Queridísima Iglesia del Señor, Esposa amada de Jesucristo, Pueblo santo de Dios;
sacerdotes concelebrantes;
hermanos y amigos todos:

Cuando yo venía para celebrar esta Eucaristía del primer domingo de Cuaresma (a la que me parece que nunca debo faltar aunque coincida con algo tan bello y tan significativo como es el pregón de la Semana Santa en la ciudad), venía precisamente de vivir un retiro de Cuaresma con un grupo de jóvenes, mujeres consagradas, y he visto la manifestación que había aquí en la puerta de la Catedral.

Yo voy a decir, sencillamente, todo aquello que contribuya al reconocimiento de la grandeza, de la verdad, del bien infinito que es la mujer en el mundo, todo aquello que evite la violencia o que promueva su desaparición, por supuesto. Todos hemos nacido de una mujer, también Jesucristo, por lo tanto no existe criatura en la tierra más sagrada, más bella, más grande que una mujer. Sin embargo, al mismo tiempo os digo que no me gusta que se hable de esa defensa de la mujer en términos políticos, y menos aún en los términos de la política que ha nacido de la Ilustración, que es la misma que se da en las democracias liberales que la que se da en los sitios donde no ha habido democracias liberales. Como decía un pensador, “no hay más sistema en el mundo que el capitalismo y el neoliberalismo”. China o Rusia tienen un capitalismo de Estado, otros países tienen un capitalismo donde mandan más las multinacionales, cada vez se distinguen menos uno de otro porque también el Estado en países como Estados Unidos depende por completo de las subvenciones que dan esas multinacionales, que sostienen las campañas presidenciales y otras cosas. Pero que es un lenguaje que no defiende ni al hombre ni a la mujer proletarios, siervos del Estado, siervos de la economía, siervos del comercio. Cuando oigo ese lenguaje, no tiene nada que ver con la mujer, sino con la política que me parece que es inadecuado en la Iglesia, que no tiene que parecerse ni a una democracia ni a una dictadura.

La autoridad en la Iglesia es otra cosa: es servicio. (…) Todos tenemos la misma vocación al amor. Todos tenemos la misma dignidad y si hay alguna diferencia, es mayor la dignidad de la mujer. Porque una mujer llamada a ser madre, y que lo es, no tiene que demostrar su amor. Un hombre tiene siempre que demostrarlo. Por lo tanto, si hay alguna grandeza mayor en nuestras vocaciones; si hay alguien que tiene que servir al otro, es el hombre a la mujer, eso en la Iglesia. En la Iglesia se dio. Si yo os dijera que había comunidades monásticas benedictinas que eran un monasterio masculino y otro femenino, y por la regla de esas comunidades el superior de los dos monasterios era siempre la abadesa de las mujeres, lo cual demuestra una sabiduría extraordinaria, porque eso evita completamente que un abad que al que se le fuera la cabeza pudiese pretender tratar a las mujeres como siervas o abusar del poder que tiene el abad. Lo contrario es evidente que no se iba a dar nunca. Había toda una comarca donde había una abadesa que nombraba a todos los curas de la zona y de la parroquia, en el siglo XVI, en la Reforma de Cisneros. Sólo en el siglo XIII se echó a las mujeres de la Sorbona y se les prohibió estudiar medicina. Hasta entonces, no había discriminación ni diferencia. Es más, la medicina era casi una profesión femenina.

Los temas son muy complejos. Yo sé que los abusos y la indiferencia ante el ser humano es una cosa tan difundida ahora mismo. La falta de sentido en la vida no nos permite ni conocer el misterio grande que somos todos, que es la mujer para el hombre y para sí misma. Y que somos los hombres para la mujer y para nosotros mismos. Aunque, en este caso, las mujeres piensan que entienden muy bien a los hombres y normalmente tienen razón. Pero siempre hay algo también que es diferente y que se escapa. Cualquier hombre inteligente sabe que su mujer es un misterio y que nunca la va a entender del todo.

Cultivemos la humanidad verdadera. Cultivemos lo que somos. Que amemos lo que somos cada uno y lo que es el otro. Una tragedia del mundo en nuestro tiempo es que casi nadie está satisfecho con el cuerpo que tiene. A muchas mujeres no les gusta su cuerpo, hacen toda clase de maniobra y de experimentos para cambiar ese cuerpo. No. Somos obra de Dios. La obra de Dios es siempre maravillosa, hay que cuidarla. Vivimos una vida sedentaria que nuestros antecesores que trabajaban en el campo no tenían esa sedentaridad, sin duda. El cuerpo que Dios nos ha dado está creado con un amor infinito y Dios está en él, en todas las cosas, en ese cuerpo. ¿Por qué hay que pensar que es algo malo? Todo eso proviene de lo que os he dicho del siglo XIII, al mismo tiempo cuando se expulsa a las mujeres de la facultad de Medicina de la Sorbona, cuando nace el amor cortesano que, por influencia claramente del islam, ve a la mujer como un objeto de placer o de gusto para el hombre. Deja de ver el mundo con ojos de mujer. Tenemos que recuperar toda la humanidad, la mujer, el hombre, las relaciones humanas, la maternidad y la paternidad con su significado como imitación de Cristo en la Eucaristía, de dejarse romper por la vida de su mujer y de su familia.

Es primer domingo de Cuaresma. Las Lecturas de hoy son preciosas. Me detengo sólo en la oración donde Le hemos pedido al Señor que la Cuaresma nos sirva para profundizar en el Misterio de Cristo que creó al primer Adán y a la primera Eva, para que pudiéramos entender lo que el segundo Adán, que es Cristo, amaba a la humanidad y cómo se entregaba por ella y la hacía su esposa, y daba la vida por ella. Y la sigue dando misteriosamente en la Eucaristía, que es la representación sacramental y misteriosa de las bodas del Hijo de Dios con Su Iglesia, con Su Esposa. Y el Señor dijo que es más importante el que está sentado a la mesa que el que sirve. La que está sentada a la mesa sois vosotros, es la Iglesia, y el sacerdote lo que tiene que hacer es servirla y ofrecerse como Cristo: “Tomad, comed, esto es Mi cuerpo”. Ofrecerse como Cristo por la vida de su esposa.

Ojalá recuperamos algo de este lenguaje cristiano que tenemos súper olvidado y perdido. Tenemos que recurrir a lenguajes políticos “prestados” que conducen a situaciones trágicas como se ha demostrado. La cultura política de la Ilustración no lleva más que dos siglos, pero en esos siglos ha habido ya las guerras y desastres humanos más espantosos que la humanidad ha conocido jamás. Estamos en uno de ellos.

No quiero dejar de deciros: yo deseo como pastor de esta iglesia movilizar a toda la Iglesia al servicio del pueblo ucraniano. Tenemos que pedir al Señor que nos dé sabiduría, pero vamos a empezar enseguida a recoger alimentos, a llevarles alimentos. Hace tres días escuchaba que eran un millón, ayer que un millón doscientas mil, esta mañana que las cifras de la ONU son un millón quinientos mil. Es una tragedia sin precedentes y sin límites. Vamos a movilizarnos, a movilizar nuestras comunidades, parroquias, todos los centros.

El Papa Juan Pablo II dijo en una ocasión que cualquier institución o realidad cristiana tenía que ponerse en estado de misión porque la misión está en todas partes. Hoy hay una llamada, algo que nos reclama nuestra presencia y ayuda. Los que podamos iremos a traernos gente, movilizaremos para eso: quien tenga camiones, quien tenga para llevar alimentos, quien pueda gestionar un autobús para traer personas. Son todo mujeres y niños prácticamente, porque los hombres primero no les dejan salir entre 12 y 80 años; y segundo, tampoco ellos quieren salir. Entonces, son ellas las que han cogido a sus niños, prácticamente todos los refugiados son mujeres y niños, tendremos que contar con que los que vayan a recogerlos sean mujeres también obviamente por sentido de delicadeza. Vamos a ponerlo en marcha. Pedídselo al Señor en esta Eucaristía. Nos sigue la televisión diocesana. A donde llegue, vamos a movilizarnos como Iglesia. ¿Qué podemos ir a traernos gente? Pues, nos la traemos. ¿Qué tenemos que abrir nuestras casas? Las abrimos. Hablaba el Papa de una “Iglesia en salida”. Ya no hace falta que nos lo diga. Son los hechos mismos, porque la guerra, la invasión de Ucrania por Rusia no es algo que les pasa a otros; es algo que sucede en nuestro cuerpo. Como el Papa Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco, todos los hombres somos hijos del mismo Padre. No hay que demonizar al pueblo ruso. Ayer yo escuchaba a una consagrada italiana que la mitad de pueblo ruso está contra la guerra, y la otra mitad está tan desinformada que no saben que la hay. O que creen que lo que se está haciendo es una operación militar para recuperar unos pueblos que habían pertenecido siempre a Rusia, una operación de limpieza pequeña. Ella vive en Moscú. Decía que el 50% de los rusos no quieren la guerra. Hay ocho o nueve mil personas en la cárcel porque basta con decir que hay guerra para que te lleven a la cárcel, con penas de hasta 15 años. Estamos en un mundo loco.

Que el Señor haga florecer en nosotros el corazón de Dios. Somos hijos de Dios. La humanidad que hay en ese corazón que nos mueva. Jóvenes, mayores, adultos, como podamos cada uno, vamos a ir abriendo caminos. Pero enseguida, porque en una mañana se han formado un millón y medio de refugiados en pleno invierno en Polonia, en el frío que se vive allí que no tiene que ver con el frío que nosotros conocemos. Más de la población entera de Sevilla, de Málaga, tirados en la calle, sin alimentos, sin bebida… Que el Señor nos ilumine. Sé que el pueblo granadino es generoso. Si hay que ir con una caravana de furgonetas, yo acompaño en una y ya buscaremos el modo de acomodarlo aquí, pero no les vamos a dejar morir en las carreteras de Polonia o de Ucrania. Cualquiera que tenga una posibilidad, una iniciativa que le parezca sensata, que se puede hacer, que tiene unos espacios o conocen a gente. Yo estaba pensando hoy en alguna congregación religiosa a la que he llamado, pero ¿tenéis espacio?, ¿tenéis chicas disponibles que pudieran hacer una escapada de una semana?, ¿tenéis espacio donde se puedan acumular alimentos que puedan darse en la frontera de Polonia?, hay que llevar leche, batidos, cosas que se puedan tomar rápidamente y que no sea complicado de guisar, dar alimentos de primera necesidad. Pero movilizar a vuestros amigos, vosotros, si tenéis habitaciones en casa. Vamos a movilizarnos todos. Yo estoy dispuesto a que esta misma Catedral, si nos vienen tantos que no tenemos dónde meterlos, yo la usaría sin vacilar para recibir refugiados. Sería el mejor servicio que esta Catedral habría hecho jamás en toda su historia.

Vamos a pedirLe al Señor que nos ayude a ayudarlos, son hermanos nuestros. Son hermanos nuestros, porque son seres humanos, tengan la creencia que tengan. Porque la mayoría son cristianos, doblemente hermanos. No los vamos a dejar solos.

Rezamos el Credo y ofrecemos toda esta Eucaristía para que en nuestra Cuaresma esta intención y necesidad del mundo sea un estímulo en nosotros y cambio en nuestras vidas. Trataré de comunicarme con todos los grupos e instituciones para poder hacerlo de manera ordenada y realista, sensible. Pensando que, además, no todas las familias pueden recibir, porque lo que vienen son mujeres y niños. Hará siempre falta el testimonio de un sacerdote o del responsable de una comunidad, un grupo o lo que sea que diga que la familia puede recibir, porque, si no, vivimos en un mundo de tráficos. No vamos a usar la guerra o a dejar que la Iglesia se instrumentalice para traficar con las víctimas de la guerra.

Podéis ir en paz y seguimos rezando unidos.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

6 de marzo de 2022
S. I Catedral de Granada

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Palabras finales

Perdonad, a lo mejor en la homilía me he dejado llevar por mi corazón que está alterado, como el vuestro. Lo que estamos viviendo no lo hemos vivido nosotros nunca. Y porque podemos ayudar, simplemente haciendo kilómetros con un coche. Pero el mal, por muy grande que sea, que sepáis que lo ha vencido Jesucristo, que está en cada una de las víctimas de esa guerra. Y que nosotros sabemos que la victoria es del Amor de Dios. La victoria final. Pero entremedias hay mucho sufrimiento y no podemos ser indiferentes a él. Sobre todo, porque podemos llegar. Hay otros a los que es mucho más difícil llegar.