Fecha de publicación: 10 de diciembre de 2020

Nació en nuestra península hacia el año 305, hijo de un escribano y una madre piadosa. De joven respondió a su llamada a ser presbítero, convirtiéndose en uno de los siete diáconos de Roma junto al Papa Liberio.

Dámaso fue encumbrándose en un momento complicado de la Iglesia, pero marcado por la creciente influencia de la cultura hispana en Roma. Su fe y obediencia a la Iglesia salió a relucir al mantenerse fiel al Pontífice luego de su destierro a Tracia por el emperador Constancio, que profesaba la confesión arriana, y que nombró a un antipapa, Félix II.

El desenlace de estas divisiones acabó con Dámaso proclamado Papa. Imaginémonos la situación, con la Iglesia dividida, con un cisma evidente, que ocasionó violencias de todo tipo que acabarón con la intervención del prefecto de la ciudad romana y el reconocimiento de Dámaso como Papa legítimo.

Fue un Papa con grandes dotes diplomáticas y gusto por la arqueología, que le llevó a una labor de restauración de las catacumbas para el cuidado de la memoria de los mártires cristianos, dándoles veneración en el mismo lugar del enterramiento, cosa novedosa por entonces. Por ello se le conoce como el “Papa de las catacumbas”.

Además se mostró como un hombre de gran ciencia y finura intelectual, necesaria para combatir las herejías cristológicas de su época, especialmente el arrianismo, abrazado por muchos obispos de entonces. Él apoyó económicamente la labor de traducción de san Jerónimo, que recordemos fue adoptada como texto seguro en nuestro Concilio de Trento, siglos después. San Jerónimo dijo de él: “Varón insigne e impuesto en la ciencia de las Escrituras, doctor virgen de la Iglesia virginal”.

Murió en el año 384.