Queridos sacerdotes concelebrantes;
queridos hermanos y hermanas:

Estamos en este encuentro con el Señor, porque en esta Misa dominical que es el centro de nuestra semana y que, como decimos al terminar la consagración “anunciamos tu muerte, proclamamos tu Resurrección, Señor Jesús”, los cristianos decían qué sería de nosotros, y no el domingo, sí que les dio lo que tenemos este encuentro y tenemos que darle gracias a Dios que podemos celebrar la Eucaristía cada domingo. ¿Y qué nos trae la Eucaristía este domingo? Este domingo que es el penúltimo del año cristiano.

El próximo domingo es la Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo, con el que termina el año cristiano. ¿Qué nos trae este domingo de mensaje? Por una parte, es verdad que celebramos, y así lo hizo el Papa Francisco, la VI Jornada Mundial de los Pobres, porque el Papa quiere que no perdamos de vista a los pobres. Jesús nos dice que los tenemos con nosotros en sus distintos períodos de pobreza. La propia condición humana es una condición de pobreza, de debilidad. Pero los pobres los tenemos. Y en nuestro punto, este mundo de la sociedad de consumo, este mundo primero nuestro, vemos que hay pobres y vemos que hay pobres también en tantos y tantos países por esa desigualdad endémica, por ese descarte, ese sistema económico que deja tras de sí tantas personas que no llegan al mínimo necesario para sobrevivir. En esos movimientos migratorios de gente que van buscando mejores condiciones de vida; en esos que saben bien de su tierra porque ven amenazados sus vidas por la violencia, por el atropello de los derechos humanos. Y cómo no acordarnos de todos esos millones de personas que huyen de los escenarios de guerra y que buscan refugio en otros países. Nosotros estamos bien. Vivimos en la sociedad que se llama “del bienestar”. Pero en estos recursos también hay desigualdad, hay pobreza. Tantos y tantos miles y miles de hogares españoles donde no hay nadie trabajando. Doce, más de 12 millones de personas en paro. Ante una crisis económica, hay también una pobreza de quienes no llegan a fin de mes, de quienes tienen que hacer para hacer los cálculos, para poder mantener su capacidad adquisitiva en un mundo en crisis. No podemos olvidarlo. Y no podemos olvidarlo porque la atención a los pobres como parte del Evangelio forma parte del mensaje de Señor Jesucristo. Nos recuerda el Papa, tomando una frase de Oseas: que se hizo pobre por nosotros para enriquecernos con Su pobreza, para enriquecernos con Su riqueza. De ahí dijo que Dios desborda amor y misericordia, y nosotros estamos llamados también a socorrer a los demás. Pero no como algo asistencial, sino teniendo siempre esa sensibilidad para con quien lo necesita. Y este domingo quiere el Papa que pensemos en esto; que no tengamos en cuenta, que mantengamos quieta esa conciencia solidaria, esa conciencia de un sentido social profundo.

Pero también la liturgia nos trae a lo largo de estos últimos domingos las Lecturas de la misa de cada día. También con el mensaje escatológico de Jesús. Esos discursos en los que Jesús habla del fin de la historia. Y nosotros tenemos que estar preparados, porque también personalmente no somos eternos, vamos de paso. Y a medida que ganamos años, edad, vemos que nos van faltando nuestros padres, nuestros amigos, conocidos, familiares. Y un día seremos nosotros. Y esta realidad de la muerte, esta realidad del final, pues sólo se ve en las películas, muchas veces no sólo parece una cuestión de ficción o incluso se espectaculariza. Pero es una realidad, queridos hermanos. Y esa muerte no es el final. Pero hay también un final de la historia. Un final de la historia que es el que Jesús nos habla hoy y que tenemos que huir de dos actitudes que no son buenas. Las de quienes meten el miedo en el cuerpo, las de quienes nos presentan un panorama apocalíptico y nos hacen perder la alegría, esa alegría que hoy hemos pedido al Señor y hemos podido servirle con alegría, porque visto así, todo bien consiste en gozo pleno y verdadero. El cristiano tiene que ser alegre, y lo cual no significa que tenga ausencia de problemas o ausencia de dificultades. Jesús nos ha dicho -y lo hemos escuchado de nuevo en el Evangelio- que la cruz forma parte de nuestra vida, que las dificultades, las contrariedades, estamos, pasamos una dificultad, un problema, y parece que a la vuelta de la esquina nos está esperando otro.

La felicidad es esa lucha constante. Decía Job, la vida en la tierra es desdicha, no podemos caer en la tristeza, en la desesperanza. No podemos ir por la vida pesimistas y, además, que se contagia; no podemos ir asustados. Dios no es un “mete miedos”. Nuestro Dios es un Dios de misericordia, de perdón. Es un Dios que abraza y que nos acoge. Es el Dios que nos muestra Jesús en el Evangelio. Dios no es un “mete miedo”. Y entonces, con esa confianza, no podemos esperar el final de la historia, que llegará cuando Dios quiera, pero si está en imaginaciones interesadas que nos metan el miedo en el cuerpo, no. Además, hemos de servir al Señor con alegría. Hemos de vivir la vida con un sentido pleno, como decimos en el Catecismo, para que seamos felices. El cristianismo no es una carga pesada. Los mandamientos no es algo para fastidiar o jorobar al personal, sino que Dios nos invita a vivir conforme a lo que Él nos pide. A su ley, inscrita en nuestro corazón, manifestada en la Revelación divina de sus mandatos y, sobre todo, mostrado en el mensaje de Jesús, de las Bienaventuranzas, para que vivamos felices. Es más, Jesús a los que cumplen el querer de Dios manifestado en el Evangelio, los llama bienaventurados, les llama felices. Ese tiene que ser el talante, el espíritu cristiano. Pero tenemos también que huir de aquellos que sólo piensan de tejas para abajo. Piensan que con esto se acaba todo; que no hay trascendencia de que “bueno, aquí se solventa todo, aquí está todo y no hay más esperanza, más allá”. Entonces, esa actitud agnóstica, esa actitud materialista, esa actitud de sólo de tejas para abajo, esa actitud que nos hace ser simplemente seres que tienen en sus metas en el pecho de la muerte, no merece la pena así la vida. Necesitamos esperar. El hombre es un ser para la esperanza.

Alguien decía que somos de grandes ilusiones, nuestras esperanzas. Y tenemos que preguntarnos en este domingo, ¿cómo es mi esperanza? Simplemente, que se arregle este problema, o éste otro. Simplemente, salir de esta dificultad a la otra, conseguir esto o lo otro. Claro que hay muchas esperanzas legítimas, profesionales, humanas, familiares, como pueblo, pero, ¿y la Esperanza con mayúscula que se llama Dios?, ¿y la esperanza de la vida eterna?, ¿y la esperanza a la que Dios nos invita al Cielo? Pues, esa es la que Jesús quiere y no nos pongamos nerviosos como los de Tesalónica, que se pusieron tan nerviosos que esperaban la inminente llegada de Jesús. Y San Pablo ya les tiene que hablar y les tiene que reconducir a que trabajen, a que vivan pendientes del Cielo, y esperando la Venida de Jesús, pero sin olvidarse de la tierra, sin olvidarse de hacer un mundo mejor. Y San Pablo hoy, con ese lenguaje tan directo, les dice: el que no trabaja que no coma, porque nos hemos enterado que algunos entre vosotros andan ociosos metiéndose en todo.

Nosotros tenemos que dejar un mundo mejor. Un mundo donde los pobres encuentren el sitio de una igualdad que es realmente de cumplimiento. Los derechos fundamentales. Un mundo de justicia, un mundo de paz y ganarnos así el Cielo. Pero una cosa muy importante hoy que nos trae la Palabra de Dios es que el mal no tiene la última palabra. Eso que confesamos dentro de un momento en el Credo que vendrá Jesús a juzgar a los vivos y a los muertos al final de la historia y al final de nuestra historia personal. El mal no tiene la última palabra. Y hemos escuchado al profeta Malaquías que anuncia que quien no ha vivido como Dios vive, el malvado no tendrá parte. En cambio, el justo verá restituida la justicia. El justo verá triunfar el bien, para restituir a la justicia, el justo y el bien. Y con esa esperanza, la justicia, el juicio de Dios, pondrá en orden todo. Ese juicio queremos que sea de misericordia. Pero, no lo olvidemos, el Señor nos juzgará y nos juzgará sobre todo en el amor. Y también Jesús nos advierte de algo. Y es que el cristianismo es difícil; ser cristiano, puesto que tendremos dificultades, la cruz. De hecho, el cristianismo es la religión más perseguida en la historia y más perseguida en estos momentos. Hay cristianos que se juegan el tipo por serlo. Nosotros tenemos que vivir con ese testimonio y esa fidelidad con esperanza, haciendo el bien y haciendo un mundo mejor, y esperando que el Señor nos acoja en su Reino y nos haga participar juntos de su Resurrección.

Que María, que ya participa del triunfo de Cristo; que María que está en los cielos en cuerpo y alma, nos ayude a quienes todavía caminamos y un día nos haga alcanzar las promesas de Jesucristo. Así sea.

+ José María Gil Tamayo
Arzobispo coadjutor

13 de noviembre de 2022
S.I Catedral de Granada

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