Elaborado por el Secretariado de Pastoral Bíblica para el evangelio del 22 de diciembre.
En estos días previos a la Navidad, el profeta Miqueas nos recuerda el lugar del nacimiento del niño Dios en “Belén de Efratá”. De ese pequeño lugar va a salir aquel que salva a esta humanidad que le espera. Hoy la alegría inunda la vida del creyente y se instala en nuestra tierra, no apaguemos el gozo, permitámosle que se instale en nuestra existencia cotidiana, como el aroma fresco de niño recién nacido. Él nos invita al compromiso con los humildes, los sencillos, los pobres de nuestro mundo para que ellos también reciban la buena noticia de la salvación.
Lugares pequeños, acontecimientos extraordinarios (Mq 5,1-4)
Miqueas fue un profeta del reino del Sur (Judá) que vivía en el campo y que predicó en torno al año 722 a.C. En medio de sus anuncios y advertencias al pueblo aparece el texto que hoy leemos en la liturgia. Este pasaje quizás hubiera pasado desapercibido si no constituyese un elemento fundamental en el relato de Mateo “Belén de Efratá” (2,1-12).
Los habitantes de Belén procedían de Efratá, en la tribu de Benjamín, al norte de Jerusalén. De ahí que el profeta puntualice, para distinguirlo de otro Belén que estaba en el norte, en la tribu de Zabulón. Miqueas contrapone la situación modesta de Belén en su tiempo, con la que llegará un día a ser por el gran personaje que ha de nacer en ella.
El profeta, después de anunciar la situación privilegiada de que gozará Belén, alude de nuevo al triste momento en el que se encuentra ahora el reino de Judá, sometido a un ataque enemigo: Por eso los entregará hasta que dé a luz la que debe dar a luz (v.2). El profeta señala la perspectiva mesiánica del oráculo, unida a la casa de David, procedente de Belén y de dónde nacerá el que ha de salvar a su pueblo. Con él se inaugurará un tiempo de paz porque él mismo es la Paz. El que ha nacido en un lugar pequeño salvará a todo Israel y la propia Asiria se someterá a su poder.
El texto nos presenta sin duda, el origen humilde del Mesías, como lo fue el del rey David, significados en la aldea de Belén. Los acontecimientos extraordinarios suceden en los lugares pequeños, sencillos, en las pequeñas cosas que son signos de vida. En continuidad con la dinastía davídica, que gobierna sobre Israel desde los tiempos antiguos; este salvador velará por su pueblo, lo librará de todo sufrimiento y lo envolverá en su paz.
Caminos de encuentro (Lc 1, 39-45)
El episodio de la visita de María a Isabel está narrado según el modelo que aparece en el libro de Samuel sobre el traslado del arca (2 Sam 6,2-16). En ambos relatos se suceden las manifestaciones de gozo, David y todo Israel “iban danzando delante del arca con gran entusiasmo” (v.5), como el niño en el seno de Isabel “empezó a dar saltos de alegría” (v. 41.44). El verbo “exclamar” es usado en sentido litúrgico cuando se alaba a Dios presente en el arca (cf. 1 Cron 16, 4.5.42). María es el arca de la nueva alianza, lugar de la presencia de Dios con nosotros.
María sale de Nazaret para reunirse con su prima. No duda del signo que le ha dado el ángel, sino que quiere celebrar junto a Isabel ese destino común en el que están inmersas. Lucas le da gran importancia al saludo que María dirige a Isabel (es mencionado tres veces Lc 1,40.41.44) y a las reacciones que provoca: el niño salta de gozo en el seno de su madre y ella misma queda llena del Espíritu Santo. Lo anunciado se está cumpliendo. El salto de alegría es para Lucas expresión del gozo de los tiempos mesiánicos. María es saludada en su nueva condición: “Bendita entre las mujeres” y “madre de mi Señor”. La proclama “bendita entre las mujeres” como lo fueron en el antiguo Testamento Yael, la mujer de Jéber el quenita (Jue 5, 24) y Judit (Jdt 13, 18) por haber sido instrumentos de Dios.
Al llamar Isabel a María “la madre de mi Señor” (v.43) está afirmando que es la madre de aquel a quién Dios ha constituido Señor y Mesías. Y todo esto es en cuanto a mujer de fe, e icono de una verdadera discípula. “¡Dichosa tú que has creído! Que lo que ha dicho el Señor se cumplirá” (v 45). Ser discípula implica servir al Salvador, ponerse al servicio de la palabra de vida, una vida que brota, y que es reconocida en el seno de una estéril. María es llamada también bienaventurada, dichosa por ser creyente. Ella ha creído como Abraham. Mientras Zacarías permanece mudo, María, sí puede hablar. No se recluye en casa, sino que se pone en salida y se lanza a realizar un viaje hacia la región montañosa. El encuentro de dos mujeres dará lugar al reconocimiento de que el Salvador ya se acerca. Y es en este momento cuando María proclama su Magníficat.
Dos mujeres, un encuentro
He salido tan deprisa que estoy segura de haberme olvidado algo en la casa. La caravana no espera y era mi oportunidad. No ha sido fácil que me permitieran viajar sola y en mi estado, pero ¿qué podía hacer yo? A veces me pregunto ¿Por qué a mí? Y la respuesta es siempre la misma, aún escucho ese “alégrate” y me siento elegida, privilegiada, aunque no sé a dónde me llevará esta situación.
Por eso mi decisión de partir, de alejarme de casa unos días y ver con mis ojos la señal que me anunció el ángel. Estoy impaciente, pero sé que tengo que calmarme. El viaje es largo y las fuerzas debo guardarlas para ayudar a Isabel. Sé que ella me espera, que estamos conectadas por la misma experiencia, por la misma noticia que viene de lo alto. No existe el calor, la incomodidad de ir a caballo, las palabras de queja de estos hombres y mujeres a los que me he sumado para hacer el camino, nada va a impedir el encuentro.
Judá se vislumbra a lo lejos, Ain Karem está a la vuelta de la esquina, Isabel espera, el niño en su seno se prepara para la danza, los cantos y las palabras de alegría se entonan en la garganta, la bienaventuranza se escucha a lo lejos. Ya voy, estoy cruzando el umbral de la puerta, por fin en casa de Zacarías, Isabel me mira a los ojos y siento que este es nuestro momento, ha llegado el encuentro.
Carmen Román Martínez, OP.