimos. ¿A quién vamos a ir, Señor? Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros hemos conocido que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios. Queridos hermanos y hermanas, hoy es un día de gratitud.
De dar gracias a Dios por vuestros carismas, por vuestra vocación. Y es un día para dar gracias a Dios, porque la fe llegó a este pueblo desde los inicios. Esta Iglesia es apostólica. Y eso también es otra responsabilidad que lleva consigo el ardor apostólico de anunciar a Jesucristo. La apostolicidad no solo está en el enganche con los primeros, en una sucesión apostólica ininterrumpida desde los apóstoles. Sino está también en ese afán de anunciar a Jesucristo, en esa conversión misionera, apostólica que nos pide el Papa. Evangelizadora.
No podemos quedarnos dormidos, no podemos vivir un espíritu de conservación, sino al contrario. Salir a los caminos, anunciar a Jesucristo, curar a los enfermos, devolver la vista a los ciegos, la libertad a los oprimidos. Nuestra tarea es variada, pero el seguimiento del Señor es único. Y ese seguimiento ha de ser en esperanza, como propone vuestro lema para este día.
Peregrinos en camino. Sembradores de esperanza en un mundo triste, la esperanza es Cristo. La esperanza es la vida eterna. La esperanza son los valores del Reino. La esperanza es ese amor de Dios, su misericordia que se trasforma en fraternidad. Queridos hermanos y hermanas, acudamos a la Virgen. Que Ella nos acompañe en nuestro caminar y como los apóstoles nos animen en la oración, y en la escucha de la Palabra y en la fraternidad vivida en las comunidades.
Así sea.
+ José María Gil Tamayo
Arzobispo de Granada
1 de febrero de 2024
S. A. I. Catedral de Granada