Fecha de publicación: 11 de julio de 2019

Granada ha celebrado recientemente la entrega de reliquias en la Santa Iglesia Catedral de varios de sus mártires asesinados durante la persecución religiosa del s. XX. Uno de ellos es el joven D. Ángel Noguera, nacido un 8 de diciembre de la Inmaculada en Granada, bautizado en Santa Escolástica y estudiante de San Cecilio, que ya con 12 años empezaba una formación humanística que encaminaba su vida hacia la vocación sacerdotal, pese a la oposición abierta de su padre, simpatizante anarquista.

Antonia y Bernardo Delgado son dos de sus sobrinos directos que, si bien no llegaron a conocer a su tío, no dejaron de oír hablar de él a través de su madre y de todas las personas que pasaban por casa y que habían sido amigos del beato. Se dio la circunstancia de que ambos sobrinos crecieron en Armilla, en la misma casa sacerdotal de entonces. Por sus cuartos han pasado varios compañeros sacerdotes de D. Ángel, además de varios obispos, que trataban con cariño a la hermana del beato. “Por entonces a mi madre le llamaban ‘la niña’”, cuenta su sobrina, “hemos tenido mucha relación con los compañeros de mi tío, porque querían además mucho a mi madre”.

Bernardo nos habla de cómo disfrutó siempre escuchando la vida como estudiante de su tío, llena de anécdotas y chascarrillos. Unas historietas que contaba uno de sus compañeros de estudios, el sacerdote D. Nicolás Gómez Olmedo, con quien compartió años de clases hasta el día en que ambos se ordenaron, y que pasó mucho tiempo en casa de los Delgado Noguera. “A mí lo que más me gustó es la persona, el carácter que tenía que tener de bromista y de juguetón”, comenta Bernardo, “entre Nicolás y él hacían muchas bromas. Tenían una competitividad sana. Siempre decían que Ángel no estudiaba mucho pero sacaba buenas notas, era muy listo”.

UN SACERDOTE QUE NO COMÍA EN CASA

Ambos sobrinos guardan también memoria de todo lo que les contaba su madre de la vida de este joven sacerdote en los dos pueblos a los que fue destinado: Fuente Vaqueros y Albolodúy.

Lo vivido en estos pueblos aún resuena en el corazón de sus sobrinos. De sus años en Fuente Vaqueros, Antonia Delgado guarda memoria de la historia de un niño labrador, que trabajaba precisamente en el campo de los García Lorca. “Los padres de García Lorca no querían tener relación con la Iglesia”, comenta Antonia”, “y mi tío no sé cómo fue que jugando también al fútbol vio que este muchacho no sabía leer ni escribir, y le dijo: ‘si quieres, yo te enseño’. Y todos los días cogía un ratillo, cuando él acababa las faenas del campo, y le enseñaba a leer y a escribir. Los padres de García Lorca se enteraron y fueron a prohibirle que le enseñara a leer y a escribir”. Lo impresionante de la historia es que este mismo niño, ya de mayor, visitaba la casa sacerdotal donde vivía su hermana con sus dos sobrinos, y se lo contaba de viva voz: ‘es que vuestro tía no se limitaba a ser cura, es que hacía de maestro, hacía de enfermero, hacía de todo’”.

Su sobrino Bernardo también recuerda las historias de su tío jugando al fútbol con los niños, “era muy alto y muy patoso, se remangaba la sotana y se ponía a jugar con ellos”. De esta vida en los pueblos, a él le ha quedado marcado su cercanía y su trato con le gente: “Estaba todo el día en la calle, estaba siempre con la gente y comía donde le pillaba. Se ganó muchísimo a la gente y ellos empezaron a ir mucho a la Iglesia, también porque cantaba muy bien”, sostiene.

En Albolodúy, en donde ahora se hallan alguna de sus reliquias, aún recuerdan a su hermana, la tía de Bernardo y Antonia. “Era un hombre muy activo”, dice Antonia, que nos cuenta todo lo que les contaron cuando fueron de visita a este pueblo de la Alpujarra almeriense: “la gente contaba cómo iba a visitar a los abuelos, cómo iba a llevarle a Jesús Eucaristía a los ancianos y enfermos, cómo jugaba con los niños, cómo se remangaba la sotana y era uno más jugando al fútbol, cómo formaba la coral… Todas esas cosas concretas han sido lo que a mí más me ha llegado. Se veía su fidelidad en las cosas pequeñas, en las cosas cotidianas”.

EL ‘TITO’ UNIVERSAL

La vida de D. Ángel Noguera cambió radicalmente durante la persecución, que le llevó a ser apresado, maltratado como un esclavo en barcos carboneros de la época y finalmente ejecutado en el Pozo de la Lagarta del municipio almeriense de Tabernas.

Su proceso de beatificación era algo que la familia esperaba, en especial su hermana. “Fíjate si esto fue así”, explica Antonia, “que cuando un día viendo las noticias nos enteramos de que el Papa había firmado el decreto de martirio, y por lo tanto el siguiente paso era la beatificación, inconscientemente di un salto y le dije a mi marido: ‘voy a llamar a mi madre, voy a llamar a mi madre’, a pesar que que ella ya había muerto; porque su razón de ser era que la Iglesia reconociera el martirio de mi tío”.

Con los años y ya beatificado, sus sobrinos reconocen el aprendizaje que el testimonio de vida y la entrega de su tío han supuesto para su fe. Para Antonia Delgado, la vida de su tío le ha llevado a darse cuenta de que la santidad “está al alcance de cada uno de nosotros, viviendo la voluntad de Dios en el momento presente”. Además de eso, la beatificación le ha llevado a ver a su tío de otra forma, “nos ha ampliado el horizonte en el sentido de que antes nuestro tío era nuestro y nosotros siempre hablábamos ‘del tito, del tito’, como de algo nuestro. Ahora sin embargo tenemos conciencia de que el tito no es nuestro, es universal, y pertenece a la Iglesia. Allí hemos dado un salto en cuanto a la mentalidad, de no verlo como posesión nuestra sino de la Iglesia y de la Iglesia universal”

Bernardo Delgado también ve en la vida de su tío un ejemplo de cómo vivir la fe. “Su sacerdocio fue de vida y de contacto con la gente, no fue un teórico. Eso para mí es más primordial, desde mi punto de vista, y me llamaba mucho la atención. Yo creo, al menos en mi opinión, que debería de ser así, contacto permanente con la gente, vivir la vida con ellos”, concluye.

Entre todos los sobrinos hay una cosa segura y es que hablan de su tío a todo el mundo.

Ignacio Álvarez
Secretariado de Medios de Comunicación Social
Arzobispado de Granada