El Simbolismo del Cuerpo
El principio de la Comensalidad
El hombre ansía encontrar un pan de inmortalidad. Que no haya que volver a comer. Parecido es el sentido del ayuno, como vía de purificación, pero Jesús escogió el banquete.
El comensal biológico es además comensal social: el acto de alimentación alcanza el nivel propiamente humano, no el de los cerdos, cuando deja de ser una acción individualista y se abre a la convivencia, la hospitalidad, la comensalidad, y alcanza su sentido pleno en el compartir. Entonces los comestibles se transforman en dones significativos de la amistad y fraternidad.
La comida es un momento de encuentro con el cosmos, y también de comunión privilegiada con otros seres humanos. Esa doble dimensión cósmico-humana hace entrever al hombre un nuevo horizonte de realidad, una nueva dimensión. De la misma manera que la dimensión humana ha enriquecido el hecho biológico de comer como los cerdos, y le ha dado un nuevo sentido, así también el hombre intuye que podría haber también sentidos superiores, y abrirse a la relación con el dador de todo bien, a quien debe el alimento que le sustenta y la amistad y fraternidad que le rodea. El hombre experimenta la trasparencia de lo espiritual en la realidad sensible, y percibe que las cosas son más que lo que son, símbolos de otro nivel de realidad.
Tomar algo juntos no significa que tengamos hambre o sed. Es una manera de sentarse en torno a la comida o bebida, para charlar, para cerrar un trato, para hacer una pausa en el trabajo. Las comidas de trabajo son una monstruosidad antropológica. Aceptar o rechazar una copa, es rechazar una amistad. Cuando estamos enfadados con alguien, nos negamos a tomar una copa con él.
A lo largo de la historia esta dimensión social del alimento ha llegado a alcanzar un sentido místico. A través del alimento el hombre ha experimentado la comunión con la divinidad, ha tenido acceso a la intimidad con los seres superiores, más estrecha que la del diálogo de la oración.
El hombre ansía encontrar un pan de inmortalidad. Que no haya que volver a comer. Parecido es el sentido del ayuno, como vía de purificación, pero Jesús escogió el banquete. La liturgia actual al colocar el pan y el vino en la mesa los reconoce como frutos de la tierra y del trabajo de los hombres, naturaleza humanizada, un resumen cósmico-cultural de gran expresividad simbólica. Significan a la vez lo que nosotros hacemos con nuestro esfuerzo y trabajo solidario, y lo que nos es dado, lo que el mundo y nosotros mismos somos como don misterioso, regalo originario que ha surgido generosamente de las manos de Dios creador.
El pan y el vino se prestan a una nueva red de significaciones. El pan representa el alimento cotidiano, el vino la propina, la fiesta. Lo cotidiano y lo festivo se juntan en la mesa, y son asumidos en la eucaristía cristiana.
Esta actitud hacia los alimentos lleva en todas las religiones a bendecir la mesa y a dar gracias. Estos ritos domésticos de la mesa están en la raíz de la plegaria eucarística cristiana. Las comidas inclusivas de Jesús expresan el sustrato antropológico del banquete, como manifestación del Reino ya presente, y prefiguran la culminación de ese Reino en el ésjaton.
Ignacio Fernández González
Sacerdote Diocesano