Fecha de publicación: 15 de noviembre de 2020

Nace en la localidad alemana de Lauingen en 1026. Estudió en la universidad de Padua. Cuando ingresó en la Orden de Predicadores en 1223, fue a estudiar a Colonia y París. Allí desarrolló su vocación docente.

El dinamismo de la institución universitaria medieval, le llevó a dar clase en en París, Hildesheim, Friburgo de Brisgovia, Ratisbona, Estrasburgo, y de nuevo en Colonia. Reconocido ya como un gran intelectual de la época, es en esta última donde se encuentra con un joven Tomás de Aquino. Fue San Alberto quien encauzó y aclaró la doctrina de su discípulo Aquino.

Alberto fue apellidado “Magno” por la vastedad y la profundidad de su doctrina, unida a su fama de hombre santo. Sus dotes no escaparon a la atención del Papa Alejandro IV, que quiso que le acompañara durante un tiempo, para servirse de su asesoramiento teológico.

Al ser un hombre de oración, de ciencia y de caridad, gozaba de gran autoridad en sus intervenciones, en varias vicisitudes de la Iglesia y de la sociedad de la época. Fue un hombre de reconciliación y de paz en Colonia, donde el arzobispo había entrado en dura contraposición con las instituciones ciudadanas; se prodigó durante los trabajos del II concilio de Lyon para favorecer la unión entre la Iglesia latina y la griega, después de la separación del gran cisma de Oriente de 1054.

“Un hombre de fe y de oración, como era san Alberto Magno”, dice de él Benedicto XVI, “puede cultivar serenamente el estudio de las ciencias naturales y avanzar en el conocimiento del micro y del macrocosmos, descubriendo las leyes propias de la materia, porque todo esto concurre a alimentar la sed de Dios y el amor a él”.

Murió en la celda de su convento de la Santa Cruz en Colonia en 1280, siendo venerado por sus hermanos dominicos. La Iglesia lo beatificó en 1622 y ya en 1931 fue canonizado y proclamado doctor de la Iglesia por el Papa Pío XI.