De la Pastoral Bíblica de la Archidiócesis de Granada, para el domingo 19 de enero de 2025.
Terminado el tiempo litúrgico de la Navidad con el Domingo del Bautismo del Señor, nos adentramos ahora en el Tiempo Ordinario, tiempo en el que la Iglesia nos invita a buscar al Señor en lo cotidiano. Este no es un tiempo menor o de segunda clase, sino más bien un tiempo crucial, ya que la mayor parte de nuestra vida se desarrolla de este modo, con sencillez. No obstante, este domingo estamos aún en una especie de transición, sobre todo si prestamos atención a la antífona del Magníficat del día de la Epifanía: “Veneremos este día santo, honrado con tres prodigios: hoy la estrella condujo a los magos al pesebre; hoy, el agua se convirtió en vino en las bodas de Caná; hoy, Cristo fue bautizado por Juan en el Jordán para salvarnos.” Y es que el Tiempo Ordinario está llamado a ser también una “frecuente epifanía del Señor”.
El Amor rompe su silencio
En la primera lectura el profeta Isaías, dirigiéndose aquellos que estaban en el destierro, proclama el fin de esta situación verdaderamente dramática. Las palabras de profeta están cargadas de esperanza y consuelo: “Ya no te llamarán «Abandonada», ni a tu tierra «Devastada»; a ti te llamarán «Mi predilecta», y a tu tierra «Desposada», porque el Señor te prefiere a ti, y tu tierra tendrá un esposo” (Is 62,4); Al igual que el profeta Oseas, también Isaías recurre a la metáfora nupcial para referirse a la relación de Dios con su pueblo: “Como se regocija el marido con su esposa, se regocija tu Dios contigo” (Is 62,5); este modo de hablar es revolucionario y nos expresa la fuerza y profundidad que tiene la alianza que Dios ha hecho con Israel.
El salmista por su parte recoge el gozo y la alegría de este anuncio y exhorta a los oyentes a “contar las maravillas del Señor a todas las naciones”(Sal 95,3), a “proclamar día tras día su victoria”(Sal 95,2), a “aclamar la gloria del nombre del Señor” (Sal 95,8).
La comunión, manifestación del amor de Dios
La segunda lectura pertenece a la primera carta a los Corintios; en ella, Pablo debe hacer frente a una serie de problemáticas internas, propias de una comunidad nueva y viva. En dicha comunidad, el Señor ha suscitado muchos carismas, y los corintios están convirtiendo esto en un enfrentamiento, en ver quién sobresale o es más importante; es por ello que Pablo va a exhortarles a vivir en comunión, porque todo carisma, si viene del Señor, está llamado al servicio a los hermanos y a la construcción de la unidad del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia: “Hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor” (1 Cor 12,4); “pero a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común” (1 Cor 12,7).
Las Bodas, fiesta del Amor.
El evangelio de Juan nos narra hoy “las Bodas de Caná”, sin lugar a dudas uno de los episodios más conocidos y también uno de los que poseen mayor capacidad simbólica. Son muchas las referencias e interpretaciones que nacen de este evangelio, tanto por el hecho del milagro de convertir el agua en vino, como por la presencia de su Madre, la Virgen María. Pero en el contexto que nos encontramos, terminada la Navidad y en este marco de la Epifanía, el texto quiere subrayar que es el inicio de los signos y que lo llevó a cabo con una finalidad muy concreta, suscitar la fe de los suyos: “así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él” (Jn 2,12).
La Palabra hoy
En el marco de una fiesta de bodas, la Palabra de Dios nos invita hoy a dos cosas fundamentales: la comunión y la confianza.
Cuantas veces nos sucede que no conseguimos hacer fiesta en nuestras vidas porque vivimos enfrentados, buscando los primeros puestos, ensombreciendo lo verdaderamente importante, queriendo, en definitiva, subrayar nuestra presencia y autoría en todo lo que hacemos. El apóstol de los gentiles nos invita hoy a poner nuestros dones y carismas al servicio de los demás, ya que Cristo nos ha enseñado que servir es amar, y solo el amor construye la comunión y es digno de fe.
Por su parte, el evangelio pone delante de nuestros ojos la importancia de fiarse del Señor y de acudir a la intercesión de la Virgen María; ella misma nos da la clave para saber vivir “haced lo que Él os diga” (Jn 2,5). Solo en la escucha y la obediencia a Jesús, Esposo de la Iglesia, podemos ser testigos de esta boda, y a la vez colaboradores de la transformación de una vida insípida, inodora e incolora en una existencia llena de alegría, donde el perfume, el color y el sabor del vino de Cristo inunde nuestro corazón.
Esta boda recuerda a la pareja que formaron Adán y Eva; estos empezaron muy bien, pero después, por la falta de confianza en la palabra dada por Dios, cayeron en el pecado, y así convirtieron todo en amargura. Ahora María y Jesús, enderezan aquel entuerto y nos ofrecen algo muy bueno: el admirable intercambio, las bodas de la humanidad y la divinidad. Para poder obrar el milagro de nuestra conversión, primero hemos de constatar que no tenemos vino, llamar a las cosas por su nombre, que se ha acabado aquello que teníamos preparado, que aquello por lo que habíamos fatigado tanto no ha sido suficiente. Cristo nos sorprende cuando, contando con la disponibilidad de los sirvientes y con la simplicidad de nuestra agua, hace que aparezca el vino nuevo, el de la nueva alianza.
Pidamos a María la prontitud para decir “sí” a todo lo que Jesús nos diga.
Moisés Fernández Martín, presbítero diocesano.