Muy queridos hermanos,

Nos concede el Señor el celebrar esta tarde esta primera Eucaristía por la paz en este lugar, en una tarde de lluvia y en familia.

El motivo por el que es necesario que todos nos impliquemos en la oración por la paz no es preciso subrayarlo. Todos lo tenemos en nuestra mente. Todos hemos visto las horribles imágenes de la guerra provocada por la invasión de Ucrania en estos últimos días, y todos nos damos cuenta del peligro inmenso que significa eso para el mundo. Pero, independientemente de ese peligro, el mal que esa guerra supone para tantísimas personas desplazadas, fugitivas, especialmente para mujeres y niños.

Pedimos, pues, al Señor por la paz y el Evangelio de hoy nos da una clave: “No te acuestes con ira con nadie si te han ofendido; si has ofendido, no dejes que caiga la noche sobre ti sin pedir perdón, sin buscar la reconciliación, o al menos tratar de hacerla posible”. Parece una pequeñez, pero es un modo muy concreto de empezar a construir la paz. Porque la paz no nace sólo de la que deseemos en Ucrania. Tenemos que desearla en nuestro corazón. Tenemos que buscarla en nuestro corazón y en nuestras relaciones con las personas más prójimas, más inmediatas que tenemos en nuestro entorno.

Yo Le doy gracias al Señor que podamos iniciar hoy el culto en esta iglesia que es tan querida de los granadinos y que tanto han deseado el poder verla abierta y, al mismo tiempo, que es una ventana al mundo, para que el mundo entero pueda sentirse en su casa cuando viene aquí. Será un lugar de oración por la paz, de celebración de la Eucaristía en distintos idiomas, en distintos ritos cristianos, pero siempre con ese deseo de vivir, como nos dice el Papa Francisco tantas veces, diciendo en su estilo lo que ya decían Benedicto XVI y Juan Pablo II: todos hermanos, con las manos tendidas hacia el otro, sabiendo que al amor es más fuerte que la muerte; que el amor es más fuerte que el mal. Nunca se me olvidará una imagen de Juan Pablo II en un estadio en Chile, donde se estaba celebrando ya la Eucaristía, y un grupo de alborotadores entraron golpeando a la gente con palos. Se paró la celebración y Juan Pablo II se agarró al micrófono y no hacía más que repetir, cerca de media hora, hasta que terminó, “pero el amor es más grande, pero el amor es más grande, pero el amor es más grande…”.

Nosotros somos no sólo proclamadores, sino, si el Señor nos lo concede, también testigos de que el amor es más grande y de que el amor es la única medicina que cura los males del mundo actual. Un amor que traspasa las fronteras, que traspasa las barreras de todo tipo: lingüístico, cultural… Un amor que es necesario para todo ser humano; que todo ser humano anhela recibir, aunque no todos seamos capaces de darlo con la misma intensidad, pero todos deseamos recibirlo. El amor es el secreto de la paz.

Vamos a ofrecer esta Eucaristía. Es Jesucristo quien se ofrece, pero nosotros nos unimos a Él, porque sólo “por Él, con Él y en Él” se da Gloria a Ti, Padre omnipotente.

Tú, que lo puedes todo, por la oración de tu Hijo y la del cuerpo de tu Hijo unido a Él, que es la Iglesia, confiamos en que nos concedas el don de la paz y seguiremos insistiendo.

El Evangelio de ayer recordaba que “si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, cuánto más vuestro Padre celestial del Cielo dará cosas buenas a los que le piden”.

Nosotros Te pedimos un don que Tú deseas, que Tú quieres, y Te ofrecemos nuestras vidas para que las transformes, para que seamos verdaderamente instrumentos en la tierra de ese don Tuyo que es la paz.

Que así sea para todos vosotros, los seminaristas, los fieles que estáis aquí. Que cada uno de vosotros -como dice san Francisco- “Señor, haz de mi un instrumento de tu paz”. Os explico, para los que no sois de casa, que tenemos el privilegio de que concelebre conmigo por coincidencias de que tiene tres seminaristas en nuestro seminario, el arzobispo de Punta Negra, D. Miguel Olábarri, en el Congo. Tiene tres seminaristas aquí y ha venido a verlos. Ha coincidido este día y desea que, naturalmente, concelebremos juntos. También África es un lugar necesitado de paz. El mundo entero en estos momentos está necesitado de ese sentido de paz.

Suplicamos también por África, el continente africano. Esta capilla de la izquierda está pintada por un etíope. Etiopía fue, junto con Egipto, el primer país africano que se convirtió al cristianismo y pone delante de nosotros las esperanzas y los dolores del mundo africano. Aquel de la derecha está pintado por un sacerdote libanés y pone ante nuestros ojos el Líbano y el Medio Oriente, que son dos lugares de sufrimiento enormes.

Señor, nosotros no podemos más que ofrecernos nosotros mismos para que Tú hagas de nosotros un instrumento de tu paz en todos los lugares. En nuestras casas, en nuestras familias, en la sociedad, en el barrio en el que vivimos, en la empresa en la que trabajamos, en el mundo entero.

Que así sea. Y que así sea por intercesión de nuestra Madre la Virgen, representada en las dos capillas laterales en Pentecostés, en el centro de los apóstoles, y aquí como Madre y Reina junto a Su Hijo.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

11 de marzo de 2022
Iglesia de San Nicolás (Granada)

Escuchar homilía