María Patrocinio fue una mujer consagrada profundamente enamorada de Jesús, de una fe fuerte y valiente y una sólida identidad claretiana, comprometida en el servicio misionero a través de la educación, la promoción de la mujer, la formación, la animación de sus hermanas.

Nació en Tortosa, el 4 de enero de 1874. Sus padres, vecinos de Carcagente, se habían desplazado a Tortosa por razones de trabajo, regresando a su tierra posteriormente. Se educó en el colegio de María Inmaculada de Carcagente recientemente establecido por María Antonia París de San Pedro, Fundadora con San Antonio María Claret de las Religiosas de María Inmaculada Misioneras Claretianas.

Sintiendo la llamada de Dios, en el año 1892, fue acogida como postulante en la comunidad de Carcagente, donde luego hizo el noviciado. El 16 de septiembre del 1893 pronunció definitivamente los votos religiosos. Tras la profesión fue destinada a las clases, principalmente de catecismo y música. Realizó su misión con amor, manifestando un carácter firme y bondadoso, afectuoso y sencillo. En la misma comunidad religiosa desempeñó por muchos años la función de superiora y formadora. En el 1925 le encomiendan la fundación del nuevo colegio en un barrio obrero de Puerto de Sagunto (Valencia), donde permaneció hasta la expulsión de las religiosas que tuvo lugar el año 1931.

Cuando en España se inició la persecución contra los católicos María Patrocinio invitaba a la reconciliación diciendo: tenemos que perdonar a todos, ellos no saben lo que hacen. Mantuvo esta misma actitud evangélica con quien le amenazaba de muerte. Mientras tanto la persecución contra la Iglesia iba creciendo y en Carcagente tuvo grandes y graves manifestaciones. El 13 de mayo del 1936 María Patrocinio, junto con sus hermanas, tuvo que abandonar el convento. Ante la posibilidad de que le quitaran la vida por motivo de la religión solía repetir: Señor, si te falta una piedrecita para tu pedestal, heme aquí. Varias veces fue interrogada por los milicianos hasta que el día 13 de noviembre se presentaron para llevársela. Ella salió adelante con valentía y subió el coche sin ninguna resistencia. Durante el trayecto hasta el lugar de la muerte habló a sus perseguidores de Dios y les decía que, matándola, le abrían las puertas del cielo; cometían un grave pecado, pero ella les perdonaba de corazón.

Con estos sentimientos evangélicos fue al encuentro de Dios con la lámpara encendida. Esa misma noche fue fusilada en el Portichol de Valldigna y así, por causa de la fe, alcanzó la palma del martirio. Muchas personas se encomiendan a ella. Allí donde las Misioneras Claretianas están presentes y desarrollan la misión, tienen en la Madre Patrocinio Giner un modelo de lo que significa entregar la vida día a día, demostrando el amor en los pequeños gestos y acciones cotidianos, como también lo que implica dar la propia vida por Cristo siendo testigo de la fe.