El 14 de marzo se celebra la festividad de Santa Matilde, reina.
Matilde nació en Sajonia en una familia profundamente religiosa que la envió a estudiar al monasterio de Herford, Westfalia, donde su abuela era abadesa. Regresó muy bien educada y llena de devoción para poner en práctica las verdades de la fe: además de cultivar las virtudes cristianas, había aprendido a leer y a escribir e incluso se interesó por la política, algo inusitado para las mujeres, aunque nobles, en aquellos tiempos. Se casó con Enrique, Duque de Sajonia que unos años después se convertiría en el Rey de Alemania.
La vida de los soberanos alemanes fluye tranquilamente: Enrique está a menudo ausente, Matilde vive una verdadera vida monástica en el palacio, se ocupa de muchas obras de caridad hacia los pobres y de asistencia a los enfermos. Pero no puede dedicar tanto tiempo como le gustaría a estas obras de misericordia, por lo que por la noche frecuentemente se mantiene despierta en la oración. En 936, despues de la muerte de su marido, se despojó de todas sus posesiones y privilegios. Inmediatamente, inició la dura lucha por la sucesión al trono entre dos de sus tres hijos, en particular: Otón, que siendo al hijo mayor, había sido designado como heredero al trono por su padre, y Enrique que, con el apoyo de su madre incrementó sus pretensiones contra su hermano.
Al final Otón se convirtió en rey de Alemania con el nombre de Otón I y en 962, cuando fue a Roma a recibir la corona imperial, fue Matilde quien gobernó el reino desde su refugio en el monasterio de Nordhausen, uno de los muchos que ella había ayudado a construir y apoyar como Pöhdle, Quedlinburg, Grona, Enger y Duderstadt, así como numerosos hospitales. La elección del monasterio le fue impuesta por los dos contendientes, que por primera vez se pusieron de acuerdo sólo para evitar que su madre consumiera la fortuna familiar en constantes y sustanciosas limosnas.
Matilde vivió sus últimos años reclusa casi como si hubiera sido una monja de clausura, siempre generosa y caritativa con todos y completamente ajena a la mundanidad y las prerrogativas de su rango. Cuando murió, en el monasterio de Quedlinburg donde poco antes se había mudado , muchos ya la llamaban “la reina santa”.