Obispos de España
Pentecostés: La primera escuela de formación pastoral
Meditación del Cardenal Cantalamessa para el encuentro de Obispos con el Papa en Roma.
Queridos obispos de mi querida España, el Santo Padre - que humildemente saludo y agradezco por su presencia entre nosotros - me ha pedido que os proponga una reflexión espiritual durante vuestra visita ad limina. Quisiera comunicaros, de antemano, el espíritu con el qué me dispongo a hacerlo. Es un espíritu de hermandad y de gran solidaridad.
Hubo un tiempo cuando quien citaba las palabras de Pablo a Timoteo: "Si quis episcopatum desiderat bonum opus desiderat" (1Tim 3,1), lo hacía con un tono de ironía, porque era bien sabido que se trataba de una "buena obra" que todos emprendían de buen grado. Hoy en día, esto ya no es el caso. Quien desea el episcopado desea verdaderamente hacer una buena obra, porque ya no es un honor y una promoción, sino - como lo era en tiempos de Timoteo - un servicio y muchas veces una llamada a la cruz, como es primero, pienso, para el obispo de Roma.
Si –como ha escrito el gran teólogo Louis Bouyer - la trasformación de la autoridad espiritual de la Iglesia (la sacra potestas) en dominación fue la involución más dañosa de la historia de la Iglesia, el esfuerzo actual de convertir la dominación en servicio es un magnifico retorno al Evangelio y constituye un progreso del cual no nos damos suficientemente cuenta. Quién sabe si a los ojos de Dios este progreso no es más importante que tantas pérdidas que lamentamos en la Iglesia de hoy.
Elegí, como hilo conductor de esta meditación, el relato de Pentecostés, bajo el titulo “Pentecostés, primera escuela de formación pastoral" ¡Pero no os preocupéis! No pondré más carne al fuego, como se dice en Italia. No añadiré ninguna otra recomendación a las muchas que gradualmente han ido dando, en este campo, los últimos Papas, las Congregaciones Romanas y las conferencias episcopales nacionales. Más bien, intentaré mostrar dónde encontrar la fuerza para poner en práctica los deberes que incumben a los obispos y no dejarnos abrumar y desanimar por su volumen. Es lo único, por otro lado, que puedo hacer, dada mi total falta de experiencia directa en el ámbito de la vida pastoral de la Iglesia.
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- Hechos, 2,1-4: Se llenaron todos de Espíritu Santo
Al cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar. De repente, se produjo desde el cielo un estruendo, como de viento que soplaba fuertemente, y llenó toda la casa donde se encontraban sentados. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se dividían, posándose encima de cada uno de ellos y se llenaron todos de Espíritu Santo.
“Todos fueron llenos del Espíritu Santo”: ¡cuántas veces hemos leído y escuchado estas cinco o seis palabras! Quizás, sin embargo, hayamos seguido adelante sin ser conscientes del abismo que se esconde debajo de ellas. Algo extraordinario debe haber sucedido en ese momento, porque a partir de ahí los apóstoles son hombres nuevos, diferentes: ya no temerosos y pendencieros, sino "unánimes" e imparables al dar testimonio del Maestro. Se ha cumplido lo que prometió el profeta al hablar de la nueva alianza: "Os quitaré el corazón de piedra y os daré un corazón de carne" (Ez 36). Son hombres con corazones nuevos.
¿Qué produjo todo esto? Para comprenderlo debemos recurrir a nuestra teología, o más bien a nuestra fe. ¿Quién es el Espíritu Santo? Según la mejor Pneumatología latina, su nombre propio en realidad no es “Espíritu Santo” (¡el Padre y el Hijo también son santos y también son espíritu!); su nombre "distintivo" es más bien el de Don (Donum). En la Trinidad, Él es el don que el Padre hace de sí mismo al Hijo y el Hijo hace de sí mismo al Padre; en la historia de la salvación, Él es el don que el Padre y el Hijo hacen juntos de sí mismos a los creyentes, y que llamamos "gracia".
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- Hechos 2, 4b-13: Pentecostés y Babel
Pasemos a la sección siguiente. La segunda escena del relato nos saca del cenáculo. Los apóstoles son impulsados por una fuerza irresistible a ir hacia la multitud reunida en Jerusalén para la fiesta. Hablan "en lenguas", es decir, de forma inspirada, quizás más con la mirada y los gestos que con las palabras, y el milagro es que todos entienden perfectamente lo que dicen.
Siempre se ha entendido que Lucas vio en esto un paralelo antitético con lo que sucedió en Babel. Allí todos hablaban el mismo idioma y a partir de cierto momento ya nadie entendía al otro; aquí todos hablan diferentes idiomas (para eso está la larga lista de pueblos), sin embargo, cada uno entiende lo que escucha. ¿Qué pasó?
Releamos Génesis 11. Los hombres de Babel se pusieron a construir la torre, diciéndose unos a otros: "Venid, edifiquémonos una ciudad y una torre, cuya cúspide toque el cielo, y hagámonos un nombre, para que no seamos dispersos sobre la faz de la tierra." (Gen 11, 4). Quieren "hacerse un nombre", les mueve el deseo de poder y de autoafirmación.
Ahora pasemos a Pentecostés. ¿Cómo es que todos entienden a los apóstoles? La respuesta está en lo que marcan los presentes: "Los oímos proclamar en nuestra lengua las grandes obras de Dios" (Hechos 2,11). No hablan de sí mismos, sino de Dios, ya no piensan en hacerse un nombre, sino en hacer un nombre para Dios, y los oyentes lo sienten instintivamente. Se ha producido la gran conversión, la revolución copernicana: del yo a Dios. Murieron a su propia gloria y están completamente fascinados por la gloria de Dios. Finalmente, ya no piensan en quién de ellos es el más grande...
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- Hechos 2, 14-21: “Derramaré mi Espíritu sobre cada persona”
Pasemos a la tercera escena. La mayoría de los presentes reacciona favorablemente; están "asombrados y fuera de sí ", como quienes se sienten en presencia de algo sobrenatural. Otros, sin embargo, se burlan de los apóstoles calificándolos de borrachos. Al responder a estos últimos, Pedro cita la profecía de Joel:
Sucederá en los últimos días, dice Dios,
que derramaré mi Espíritu sobre toda carne
y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán
y vuestros jóvenes verán visiones
y vuestros ancianos soñarán sueños;
y aun sobre mis siervos y sobre mis siervas
derramaré mi Espíritu en aquellos días, y profetizarán.
Aquí se enumeran dones especiales dados a cada miembro del pueblo de Dios: hombres y mujeres, jóvenes y mayores. Son las gracias "gratis datae", los carismas. La Lumen gentium (n. 12) devolvió los carismas al corazón de la Iglesia. No es que antes estuvieran ausentes, pero la hagiografía se preocupaba más por ellos que la eclesiología, como si fueran prerrogativa de los santos, y no de todo el Pueblo de Dios.
El texto conciliar termina diciendo: "Y estos carismas, extraordinarios o incluso más simples y más comunes por ser sobre todo adaptados y útiles a las necesidades de la Iglesia, deben ser acogidos con gratitud y consuelo". La esperada promoción de los laicos y de las mujeres no puede lograrse plenamente sin una correcta aplicación de la doctrina de los carismas. Gracias a ella, los laicos no son sólo colaboradores externos del clero, sino cada uno de ellos portador del propio carisma, necesario para la edificación y santificación de la Iglesia.
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Continuamos nuestro comentario sobre el relato de Pentecostés. Al leer las explicaciones que Pedro da a los presentes sobre el significado de lo ocurrido, se tiene la impresión de que casi tiene prisa. Hay algo más importante que presiona dentro de él. Escuchemos qué es:
A Jesús el Nazareno, varón acreditado por Dios ante vosotros con los milagros, prodigios y signos que Dios realizó por medio de Él, como vosotros mismos sabéis, a este, entregado conforme al plan que Dios tenía establecido y previsto, lo matasteis, clavándolo a una cruz por manos de hombres inicuos. Pero Dios lo resucitó, librándolo de los dolores de la muerte, por cuanto no era posible que esta lo retuviera bajo su dominio. [...]
¡Cuántas cosas nos dice esta parte de la historia de Pentecostés! Nos dice que la prioridad absoluta de la Iglesia es anunciar a Jesucristo. También nos dice cómo debe ser este anuncio: no basado en palabras de sabiduría humana, sino en el Espíritu y su poder; que debe partir siempre del misterio pascual de la muerte y resurrección de Cristo; que el kerigma debe preceder a la didachè. En otras palabras, que las obras tienen que seguir al anuncio como su efecto, no precederlo como su causa; que no hay, como dice el proverbio, que "poner el carro delante del caballo", la ley antes que la gracia, el deber antes que el don. El anuncio de Cristo quien "murió por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación" (Rom 4, 25) es como la reja del arado que abre el surco en la tierra y nos permite sembrar.
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- Hechos 2, 42-46: “Pedro con los otros once”
La historia de Pentecostés termina con la descripción de la vida de la primera comunidad cristiana. Dos rasgos caracterizan a esta comunidad: santidad y comunión, koinonía. Lo que Lucas traza es el perfil de una comunidad de santos. Se indican también los medios esenciales de esta santidad: la escucha de las enseñanzas de los apóstoles, la fracción del pan, es decir, la Eucaristía y la oración.
Me gustaría señalar un detalle del relato de Pentecostés que se presta a una aplicación actual. En él vemos, por primera vez, el primado de Pedro en su ejercicio concreto. Por tanto, vale la pena observar cómo se ejerce esta primacía, sin pretender que los textos digan más de lo que pretenden decir.
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- Reflexión final
Una última reflexión. Subrayé anteriormente lo poco que los apóstoles habían podido poner en práctica las enseñanzas que recibieron del Maestro durante su tiempo con Él, y cómo todo esto cambió con la venida del Espíritu Santo. Esto tiene algo que decirnos sobre la formación de los futuros sacerdotes en los seminarios y sobre el momento mismo de la ordenación.
Se corre el riesgo de llevar a nuestros futuros sacerdotes al punto en el que estaban los apóstoles antes de Pentecostés. Esto sucede si les enseñamos teología dogmática, derecho canónico, teología moral, ascética, liturgia y todo lo que indica la Ratio fundamentalis, sin ayudarles, sin embargo, a alcanzar una experiencia personal y una verdadera unción del Espíritu. En este caso tendrán todo lo necesario para "funcionar" institucionalmente como sacerdotes, pero sin tener la fuerza para resistir las tentaciones, perseverar en su vocación y predicar con convicción.
Cómo esta experiencia personal del Espíritu Santo puede acompañar el momento de la ordenación sacerdotal depende de varios factores y puede tener lugar en diferentes contextos. Lo importante es que la ordenación no sea sólo un rito, una unción externa y litúrgica de las manos, sin una verdadera unción del alma, a imitación de la unción real, profética y sacerdotal de Jesús en el Jordán. Alguien ha dicho que la ordenación canónica asegura la sucesión apostólica, ¡pero no necesariamente el éxito apostólico!
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